Historias de refugiados ucranianos acogidos en Jerez: "Ver la dignidad humana pisoteada te impacta"

Gerardo Arias es un pastor evangélico residente en la ciudad gaditana que ha realizado dos viajes para acoger a estos exiliados de guerra y está preparando un tercero

Vita, su hija menor, Sonia, y su sobrino, Mark, son tres de los refugiados en Jerez.
Vita, su hija menor, Sonia, y su sobrino, Mark, son tres de los refugiados en Jerez. CANDELA NÚÑEZ

Hace aproximadamente cuatro meses, el mundo quedó sobrecogido por el estallido de la guerra en Ucrania. Cientos de personas inocentes tuvieron que abandonar su casa, su trabajo, a sus familiares y amigos, dejaron atrás toda su vida. Toda Europa se ha volcado en las tareas de acogida y algunos de ellos han llegado al sur, a España, concretamente a Jerez de la Frontera.

Gerardo Arias es pastor evangélico en la Iglesia La Unión, ubicada en la urbanización Sandeman, junto a la Real Escuela de Arte Ecuestre. El inicio del conflicto armado pilló a este chileno de 50 años fuera de España, pero en cuanto se enteró de lo que estaba ocurriendo no tuvo dudas de lo que tenía que hacer. "Inmediatamente tomé la decisión de organizar un viaje y marcharme a la frontera para intentar salvar a los ucranianos que pudiera. Lo organizamos todo en un visto y no visto".

Gerardo Arias junto a Irina, una de las refugiadas ucranianas a las que han podido alejar de la guerra.
Gerardo Arias junto a Irina, una de las refugiadas ucranianas a las que han podido alejar de la guerra.  CANDELA NÚÑEZ

Su amigo Vladímir, también ucraniano, que huyó del país hace varios años durante la guerra de Crimea, le dijo que estaba preparando un viaje para ir a recoger a familiares y amigos suyos a Ucrania y Gerardo no dudó en acompañarle. "Él salió con un autobús desde Irún, donde reside, y yo desde Jerez. Nos encontramos en Los Pirineos y desde allí fuimos juntos hasta la frontera", explica.

En poco tiempo consiguieron llenar el vehículo de medicamentos, comida y ropa. Un detalle que remarca Gerardo es que "allí no comen lo mismo que aquí. Cuando me puse a preparar los alimentos me pidieron que llevara mucho pescado, ya que ellos comen atún y sardinas para cualquier comida del día".

Una vez llegaron a la frontera de Polonia con Ucrania, lo que vieron fue absolutamente descorazonador. "La gente corría de un lado para otro y no daba impresión de que se dirigieran a algún sitio. Veías que llevaban los pantalones hasta las rodillas manchados de capas de barro seco, húmedo y mojado y te preguntabas cuántos días llevarían vagando por la nada", comenta.

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Ha ido dos veces a Ucrania para acoger refugiados y está preparando un tercer viaje.  CANDELA NÚÑEZ

"Ver la dignidad humana tirada por el suelo te impacta. A tu alrededor encontrabas gente llorando, alborotada, gritando… Una mujer se estaba despidiendo de su marido como si nunca más se fueran a ver, eran imágenes durísimas", señala. Una vez se instalaron en la zona comenzaron a proponer a los grupos si querían acompañarles de vuelta a España. Tal y como dice Gerardo, "nadie quería venir con nosotros porque España quedaba muy lejos. Todos buscaban ir a Polonia o a Alemania por estar más cerca de su país, ya que pensaban que la guerra duraría apenas dos semanas".

Tras muchos intentos, Irina y su familia se animaron a viajar con ellos. "No puedo expresar la felicidad que sentí cuando nos dijeron que se venían con nosotros. Fueron los primeros que confiaron en nosotros y por eso para mí son tan especiales", afirma el pastor. Irina es la más veterana del grupo, con 56 años. Junto a ella vino a España su hija Elena con sus dos hijos.

Aún quedaban plazas por ocupar en la furgoneta, de modo que debían seguir buscando personas que quisieran ir con ellos. Tras varios días intentando que más personas les acompañasen sin resultado, Gerardo y Vladímir decidieron acercarse a Polonia. Desde el inicio de la guerra, el gobierno polaco permitió a los ucranianos residir durante un mes de forma totalmente gratuita en el país. "Fuimos a preguntarles qué pensaban hacer cuando pasara el mes y muchos de ellos no tenían ni idea", cuenta.

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Irina fue una de las primeras ucranianas a las que pudieron ayudar.  CANDELA NÚÑEZ

Por pura desesperación, algunos ucranianos accedieron a montarse en su furgoneta. "Una vez en Jerez, algunas de las personas que recogimos en los hoteles nos dijeron que a mitad de camino se arrepintieron de haberse montado en la furgoneta con nosotros porque no sabían quién era ni qué queríamos realmente de ellos", reconoce. Y es que otro aspecto dramático del conflicto en Ucrania es la cantidad de desalmados que lo han aprovechado para llevarse a estas personas y obligarlas, por ejemplo, a prostituirse.

El primer viaje fue un tanto caótico pero el segundo estuvo mejor preparado, tanto por su parte como por los gobiernos ucraniano y polaco que controlaban la frontera. "La segunda vez ya habían organizado mesas de control para saber quién venía a recoger refugiados y los militares ya estaban desplegados por toda la frontera", explica Gerardo, que añade que "existía tanto control que en los puestos militares tuvimos serios problemas para poder avanzar, nos pedían los papeles una y otra vez, pero al final nos dejaron seguir".

Ahora bien, en ambos, el dispendio económico fue altísimo. Solo en gasolina gastaron aproximadamente 5.000 euros en cada uno —hay que tener en cuenta que invirtieron diez días en ir y volver en ambos— que pudieron sufragar gracias a las donaciones de particulares, especialmente, de miembros de las iglesias evangélicas repartidas por toda la provincia de Cádiz. "No quiero señalar a nadie, pero ningún organismo público se ha volcado con nosotros aún conociendo nuestra labor. Si hemos realizado estos dos viajes ha sido gracias a los creyentes de las demás iglesias evangélicas", asegura.

Actualmente, la mayoría de los ucranianos refugiados viven en la casa del pastor, ubicada junto a la iglesia. Otros, han sido ya reubicados en centros de acogida o con familias particulares de poblaciones cercanas. Su día a día está marcado por lo que está ocurriendo a kilómetros de distancia. "Unos días se levantan felices y otros vienen a ti llorando porque un familiar o un amigo ha fallecido. Con ellos he aprendido que el idioma más universal es el de un abrazo sincero", dice.

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Los menores que han llegado a Jerez están escolarizados.  CANDELA NÚÑEZ

Porque el idioma es una barrera importante, pero hacen todo lo posible por tratar de superarla. Actualmente los niños están escolarizados y las mujeres dan clases de español por las mañanas. Por su parte, Gerardo intenta aprender también lo que puede de ucraniano para comunicarse con ellos. Aun así, indica que "si tenemos que usar palabras o expresiones básicas nos entendemos, pero si tenemos que hablar de algo más complicado tiramos de traductor".

Tal y como explica, "el hecho de que todavía no manejen el idioma dificulta su acceso al mundo laboral, pero ya hay varias mujeres que me han pedido que les busque trabajo". Porque a medida que pasan los días van dándose cuenta de que regresar a Ucrania va a ser muy complicado.

Precisamente la añoranza del hogar es uno de los aspectos más difíciles de esta convivencia. Hace apenas un par de días una madre y su hijo han vuelto a su país debido a que las tropas rusas están muy cerca de su ciudad. "La madre me dijo que no se perdonaría que a su hijo mayor, a su madre o a su marido les pasara algo mientras ella estaba aquí. Si tenían que morir, querían morir juntos. Te parte el alma y no puedes hacer nada".

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Vita y su familia son de Dnipro, ciudad objetivo de las tropas rusas.  CANDELA NÚÑEZ

Y es que las historias que rodean a estas personas son durísimas. Como remarca Gerardo, "aquí no solo hay gente de lo que llamamos clase media, también hay gente que tenía un nivel de vida muy alto y de la noche a la mañana se han quedado sin absolutamente nada". También recuerda un suceso que le marcó. "Habíamos terminado de comer y estábamos charlando con los móviles sobre la mesa. De repente, sonó una sirena en varios de los teléfonos y todos se quedaron pálidos. Yo no sabía qué estaba pasando y me explicaron que estaban conectados a la aplicación de alerta del gobierno, que esa alarma significaba que estaban bombardeando su ciudad y debían correr a los refugios para esconderse".

Una de las mujeres ucranianas que han encontrado cobijo en Jerez es Vita, que vino a España con sus dos hijas, Sonia y Katerina, el novio de esta última y con su sobrino Mark. Ellos son de Dnipro, la cuarta ciudad más poblada de Ucrania. Actualmente las tropas rusas están a escasos 30 kilómetros de la entrada a la urbe y está constantemente pegados al móvil para saber cómo está su marido, que logró huir al campo para evitar ser reclutado por el ejército y protegerse a su vez de los rusos.

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Casi todos han dejado atrás a familiares y amigos.  CANDELA NÚÑEZ

Desgraciadamente, parece que el conflicto armado va a extenderse aún durante bastante tiempo y muchos ucranianos ya han aceptado que los lugares donde vivían han dejado de existir. La situación es crítica y desde el punto de vista humanitario es necesaria la colaboración de todos para poder salvar a cuantos inocentes sea posible.

Por ejemplo, Gerardo Arias está preparando un tercer viaje para recoger a cuantos ucranianos pueda, aunque tiene el importante hándicap del dinero. "Es necesario acudir en su ayuda, pero resulta muy caro", lamenta. Para cualquier donación o consulta ha puesto a disposición de la ciudadanía su correo personal, gerardoariasberrios@gmail.com.

Sobre el autor:

Pablo Mata

Pablo Mata

Periodista, graduado en la Facultad de comunicación de Sevilla en el año 2020. Miembro de la Asociación de Prensa de Jerez. He hecho prácticas y colaborado en varios medios para ganar experiencia. También escribo en mi propio blog sobre mi pasión, el deporte, y ahora tengo la oportunidad de aportar mi granito de arena en lavozdelsur.es.

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Comentarios (1)

Natalia Hace 2 años
La intención es muy buena pero es importe que la ayuda se realizara de la forma más integral posible. La comunicación es lo primordial. No se puede traer aquí a la gente sin saber cómo te vas a comunicar con ellos. Los traductores del idioma ucraniano son muy malos. No se entiende nada. Aquí mismo en el artículo tenemos la pequeña muestra del malentendido que causa este tipo de "comunicación". Gerardo dice que nosotros los ucranianos todos los días comemos atún y sardinas en cada com
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