En el camino de baldosas amarillas hay pinares, encinas, lentiscos, quejigos, enebros, y mucho matorral. Pequeñas piedras con coloridos dibujos marcan el camino con señales. Hay círculos en el suelo conformados con piñas. Macutos, mochilas y tiendas iglú desmontadas por diversos rincones del monte. Algunas cuelgan de los árboles, otras están a medio montar, o con ramajos para que llamen menos la atención.
Al comienzo del largo sendero hasta llegar a la comunidad se observa embarrancado en la espesa arena un turismo. Sus ocupantes, extranjeros, observan la escena ya fuera del coche, impotentes mientras el gruista anda afanado en enmendar el estropicio. "Se meten hasta el fondo, a quién se le ocurre... y mira que hay carteles prohibiendo el paso".
Es curioso, andamos buscando a una comunidad que reconecta con la naturaleza, a años luz del turismo invasivo, y las autoridades llevan un mes preocupadas por la ocupación que viene llevando a cabo un grupo de personas que no buscan selfis, que no instagramean, que son respetuosos con el entorno y que solo aguardan a que culmine el ciclo lunar para marcharse de este baño verde (perdón por el concepto turbocapitalista) y espiritual en la naturaleza agreste gaditana. El pasado 4 de junio hubo luna llena, este próximo domingo, 18 de junio, habrá luna nueva.

Hace cuatro días, con orden judicial, los expulsaron de una finca en Benaocaz, en plena Sierra de Grazalema, y ahora han bajado hacia la costa de Cadiz. Tras un desalojo serrano que fue complejo pero sin violencia, según la Guardia Civil —que dispuso un despliegue de 100 efectivos—, la familia Arcoíris sigue en la provincia gaditana.
Tratan de cerrar su círculo. Intentan que esta comunidad sin jerarquías ni digitalización, con más de medio siglo de historias y convivencia por distintos países del mundo, culmine el objetivo propuesto.

Son algo más de medio centenar —hay algún crío; me acuerdo de Capitán fantastic— y cuando se pasea entre sus cosas, escasas, desperdigadas, preparadas por si hay que marcharse, semiocultas, parecen maquis echados al monte. Guerrilleros de la naturaleza contra la zarpa del hombre lobo para el hombre. Están esta vez en el Parque Natural del Estrecho, en un punto que no especificaremos.
Las autoridades ya conocen el nuevo campamento, semioculto y desperdigado en el monte junto a la costa
El guarda de la finca privada en la que algunos acampan anda preocupado, quad arriba, quad abajo, por la sequedad del terreno y el peligro de que cualquier descuido pueda provocar un incendio.
Por lo demás, comenta a lavozdelsur.es, “no sé si el dueño de la finca denunciará; han estado agentes forestales y la Guardia Civil también lo sabe ya; a ellos se les ha informado, pero andan esparcidos y no van a moverse por ahora”, asegura, tras confirmar que los hippies se han mudado a este nuevo punto de la provincia gaditana, esta vez en la Costa de la Luz.
"Ahí llevan unos días, van llegando, se van a la playa y hacen fuego allí para calentar la comida", atestiguan lugareños de esta zona de naturaleza salvaje, de costa virgen de Cádiz. Es uno de los temas de conversación en un punto donde África se toca con las manos en un día con Poniente moderado.

En la arena, abrazos y besos; ya en el monte, tres muchachos de la comunidad comparten un rato de charla en torno a un pequeño fuerte hecho de ramas. Les incomoda la presencia de periodistas. "¿Venís de Benaocaz...?"; "Journalist..."; "no hemos visto mucho en los medios pero todo lo que sale nunca es lo que aquí ocurre", chapurrea uno de ellos en español. Los otros observan silenciosos y sonrientes, como condescendientes. Los tres proceden de Reino Unido. Y no quieren fotos. "Si acaso preguntad antes...".
A pocos metros retoza una pareja, en otra ladera una mujer prepara su mochila junto a un saco de dormir. Una familia hippie saluda sin más. Otra mujer, con una cadenita con el símbolo de la paz, niega saber nada de la tal familia Arcoíris. Más allá, un chico y su perro. ¿De dónde vienes, vives aquí? "Soy de aquí y de allá; solo voy a estar unos días... no quiero fotos, no tengo ni redes sociales".

Guillermo, habitante de esta zona costera, comparte la caída del sol junto a otros amigos. Junto a su tenderete en la playa, ve pasar a los miembros de esta tribu arriba y abajo. Una de ellas se desnuda y se da un baño. En el monte hay agua de manantial y suficientes lugares recónditos para pasar medianamente desapercibidos.
"Son gente de luz, muy educados y respetuosos"
"Son gente de luz, son muy educados y respetuosos, vienen de todas partes del mundo, no molestan en absoluto y ahí en la playa no puede provocarse un incendio", defiende Guillermo, que se gana la vida vendiendo cervezas y refrescos en las playas gaditanas. Y cuestiona: "Dicen que están locos, ¿pero y si los locos sois vosotros?".
La Familia Rainbow tiene sus orígenes en Colorado, Estados Unidos, en 1972, y mueve sus campamentos en la naturaleza para cumplir con la lunación, un ciclo de algo más de 29 días. Donde ellos ven no violencia y amor libre, otros ven asentamientos ilegales y un riesgo para el monte. En la familia se definen como "la mayor no-organización de no-miembros del mundo" y al ver su nuevo campamento en Cádiz cumplen los preceptos a rajatabla. De regreso por el camino amarillo de la arena de playa cae la tarde.
Otra miembro de este movimiento comunitario y tribal sestea ajena a los rituales y la convivencia de la playa. Otros ya se preparan para la noche. Me acuerdo de Judy Garland otra vez: Hay una tierra de la que he oído hablar / Una vez en una canción de cuna / En algún lugar sobre el arco iris...