A las nueve de la mañana de un jueves laborable el entorno de la Verja, en el lado de La Línea (Cádiz), está a todo volumen el rugido de motores, los cláxones impacientes y el murmullo frenético del trasiego de personas que se disponen a cruzar al Peñón de Gibraltar. Un checkpoint policial y aduanero ha ido mutando, pero se ha mantenido fijo desde hace 320 años junto a 1,2 kilómetros de valla que separan España del protectorado británico cuyos suelos están históricamente en disputa.
Algunos de los viandantes cargan con trolleys de camino al Aeropuerto gibraltareño, cuyo uso compartido con España, entre otras medidas, forma parte de la propuesta que quiere encajar a este pedazo de tierra en la Unión Europea tras la salida de Reino Unido hace cuatro años por el Brexit.
Por muchas cabinas y buses londinenses en sus calles, Gibraltar tiene personalidad y estatus propio: el 96% de sus residentes votó en el referéndum de 2016 en contra de abandonar la UE. Aunque el himno de Gibraltar sea God save the King (se cambió al morir Isabel II y ser entronizado el Rey Carlos III), esa mezcla de ser frontera Sur de Europa, ese andalunglish de muchos de sus oriundos (los llamados llanitos), y ese revuelto pasado de resistencia (hasta Hitler quiso poseerla), le lleva a considerarse soberana de su historia e identidad.
Coronado por un peñasco de pizarra y caliza a 411 metros sobre el nivel de un mar que ni es Mediterráneo, ni es Atlántico, este edén de prosperidad encierra muchas paradojas (o no): como contar con una tasa de desempleo del 0,49%, la segunda más baja del mundo, y al mismo tiempo que la propia UE lo siga considerando territorio de "alto riesgo de blanqueo de capitales".
Con apenas 6,8 kilómetros cuadrados de superficie y unos 34.000 habitantes, esta cesión de territorio de España a Reino Unido en 1713, a raíz del Tratado de Utrecht, ha desembocado en la próspera colonia británica de ultramar que es hoy.
Un paraíso de bonanza económica y un suelo abonado a las certezas, pero también a las incertidumbres por lo fresco de ciertas decisiones en el pasado, como el cerrojazo de España a la Verja de hace 55 años —que solo se reabrió en 1982, años después de la muerte del dictador—, pero también por un debate en torno a su soberanía que se inflama o se enfría según el gobierno de turno en España o Reino Unido.
¿"Gran paraíso fiscal" o centro financiero?
Como muestra de lo anterior, la polémica permanente en torno a si es o no una de las capitales mundiales de lavado de dinero. Si el Gobierno de Fabian Picardo —ministro principal, del Partido Socialista Laborista de Gibraltar— prefiere hablar de sus dominios como "centro financiero internacional", autoridades como el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno (PP), no dudan en considerarlo "gran paraíso fiscal".
Su PIB anual es de 2.347 millones de libras (unos 2.700 millones de euros), engordado por los servicios financieros, el juego online (entre un 30-40% del PIB anual), el turismo y hasta las criptomonedas. 64.200 euros es la renta media per cápita, 53.200 euros más que los 11.000 de renta media que declara un contribuyente de la vecina La Línea. Como remarcan desde el Ejecutivo gibraltareño, "es importante resaltar que el dato de PIB per cápita del que se suele hablar, unos 90.000 euros, puede resultar engañoso, ya que para su cálculo se incluye el rendimiento de los no habitantes, algo que en Gibraltar supone la mitad de la fuerza laboral. El PIB per cápita real para poder compararlo con otros territorios sería de alrededor de 64.200 euros —al tipo de cambio del 29 de octubre de 2023—, cifra resultante de dividir el PIB por la población residente más los trabajadores transfronterizos".
El Campo de Gibraltar, con 300.000 residentes y unas 7.100 empresas, es una comarca con muchas potencialidades y riqueza, pero siempre aparece lastrada por el narco, el blanqueo de capitales, el desempleo cronificado y altos niveles de contaminación. El Gobierno gibraltareño, por su parte, se resiste a que le cuelguen el sambenito de paraíso fiscal. En su censo aparecen inscritas 12.681 empresas activas (casi el doble que su comarca española vecina), es decir, "al corriente de sus deberes fiscales". Tras llegar a acuerdos con 26 países para intercambiar información tributaria (con España aún no), el Ejecutivo de Fabian Picardo se pregunta: "¿Dónde está escrito el número de empresas necesario para que un territorio sea considerado paraíso fiscal? ¿Es un porcentaje sobre la población?".
En el lado de la Verja que da a La Línea, ese vallado que lo mismo pronto desaparece y permite la libre circulación de personas y mercancías bajo espacio Schengen, hay un monumento ‘a los trabajadores españoles en Gibraltar’. La escultura es la de un señor mayor con una bicicleta y han depositado flores junto a ella. En la plaza mayor del Peñón, donde hasta 1864 se realizaban ajusticiamientos públicos, hay otro monumento. Esta vez homenajea a ‘los soldados de las Fuerzas Armadas de Gibraltar’.
Aunque con distintas representaciones y dedicatorias, ambos son dos símbolos de supervivencia y resistencia para un país. La fuerza del trabajo y la fuerza militar. Soldados desconocidos, gente corriente ajena a qué se cuece en torno al futuro de ambos pedazos de tierra. "¿Quitar la Verja? No tenía ni idea", dice uno de los empleados en las apuestas que viaja cada día a un laberíntico despacho en uno de los pasajes que atraviesan Main Street.
A las diez de la mañana, en Casemates Square, el salón noble gibraltereño, con menos decibelios que a unos kilómetros en La Línea, está todo el mundo en sus puestos. Los turistas que deambulan Main Street arriba, el cantante callejero que entona una de REM, el personal de comercios y hostelería, limpiadoras y operarios, agentes de policía, autobuseros, taxistas…, y otros muchos trabajadores visibles e invisibles, muchos de ellos en sus escritorios en oficinas y ante pantallas de ordenadores que conectan veloces con todo el planeta.
Tres perfiles cruzando la Verja: un PIB basado en las finanzas, el negocio online y el turismo
Por la Verja, que quién sabe si vive sus últimos días por el referido acuerdo que negocian a cuatro bandas (UE, Reino Unido, España y Gibraltar), han cruzado una italiana que trabaja como podóloga en la Roca. Ha cruzado Florian, que nació hace 26 años en La Línea, trabaja como camarero, y lleva atravesando la frontera desde los 18. Y ha cruzado Sergio, un joven sevillano que prefiere no decir nada sobre dónde trabaja: "No creo que deba darte esa información".
La población activa de Gibraltar es de unas 31.000 personas, de las cuales 15.196 son trabajadores transfronterizos. Casi dos tercios de estos empleados, 10.417 son españoles que viajan diariamente a ganarse el sustento en el corazón de este singular territorio en el Estrecho de Gibraltar, a tiro de piedra de Marruecos y de puntos tan estratégicos en Europa como el Puerto de Algeciras.
Mientras Florian sirve en las mesas del bar en el que trabaja, cerca de los sopladores de vidrio y de los locales que sirven platos de fish and chips típicamente inglés, las cartas de la cafetería reflejan que la tostada maxi con jamón ibérico y tomate que llaman andaluza lleva aceite de oliva, mientras que la llanita, lleva lo mismo pero con mantequilla. Quizás sean estas las escasas diferencias (aunque sustanciales, claro) que separan la frontera imaginaria entre Cádiz-Andalucía-España y Gibraltar-Reino Unido. "Aquí se está hablando de lo que se negocia, por supuesto, pero nadie tiene claro qué va a pasar", reconoce el camarero gaditano.
La 'fábrica' del Campo de Gibraltar
Cerca de allí, en una de las archiconocidas casas de tabaco y alcoholes, hay debate. De un lado del mostrador, los dueños del negocio. Naturales del Peñón, no quieren dar sus nombres, pero sí opinan sobre lo que se cuece estos días. De otro, Rocío Ramos, linense que lleva 26 años trabajando en el istmo.
Indignada ante la falta de claridad de las autoridades de uno y otro lado, pero con una posición rotunda sobre esta fábrica que tanta mano de obra crea para el Campo de Gibraltar: "Aquí siempre me han tratado extraordinariamente bien, pero tanto ellos como nosotros tenemos muchas dudas de lo que va a pasar a partir de ahora, de cómo va a haber realmente un control, no nos hacen partícipes de nada y todo son conjeturas".
"Si no fuera por nosotros, cómo estaría el Campo de Gibraltar. España no se acuerda para nada del Campo de Gibraltar y tampoco dicen que aquí entran de allí 15.000 personas para trabajar", le recuerda entre libras y euros la dueña del establecimiento. Si antaño eran muchos los que cruzaban la Verja en busca de los cartones de tabaco y los alcoholes, los precios de los espirituosos se han ido equiparando en los últimos años a lo que puede encontrarse en una licorería gaditana.
Aun así, en esta tierra no hay IVA y ese reclamo del 21% de descuento anima a tiendas de ropa cara o de tecnología, fotografía y electrodomésticos como las de Carlos.gi. Uno de sus empleados, Sunil, que llegó de la India (antigua colonia británica) a Gibraltar con 5 años, está al tanto de las negociaciones Bruselas, pero no tiene claro tampoco qué ocurrirá.
Lo que sí sabe, como otros vecinos y vecinas llanitos, es que el Brexit se ha notado y que, en cuanto a su negocio, "ahora en España, por ejemplo, los supermercados compran miles de cámaras para vender más y más barato, aquí no se puede comprar tanta cantidad, no es lo mismo ya que antes".
"Somos súbditos británicos, pero gibraltareños, aquí no somos ingleses. Gibraltar es dueño y señor de la Piedra"
El turismo y el ladrillo son dos sectores muy pujantes en la Roca. El día está tranquilo para los taxis turísticos y para la oficina de turismo en la plaza de John Mackintosh. En la marina, el casino parece cerrado mientras algunos ya empiezan a tomar posiciones para la comida. Hay un teleférico que por 19 libras por persona te sube a lo alto del Peñón a ver a los famosos macacos de Gibraltar y a divisar cómo la privilegiada posición geofísica de este peñasco regala el Norte de África y el Sur de Europa en el mismo vistazo.
Un nuevo túnel, muchas grúas y 49 metros por 207.000 libras
También se ven grúas en nuevas construcciones y lujosas piscinas en las cubiertas de edificios como el Ocean Village. La inauguración el año pasado del nuevo túnel del aeropuerto, con una inversión de casi 30 millones de euros, ha desatascado las entradas tras el paso de la Verja y ha revalorizado aún más el territorio gibraltareño, identificado su Peñón en la mitología griega como una de las columnas de Hércules.
Un codiciado punto estratégico por el que han pasado todas las civilizaciones de la historia. En los escaparates inmobiliarios de Main Street se ve cómo cada pedazo de suelo en la Roca sigue exigiendo mucho esfuerzo para su conquista: un piso de 49 metros por 207.000 libras.
"Mis hijos se han comprado un piso en la torreta nueva que están haciendo; cada vez más familias tienen nuevas generaciones que quieren seguir viviendo aquí, pero no es barato, muchos se fueron hace años a España y siguen viniendo a ver a sus familias", comenta la estanquera.
A su lado, Rocío remacha: "Hay muy buena relación entre los campogibraltareños y Gibraltar, pero Madrid decide cosas que no sabe de aquí: la problemática de la frontera, familias unidas que son de aquí y de España... Las vacunas del covid que tengo puestas son de Gibraltar, pero a mí España ni me ha llamado; no tengo derecho a la atención médica en mi país, pero en cambio pago impuestos en los dos sitios".
Familias campogibraltareñas y 'llanitas'
La estrecha relación a un lado y a otro de la Verja, con 100 metros de distancia y un control fronterizo de por medio, lleva toda la vida manteniéndose y reforzándose. Francisco Oliva, que fue director del Gibraltar Chronicle (segundo periódico más antiguo de Europa), tenía 7 años cuando la Verja cerró. Un episodio traumático para muchísimas familias.
"El caso de mi familia es el de muchísimas. Por falta de espacio y vivienda muchos gibraltareños residían en La Línea o iban allí a pasar su tiempo libre. Se echaban novias, se casaban y vivían allí. Mi padre era de Gibraltar, mi madre de La Línea. Lo peor de todo era estar tan cerca. La casa de mi abuela estaba a diez o quince minutos caminando de la mía, y no podíamos ir. Era como un muro de Berlín en el sur de Europa", contaba hace unos años a EFE.
Muchos gibraltareños temen ahora un efecto contrario a raíz de las negociaciones para encajar al Peñón en la UE tras el Brexit. Que el fin de la Verja les desborde o les genere inseguridad. O no les permita hacer el negocio que hacen ahora. O se pierda soberanía. "Somos súbditos británicos, pero gibraltareños, aquí no somos ingleses. Gibraltar es dueño y señor de la Piedra, aquí mandan los cojones nuestros, que no se os olvide", sentencia Lionel Parody, taxista turístico nacido en Londres pero llanito desde que tiene uso de razón.
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