Pensar que Fran Dorantes –al que ya es muy difícil encontrar en Lebrija porque su agenda de comercial lo bambolea por medio mundo– tiene solo 48 años y, al mismo tiempo, que su negocio de guarnicionería ha cumplido 30 produce un cortocircuito de la lógica porque es difícil comprender cómo un joven lebrijano de familia agricultora que a finales del pasado siglo soñaba todavía con vestir por completo a un caballo ha llegado a ser la referencia de este sector en toda Europa, con permiso de la firma belga Van der Wiel. Pero la realidad de que los sueños pueden cumplirse se impone con la tersura del cuero que él mismo lleva trabajando toda su vida, al menos desde que su padre le compró un caballo a los ocho añitos y a él le hizo más ilusión trabajarle la guarnicionería que le había imaginado antes que montarlo y cabalgar con él. Si hoy se le pregunta al fundador del gigante textil Mango, el turco Naham Andic, el también propietario de fincas y yeguadas repartidas por Barcelona y El Rocío, no tiene ninguna duda, y no solo porque sea amigo de Fran, sino porque ha podido comparar y sostiene que ni Moirano en Italia ni Freedman en Canadá ni ocho cuartos, o sea, que “Dorantes es el número uno del mundo”.
La humildad de Francisco le impide corroborar tales consideraciones, pero los hechos son los hechos desde que el jefe de las Caballerizas Reales del Palacio Real de Madrid, todavía en tiempos de Juan Carlos I, llamó personalmente al taller de Lebrija para encargarle la personalización de sus guarniciones. Eso fue en 2005 y Fran se sentó al colgar el teléfono para no marearse. Luego fue la Casa Real de Inglaterra, y solo unos meses después un sinfín de familias nobles repartidas por toda Europa que saben dónde queda Lebrija precisamente porque Fran no se conformó con su tallercito sino que implicó primero a su novia (hoy esposa), María del Castillo García; luego a sus hermanas mayores, Nola, Antonia y Ana; más tarde a sus sobrinos y hasta a varios empleados de la calle, como Juan Francisco Zambrano, al que apodan cariñosamente “el Adoptado” porque está con la familia desde el principio, y fue ampliando el taller hasta hacer de la casona de sus abuelos, en pleno centro de Lebrija, un palacete de 800 metros cuadrados que hoy integra no solo el almacén de cueros o el taller de restauración, sino también una zona de corte y patronaje, una biblioteca y hasta un museo inimaginable con el que los amantes del universo ecuestre alucinan si tienen la oportunidad de visitar, porque no son solo las piezas terminadas, sino también las restauradas y las miles de joyas relacionadas aunque sea remotamente con carruajes históricos que Fran ha ido adquiriendo en subastas de todo el mundo: maletines de picnic, cubrerruedas de mimbre, tiradores, paragüeros, y todo tipo de arreos, desde una guarnición de tronco de la Casa de Medinaceli a la sobreaguja que perteneció a Isabel II, pasando por un bridón de hace casi dos siglos que perteneció a Dina Vierny, la musa de artistas francesa que se convirtió igualmente en exquisita coleccionista.
Emplearse a fondo para Patrimonio Nacional no ha sido desde entonces una alegre excepción del trabajo en esta casa, sino una convicción motivadora desde que Fran, siempre incansable, fue alimentando una biblioteca personal (y laboral) de medio millar de ejemplares coronada por el 'Manual del sillero y guarnicionero', obra de José Rodríguez y Zurdo publicada en Madrid en 1861 y que aquí, como explica su hermana Nola, se usa casi todos los días. “Es un libro, como algunos otros, que no están ni para abrirlos, por el tiempo que tienen, pero aquí se consultan porque es necesario”, insiste ella, a quien se le transforma la sonrisa cuando habla de su hermano y lo califica simplemente como “un genio”. Todos los trabajadores, sean familiares o no, y ya superan la decena, coinciden en la apreciación. También Antonio Fernández, guarnicionero de Los Palacios y Villafranca que lleva casi dos años con la familia Dorantes y que, pese a ser un hombre de pocas palabras, acierta en su propio titular: “Yo es como si hubiera jugado todo este tiempo en La Liara y ahora me hubiera fichado el Real Madrid. Igual”. Otro Antonio, más joven y sobrino de primos hermanos del fundador, asegura que él empezó a trabajar solo los veranos y que ahora no imagina otra labor mejor. Lo dice mientras cose, como los demás, con la firmeza y el rigor que requieren estos cueros y se maneja entre chavetas, medias lunas, leznas y bolos, las herramientas de su día a día.
Y es que aquí no se tiene solamente el aval de importantes casas nobiliarias de Gran Bretaña, Francia o Italia, sino también de Hollywood. En su momento, Dorantes Harness hizo las botas que llevó el mismísimo Antonio Banderas en El Zorro, y hasta vistieron con adornos de latón a una de las cuadrigas de la película Gladiator. Porque el taller de Fran, en ebullición y evolución constantes, ha ido incorporando a la confección y restauración de collerones, baticolas, tiros y manoplillos también los herrajes, aprovechando sus amplios conocimientos de fragua, carpintería y orfebrería. “Es un genio”, insiste su otra hermana, Antonia, haciendo un alto en su trabajo, “y cuando llega con una idea nos echamos a temblar porque, por muy difícil o imposible que nos parezca, siempre terminamos haciéndola”.
El hijo de un trabajador que no cesa
Fran Dorantes no solo ha heredado de su padre el nombre y el apellido, sino también su carácter incombustible. “Mi padre ha sido agricultor toda su vida, tiene ahora 84 años y no falta ni un día al campo”, refiere Nola con esa sonrisa devocional por su familia, orgullosa de que ahora su hijo sea el encargado de diseñar informáticamente los patrones de todos los productos antes de que se materialicen con cuero en el taller. El tío Fran, con esa edad, ya había hecho un curso de guarnicionería en el Cortijo de Cuarto, donde aprendió del zapatero Paco López, y luego se bregó igualmente en otro curso que la Junta impartió en su pueblo. Él, desde luego, era ya un aventajadísimo alumno que soñaba mientras cortaba, alisaba y lustraba el cuero aunque no imaginaba aún que vestir a un caballo en condiciones precisara de 2.000 horas de trabajo, o que iba a cobrar 60.000 euros por una guarnición para Patrimonio Real, un precio bastante arregladito para lo que cobran en el extranjero.
Ganado salvaje
En Dorantes Harness solo compran “calidad extrema”, es norma ineluctable de la casa, donde se rigen por el buen gusto, por la significación última de cada pieza que trabajan. Compran los mejores cueros procedentes de novillo irlandés, las mejores pieles de Villarramiel del Campo (Palencia), de Galicia y de Barcelona. “Pero siempre de animales que han vivido en libertad”, explica Blanca Oriol, amiga sevillana de Fran que se ha incorporado hace unos años al proyecto ampliando el trabajo al mundo de la moda. “Es que no es lo mismo la piel de una ternera estabulada que la de un animal que ha vivido libre, que se ha ejercitado, que se ha herido, que muestra un mapa vital en su propia piel, que nos cuenta tantas cosas”, insiste ella mientras enseña distintos trozos de cuero, de diferentes colores –unos naturales y otros teñidos-, con marcas o arañazos. “Nuestros bolsos envejecen con quienes los llevan”, explica Blanca, ilusionada con el relato inherente de cada bolso, de cada cartera, cada cinturón o cada pulsera, “mientras que otros bolsos de material sintético, por ejemplo, no te dicen nada ni cambian jamás”.
La tienda de moda de Dorantes Harness, que abrió en pleno centro de Sevilla el año pasado –junto a la Casa de la Moneda-, la regentan también unos sobrinos de Fran. “Aquí todo queda en casa y la casa se va ampliando”, bromea Blanca, que no es familiar “pero como si lo fuera”, ilusionada igualmente porque esta casa, que también es la suya, ha sido reclamada por el Museo Nacional de Carruajes de Portugal “para colaborar con ellos en la restauración de muchas piezas históricas”.
En el taller de Lebrija no falta la faena jamás. De momento, hasta 2027 no dan abasto. Y se nota por el silencio monacal que reina en este espacio que huele tan particularmente, en las breves bromas que se gastan los trabajadores, en la organización que imprime José Antonio Sánchez Caro, otro primo por vía materna, en la sutil cadena de trabajo que supone el taller de restauración y el de creación propia, la sala de diseño y la línea de moda donde se corta y se cose y se abrocha mientras se oye por cualquier rincón que se frotan cabezales, pretales, zanjaletas, tachuelas, flequillos y campanillas, ese lujoso concierto que precede al galope.
Comentarios