Aunque a día de hoy faltan esos grandes escritores y poetas que instauraron la literatura más clásica, se siguen diversificando nuevos referentes que, quién sabe, si llegarán en un futuro a ser llamados clásicos. Las últimas generaciones de escritores, que abordan desde muy temprana edad su creatividad y sus páginas repletas de versos y prosas, no son desdeñables, y los talentos que empujan con fuerza desde casi la preadolescencia, tampoco. lavozdelsur.es reúne este 23 de abril, Día del Libro, un póker de cuatro voces noveles, efervescentes, de las páginas que escribirán el futuro de la literatura andaluza.
“Encuentro apoyo con mi familia y amigos para lanzarme. Al principio escribía sola, y cuando llevaba varias páginas se lo dije a mis padres. Ellos me animaron a seguir”, comenta Lola Sánchez Montero, joven jerezana que a sus 14 años ya tiene su primer libro, Volveré a empezar, publicado y en disposición de librerías: una novela de aventuras sobre una adolescente llamada Tarifa que intenta descubrir su procedencia.
Lola recuerda el proceso con cariño: “Fue muy bonito, salía solo. Era una historia que servía para despejarme y entrar en otro mundo”. Y sin duda, se lanza a por una segunda ronda, en la búsqueda de un relato que se encuentra escribiendo desde la perspectiva de un grupo de adolescentes, los cuales experimentan una serie de sucesos extraños en plena excursión.
A ella no le faltaban nombres en sus ideas: contaba con Albert Espinosa como inspiración, y con Mundo Amarillo (Albert Espinosa, 2008), y Brújulas que buscan sonrisas perdidas (Albert Espinosa, 2013), “libros para leer varias veces”, según aclara, entre sus títulos favoritos.
Pablo Flores Zarzuela (Jerez de la Frontera, 2006), por su parte, determina el papel de su referente entre las manos trabajadoras de la popular Laura Gallego, escritora de ficción que se convirtió en una de las fuentes de inspiración de este joven autor por el título Memorias de Idhún. “Aunque ella no trabaje poesía, siempre me he fijado en sus libros, empezó a escribir desde muy joven y siempre pensé que si ella podía escribir desde temprana edad, yo también podía”, relata el joven.
Al igual que Lola, Pablo tuvo su primer libro publicado muy precozmente: trabajaba en poemas sueltos para Tormenta en el Jardín desde los 12 años, poemario que tomó forma compacta desde sus 15, cuando optó por juntarlos todos en un solo ejemplar. “Al ver que tenían todos un poco de forma, me envalentoné para mandarlo a una editorial, ver qué opinaban y, si salía bien, publicarlo”. Llegaba ese paso decisivo en la mente de cualquier escritor.
El apoyo en estos autores es fundamental. Pablo siempre contaba con sus lecturas ante los ojos de un padre y una madre que decidieron confiar en el preciado don de este joven poeta, así como sus amigos cercanos, “punto fundamental” para salir del paso. “Al principio todo parece muy utópico, muy bonito”, destaca, ante lo complicado que se les hace en el transcurso de la gestación de la obra y su publicación. Un trayecto del cual suelen necesitar mucho más apoyo que el que se recibe al principio: “En mi caso, antes de la venta tuve mucho de mi lado y, una vez publicado, el apoyo fue bajo. Mucha gente cumplió y se interesó por mi trabajo, pero no ha llegado a un público grande”.
Un caso muy común, ante la perspectiva del joven poeta, que lo percibe como un patrón. “La propia inseguridad de escribir ya nos afecta a nosotros; con el poco apoyo recibido, todo se nos complica más. Quizá haya que dar mucha más visibilidad a los autores jóvenes, no hace falta tener 60 años, ni haber escrito 16 libros para que una obra sea merecedora de un hueco, hay que publicitarlos más y atreverse a comprar más libros de primeras ediciones de chavales que empiezan”, señala. La evolución de un autor por medio de su propia obra depende del apoyo de sus lectores y de la editorial, y, aunque pueda decepcionar, Pablo asegura que también puede provocar una segunda obra que guste más: “Hay que dar un primer paso para conseguir un material mejor. Si no se hace desde un principio, no se consigue nada”.
Faltan apoyo y recursos, pero no referentes. Así lo comparte Ignacio Javier Ladrón (Granada, 1998), autor de Reset (2022): “Tenemos la suficiente inspiración de gente con buenas habilidades, pero falta sostén institucional en nuestro día a día, que las instituciones se impliquen para ello, utilicen sus recursos”. Coincide con Pablo en que, a falta de amparo y una editorial, poco saldrá adelante, y reclama la necesidad de más cultura de la poesía a pie de calle.
Ignacio Javier Ladrón tuvo sus primeras semillas de páginas sembradas allá por el 2009, cuando ganó un concurso de escritura de su escuela, CEIP Inmaculada del Triunfo, donde su relato infantil, Bruela, fue el que más conmovió. Las aulas e instituciones públicas muestran este pilar fundamental en las bases de los escritores de Andalucía, comunidad donde Ignacio, entre sus estudios, encuentra el hueco para verter los versos que completan Reset. Esta obra de poesía parte desde la adolescencia a la vida adulta, tema principal que abarca cuatro secundarios: adolescencia plena, amor, desamor y superación personal. El libro está compuesto siguiendo una estructura clásica de la sinfonía, con obertura y cuatro himnos, así como un outro.
“Fue el punto y final hacia mi adultez a través de un proceso catártico, conseguí darle sentido a toda mi juventud. Cuando pasamos de la adolescencia a la preadolescencia, pasamos de la preconciencia a la conciencia de nosotros mismos”, defiende al respecto de su poemario. A pesar de que los temas y la estructura sean tan complejos, el lenguaje lo adapta de forma más cercana y sencilla para un público más adolescente, “gente que se enfrenta a la crisis del cuarto de siglo”. Una apuesta en resultado de su admiración musical, defensa de que “cada cual se ve como el director de su propia vida, y elige el ritmo y dirección que decida darle”.
Ignacio orquestó una composición que salía del patrón clásico del verso y entraba en un clásico sinfónico. “Veo una clara influencia de la interdisciplinariedad de mi vida, uno no tiene por qué sentirse mal teniendo varias habilidades en lugar de una concreta”, confiesa, consciente de que su libro confluyen entre las distintas facetas de su labor como filósofo y futuro psicólogo.
"Tenemos la suficiente inspiración de gente con buenas habilidades, pero falta sostén institucional en nuestro día a día"
En contacto con las Poet Slam, presentes en el Ateneo de Málaga los viernes a las 18.45 horas, continúa dando voz a sus versos en micros abiertos por medio de su percepción de la nueva generación. “Si se puede definir con una sola palabra, es la democratización. La poesía se está democratizando, estamos sacando los versos de la academia a la calle, en Instagram y en concursos se escriben poesías basadas en contenidos, más popular, menos abstracta”, ante lo cual, Ignacio percibe que este nuevo siglo pide que se trabajen habilidades menos estáticas. “Antiguamente se pedía a alguien que fuera buen profesor o constructor, y que durará en esa labor 40 años, ahora el mundo cambia más rápido y pide que la flexibilidad nos lleve al ritmo de la sociedad”, reflexiona el poeta, en reflejo de unos nuevos escritores que se adaptan en su poesía y medio social.
Fuertes promesas que trabajan en sus sueños sobre el papel para alimentar la imaginación de jóvenes, niños y no tan adultos desde temprana edad. “Las nuevas generaciones vienen con pantallas, es más difícil que lean poesía si tienen TikTok, pero también se está haciendo una buena labor de los profesores jóvenes para adaptar y cubrir inquietudes y necesidades jóvenes a la nueva literatura”, remarca la poeta Laura Rosal (Jerez de la Frontera, 1988) . Instaura que, al frente de un adolescente desinteresado en autores clásicos o lenguajes más románticos y densos, siempre se pueden abordar títulos más frescos, de autoras que plasmen asuntos de su interés en cuyo lenguaje poético “no necesitan buscar siempre la rima”.
Esta autora, que actualmente reside en Barcelona, cuenta con varias publicaciones: También mis ojos (2010) la convive como “muy personal”, un poemario que lleva toda su adolescencia y juventud cogidas; entre más antologías y algunos inéditos, la traducción de Una temporada en el infierno (2013) junto a Luna Miguel, de los escritos de Arthur Rimbaud, la atesora porque, pese a tratarse de una obra popular de muchas interpretaciones, pretendían darle un tono más actual. “Cuando se traduce desde el francés, es fácil que se pierda la rima. Queríamos adaptar el lenguaje a lo que buscábamos nosotras, hasta las generaciones más actuales”, señala la poeta.
“Todo, mucho”, es, para ella, la poesía. Empezó de adolescente, sin muchos referentes porque, “lo típico, en el colegio te dan cuatro cosas y no es lo que buscas a esa edad”, reclama ella. Una vez iniciada su aventura, se adentró por la poesía de Alejandra Pizarnik (Argentina, 1936-1972), investigó en una parte esencial de su vida y consiguió plasmarlo en sus dos dotes: la fotografía y la poesía, que le facilitaron una mirada al mundo desde otra óptica. “De pequeña escribía más prosa y relatos, empecé a experimentar más con la prosa poética porque vi que se podía jugar más”, algo en lo que ella identifica que se debe, por mayor medida, al verso en la mujer poeta.
"Cuando me leen más personas, descubren rasgos de los que ni yo misma me había percatado"
Laura Rosal percibe que las nuevas generaciones de poetas se arriesgan mucho más con el lenguaje, como Ángela Segovia (Castilla y León, 1987), Sara Torres (Gijón, 1991), Luna Miguel (Madrid, 1990), así como en el tono empleado. “No hay miedo. Sobre todo, en el caso de las autoras. Leo a más mujeres, creo que ellas están publicando más que los hombres”, por lo que, señala, unas nuevas generaciones de poesía joven femenina cargada en multitud, “de bastante calidad, más numerosa que la masculina”.
De su obra destaca mirar más allá, conocerse más, a sí misma, gracias a su poesía. "Cuando me leen más personas, descubren rasgos de los que ni yo misma me había percatado”, recalca Laura Rosal, risueña, con un proyecto de prosa diarística entre sus futuras ideas. En el cajón del sastre, o, en este caso, del poeta, Ignacio Javier Ladrón también confiesa su idea de maquinar un poemario vinculado a la psicología, con “esas palabras que podrían ayudar a una persona con ansiedad cuando sufra un ataque, y así con otros trastornos mentales”. Lola Sánchez Montero alenta, asimismo, a otros para seguir el preciado don del creador de historias: "Que se animen, porque una experiencia muy bonita. Son libres, pueden hacer lo que ellos quieran porque cada libro es un mundo, y cada escritor es diferente".
Y Pablo, por su parte, se adueña de su imaginación para hablar sobre la novela que dejó en el tintero: un joven incomprendido con poderes, dones que le hacen sentirse inadaptado de los que le rodean. Ocurren amenazas graves y pide ayuda a las personas que no tienen poderes, en busca de la unión para vencer. “Un poco cliché, en la línea del estereotipo juvenil del héroe contra la amenaza”, admite, desde su inspiración de Laura Gallego. Escritores de verso y prosa que parten en defensa de dejar su huella personal para diferenciarse, que luchan por el sueño de escribir y ser leídos. Cada joven autor aporta su magia con tal de abrir paso a una nueva forma de contar y recitar sus propios mundos.
"Y entonces, el vino no me salva.
Y el origen es solo un cerrar los ojos.
Mirar al vacío, desafiante.
Dejar caer la vida, rogarle que no duela"
Laura Rosal (También mis ojos, 2010)
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