El Gamboo: más higos que puyas en una vuelta de tuerca al campo en Los Palacios

José Rodríguez Curado, agricultor de 74 años, apostó por sembrar chumberas en hileras cuando la crisis de 2008, y desde entonces, pese a la guerra que les ha supuesto la cochinilla del carmín hasta la casi extinción, él ha aumentado la producción de higos y hasta ha animado a otros paisanos con una idea a la que solo le falta proyección

José Rodríguez Curado, 'Gamboo', retratado en su plantación.
José Rodríguez Curado, 'Gamboo', retratado en su plantación. MAURI BUHIGAS

Las chumberas que ya no se ven por los campos de Andalucía han servido desde hace siglos para delimitar caminos y propiedades. Que es una planta originaria de México y por tanto una especie invasora desde la conquista de América pareció descubrirse por parte del Gobierno español hace solo una década, pues fue en agosto de 2013 cuando se incluyó en el catálogo español de especies exóticas invasoras. "Y yo también seré una especie invasora por tener los ojos azules", ironiza José Rodríguez Curado, un agricultor de Los Palacios y Villafranca de 74 años que cuando la última crisis económica, la de 2008, no solo recordó cómo su padre engordaba cerdos con carrillos de higos –el refrescante fruto de estos cactus-, sino que se decidió a sembrar sus 7.000 metros de tierra con pencas reales como a nadie pareció habérsele ocurrido antes: en ordenadas hileras y con vocación de cosecha. 

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La plantación, vista de cerca.   MAURI BUHIGAS

"Lo que pasa es que la administración no ha apostado por esto y acabará perdiéndose", lamenta José, más conocido en su pueblo como El Gamboo, un mote de sus antepasados por el tono rojizo que adquieren sus pieles blancas expuestas al sol. En rigor, nadie ha apostado por los pencales porque nunca han sido de nadie, maltratadas pencas de las veredas, refugio histórico de quienes han vendido sus higos por las esquinas del desamparo como otros frutos silvestres del campo anónimo, de los caracoles a los espárragos… 

El propio municipio de Los Palacios y Villafranca, como ocurría en otras tantas latitudes de media España, estaba salpicado de chumberas por cualquiera de sus senderos, y no era raro ver a cualquiera cogiendo los higos más altos y sabrosos con una caña, quitándoles las principales puyas en el terreno, proporcionándoles luego el justo frescor del pozo familiar o vendiéndolos en cartuchitos al simbólico precio de un euro en los albores de este siglo. Sin embargo, la irrupción –a partir de Murcia- de la cochinilla del carmín (un insecto del que se extrae un colorante carísimo desde la época de los Descubrimientos) fue destruyendo las chumberas de todo el sur español más o menos desde el mismo año en que el gobierno de Mariano Rajoy las catalogó como especie invasora.

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El Gamboo, retratado por MAURI BUHIGAS.

Pese a la postura gubernamental, otras administraciones como algunas Diputaciones provinciales –la de Cádiz fue la primera- pusieron dinero antes de la pandemia del Covid para que diversas instituciones como la Universidad de Córdoba y determinadas organizaciones agrarias como Asaja buscasen soluciones a la extinción de una especie defendida por los ecologistas que, encima, habían servido durante siglos como refugio para animales. 

El caso es que los caminos y las lindes se han terminado señalando con vallas y es muy difícil encontrar chumberas si no es en una explotación como la de El Gamboo en Los Palacios y Villafranca. En estos últimos lustros, a las pencas reales fue añadiendo pencas de la vía, otra especie, y chumberas malagueñas. Ahora tiene una hectárea de lustrosas chumberas que parecen un campo de experimentación o el refugio último de una planta que hasta hace solo una década era tan familiar.

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Un impresionante muro verde.  MAURI BUHIGAS

"Si yo tuviera ahora 50 años, todo lo que tuviera de tierra lo sembraría de higos", dice El Gamboo, convencido de que se trata de un cultivo más que rentable. En este sentido, cuando él empezó solía venderse la media docena de higos a un euro. Hoy en día, él los vende a seis euros la docena. "Y si para esto se encontrase el mercado, el precio podría subir bastante más", vaticina El Gamboo, que hace solo tres años le vendió palas de esta especie superviviente a varios paisanos para que se aplicasen en su mismo objetivo. Dos hermanos muy conocidos en el pueblo por sus excelentes cosechas de tomates –el producto estrella de aquí-, José y Luis Barrón, han puesto tres hectáreas de pencas en otra de sus explotaciones. "Se dice poner porque la penca ni siquiera se siembra, sino que se tira ahí en medio y ahí enraíza". Se trata de una planta que apenas necesita agua ni abonos. "Yo les doy dos riegos a partir de ahora y con eso es más que suficiente", dice José mientras pasea por entre los liños de sus pencas más recientes, crecidas en estos últimos siete años. 

"Nosotros los hemos puesto por diversificar", corrobora Luis Barrón, acostumbrado a trabajar tanto en sus invernaderos y sorprendido de un producto que necesita mucha menos mano de obra. "Contra lo que hay que luchar mucho ahora es contra la cochinilla precisamente, y yo la combato con una máquina de agua a presión, con eso basta", explica José. "De vez en cuando contrato a un hombre con un tractor para que me dé un pase, pero yo no puedo permitirme más, y si yo fuera joven lo pondría todo de pencas y tendría asegurado un futuro para mi familia", insiste. En rigor, no existe un tratamiento eficaz de base científica contra la cochinilla y lo único que se ha hecho para salvar la planta es el tratamiento con jabón potásico. 

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El Gamboo, en plenas labores.  MAURI BUHIGAS
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Estado en que queda la plantación.   MAURI BUHIGAS

Durante años, José ha ido a vender higos a municipios malagueños como Fuengirola o gaditanos como Chipiona o Rota. "Allí me los quitaban de las manos y podía venderlos caros", recuerda, "pero ahora yo ya no tengo coche y es más difícil que vaya". El Gamboo va y vuelve de su casa al campo hasta seis veces al día, en bicicleta. "Tengo miedo de que me hagan algún estropicio", dice, orgulloso de las propiedades de los higos quien durante estos años los ha aprovechado también para hacer zumos y helados. "Un ciclista al que le da una pájara resucitaría con dos higos bien fresquitos". No en vano se trata de una fruta con alto contenido en vitamina C, calcio, hierro y fósforo y que en las culturas indígenas de Centroamérica fue usada contra la diarrea, el dolor de muelas, la fiebre o el exceso de bilis. 

Rentable ecología

Las pencas apenas necesitan trabajo y desde luego poca agua ni fertilizantes. "Unos años vienen higos más gordos y otros menos", señala El Gamboo, "pero con lo que produce esto se llenan camiones". E insiste: "A partir del 25 de julio es cuando tenéis que venir para llevaros un cajón". La producción se extiende hasta bastante después del verano. "Esto podría ser un negocio muy rentable si le prestasen más atención y se trabajasen mercados por el norte", explica mientras pasea por su campo con la caña al hombro, expectante ante los primeros higos que podrá coger con las manos, desde bien abajo. "Además, el higo aguanta bien el transporte, sin aditivos ni conservantes, durante quince días y sin problemas". 

Sobre el autor:

Álvaro Romero Bernal.

Álvaro Romero

Álvaro Romero Bernal es periodista con 25 años de experiencia, doctor en Periodismo por la Universidad de Sevilla, escritor y profesor de Literatura. Ha sido una de las firmas destacadas, como columnista y reportero de 'El Correo de Andalucía' después de pasar por las principales cabeceras de Publicaciones del Sur. Escritor de una decena de libros de todos los géneros, entre los que destaca su ensayo dedicado a Joaquín Romero Murube, ha destacado en la novela, después de que quedara finalista del III Premio Vuela la Cometa con El resplandor de las mariposas (Ediciones en Huida, 2018). 

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