Fruta del dragón en la tierra del tomate: Los Palacios y Villafranca aspira a ser su trampolín español

La empresa Ecofruits Guadalquivir produce casi 500.000 kilos, gracias también al respaldo de muchos agricultores palaciegos, e incluso aspira a tener diez hectáreas más para ser referente exportando a Europa

Pedro Caballero y Felipe Campos, dos socios de Ecofruits Guadalquivir.
Pedro Caballero y Felipe Campos, dos socios de Ecofruits Guadalquivir. MAURI BUHIGAS

El pueblo sevillano que con 150 hectáreas de cultivo bajo plástico concentra la mitad de los invernaderos de toda la provincia sevillana, Los Palacios y Villafranca, el mismo que produce anualmente en torno a 15 millones de kilos de tomates, aspira ahora a convertirse en el gran referente de la pitahaya en el sur de España y en el trampolín de su exportación a Europa.

Aquí ya se nota la presencia del cultivo de esta fruta tropical no solo por el desarrollo a pasos agigantados de la empresa local Ecofruits Guadalquivir, liderada por tres jóvenes palaciegos, sino por la apuesta de al menos una decena de familias agricultoras por esta fruta del dragón, como también es conocido este tesoro originario de Centroamérica tan rico en fibras y vitaminas C y B que de momento se vende como rosquillas a Inglaterra y el norte de Europa, pero que busca ampliar muchísimo más su mercado creando una demanda que hoy por hoy depende de aumentar su producción. 

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Al menos una decena de familias agricultoras en Los Palacios apuestan ya por el cultivo de este fruto.  MAURI BUHIGAS

La pitahaya cultivada en Los Palacios y Villafranca es todavía una mínima parte del casi medio millón de kilos exportados desde Ecofruits Guadalquivir en el último año, pues a las tres hectáreas de invernaderos que esta empresa palaciega mantiene en plena producción en la zona de El Hornillo (cerca de Dos Hermanas) hay que añadir la aportación de una decena de familias que se han convencido de su rentabilidad a medio y largo plazo. El resto de la pitahaya es importada desde Perú, Ecuador, Angola y Vietnam. El mercado inglés y holandés se ha entusiasmado pidiendo un creciente número de palés en el último año. "Nosotros la sembramos hace un par de años a medias con mi hermano, pero de momento es pronto para que produzca", explica Ana Mari Cortines, una de las palaciegas esperanzada en la producción plena de su invernadero.

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Uno de los invernaderos en construcción.  MAURI BUHIGAS

"Hasta el segundo año, lo único que se espera es que crezcan las matas", explica Pedro Caballero, uno de los socios de Ecofruits Guadalquivir que amplió el negocio de montajes de estructuras de invernaderos que ya tenía con su socio, Felipe Campos, al poco de estallar la pandemia del Covid, en la primavera de 2020. "El tercer año te puede dar un kilo por mata y no es hasta el cuarto año cuando se inicia la producción normal", añade Felipe, propietario junto con su hermano de una de las tres hectáreas que han mantenido cultivadas hasta ahora. 

El proceso de ampliación de hasta 13 hectáreas en la misma zona de El Hornillo, que ya está en proceso, ha sido posible gracias a "la inyección de más capital privado que confía en el proyecto", explica Felipe, "porque aquí todo es a pulmón, sin subvenciones ni siquiera por trabajadores, ni jóvenes ni mujeres". 

De momento, en los invernaderos de Ecofruits trabaja una decena de personas, y en la nave de manipulación del polígono industrial El Muro, que se está ampliando a contrarreloj con la instalación de unas oficinas en la planta superior y una cámara frigorífica más –que ha contado con la ayuda de Adelquivir–, media docena de mujeres en la cinta de lavado y calibrado, aunque "nuestra aspiración es llegar al medio centenar de trabajadores una vez que instalemos las 13 hectáreas de invernadero nuevas a finales de este mismo año", explica Felipe, que ya ha calculado que el montante de pitahaya exportada desde Los Palacios y Villafranca pasará del medio millón de kilos de ahora a casi tres millones.

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Uno de los invernaderos, con plantas ya adultas.  MAURI BUHIGAS

"Es posible que nos convirtamos en el primer o segundo centro de exportación de pitahaya de toda España", vaticina Pedro, quien confía en el recorrido de un fruto muy desconocido en la comarca que sobre todo se consume por su pulpa pero que tiene mucho potencial para ensaladas, zumos, refrescos, mermeladas, yogures, helados, jaleas o incluso pasteles. 

Ecofruits Guadalquivir ha participado como pequeña empresa en las tres últimas ediciones de la feria agroganadera de Los Palacios y Villafranca, y ha recibido la entusiasta visita a su caseta del alcalde, Juan Manuel Valle (IP-IU), quien ha valorado en estos preocupantes años de sequía que "la planta demande un consumo tan reducido de agua".

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Recolección de los frutos en uno de los invernaderos.  MAURI BUHIGAS

Al fin y al cabo, es una especie de cactus, y en los invernaderos se aprecia el severo empleo del riego por goteo para una planta que primero se adorna con unas maravillosas flores que más tarde se convierten en fruto de hasta veinte variedades y colores distintos. Para el regidor palaciego, Ecofruits Guadalquivir "traslada un mensaje de profesionalización de la agricultura en nuestro pueblo". 

Polinización manual

Yendo y viniendo por los invernaderos de Ecofruits Guadalquivir puede verse, con su carrillo de mano, a Raquel Rodríguez, la agrónoma responsable de la calidad de un cultivo absolutamente ecológico, siempre pendiente de la floración de la planta hasta en cinco ocasiones anuales. Precisamente estos días de agosto puede asistirse a una de ellas. Y es entonces cuando se empieza a comprender por qué los agricultores que han contratado la entrega de su producto a Ecofruits en estas últimas campañas, no solo de Los Palacios, sino últimamente también de municipios de Huelva y de Málaga, cobran el kilo a 3,20 euros. 

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Detalle de una de las plantas.  MAURI BUHIGAS

Esa cantidad, que se multiplica por dos o por tres en cualquier mercado de venta al público, no parece tan excesiva si se tiene en cuenta que la planta -que tiene una vida de 25 años-  no empieza a producir significativamente hasta el tercer año como mínimo y, sobre todo, que al tratarse de una flor hermafrodita ha de fecundarse a mano, una por una, y para más inri de noche, porque la flor de la pitahaya solo se abre entre las doce de la noche y las primeras horas del amanecer, hasta las diez de la mañana como mucho.

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La flor de la pitahaya solo se abre entre las doce de la noche y las primeras horas del amanecer.  MAURI BUHIGAS

 

En este sentido, hay zonas del trópico donde solo los murciélagos la polinizan. En Occidente, la costumbre es hacerlo con un pincelito, flor por flor, porque los insectos en cualquier caso no polinizarían de noche, en una tarea que encierra, encima, el riesgo de no hacerlo correctamente y que se pierda la oportunidad en una sola noche, como en el cuento de Cenicienta, y es posible que amanezca y el destino de la flor no fecundada, rosada o amarilla –llamada en México 'Flor de luna' o 'Reina de la noche'-, sea marchitarse finalmente sin dar fruto, es decir, sin ofrecer una de las cientos de pitahayas que puede recolectarse en las semanas siguientes, con dos cortes cruzados en el tallo verde para que el fruto mantenga el máximo tiempo posible el frescor de su sabia…

"Comprendo a los indecisos"

Felipe Campos pasea por el último invernadero sembrado de pitahayas en El Hornillo, donde él ha terminado construyéndose una vivienda porque pasa más tiempo allí que en el pueblo. Examina la evolución inicial de cada planta, admira la perfección de los liños milimétricamente alineados y da algunas instrucciones a Mohamed, atareado en uno de ellos. "La esperanza de este cultivo es que casi todo está aún por descubrir en Europa y que sus usos se multiplicarán", explica. "Me consta que en Brasil, por ejemplo, las matas se las terminan comiendo las vacas, como forraje, y dan mucha más leche, y que en otras latitudes se machacan las flores para sacar un té, y hasta se usa como colorante artificial".

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Uno de los invernaderos de reciente montaje.  MAURI BUHIGAS

Se sabe que los antiguos aztecas la consumían con fruición para prevenir la deshidratación y las enfermedades producidas por el calor. Hoy por hoy, "para aumentar la demanda, que es lo que hace falta, también es necesario garantizar la producción y que se le dé salida a todos los frutos, sean como sean". Y pone un ejemplo muy fácil de entender por estos lares con la vista puesta en la mermelada de pitahaya: "Si no hubiera tomate sobrante, no habría salmorejo". 

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Un momento del cultivo de la pitahaya.  MAURI BUHIGAS

El mercado, cada vez más exigente, suele pedir en Europa un calibre preciso de 350 gramos por pieza. "Cada vez nos exigen más que el fruto no sea más pequeño ni más grande que esa medida ideal, por lo que el margen y los equilibrios se nos estrechan", asegura Pedro.

"Yo comprendo perfectamente a los indecisos", dice Felipe, y aun así anima a los agricultores que se lo estén pensando porque "aquí estamos aprendiendo todos", insiste, mientras revisa el material de hierros y alambradas listo para seguir construyendo los nuevos invernaderos de un sueño europeo que se está fraguando en las marismas del Guadalquivir, "como cuando los egipcios se atrevieron a sacarle todo el jugo a las tierras del Nilo", se aventura a poetizar Pedro. 

Sobre el autor:

Álvaro Romero Bernal.

Álvaro Romero

Álvaro Romero Bernal es periodista con 25 años de experiencia, doctor en Periodismo por la Universidad de Sevilla, escritor y profesor de Literatura. Ha sido una de las firmas destacadas, como columnista y reportero de 'El Correo de Andalucía' después de pasar por las principales cabeceras de Publicaciones del Sur. Escritor de una decena de libros de todos los géneros, entre los que destaca su ensayo dedicado a Joaquín Romero Murube, ha destacado en la novela, después de que quedara finalista del III Premio Vuela la Cometa con El resplandor de las mariposas (Ediciones en Huida, 2018). 

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