Lo que Juan Sánchez Jiménez, Juan de la Zaranda (Jerez, 1954-2013), buscaba quizás fuese la música callada de la verónica de Rafael de Paula, la soleá por bajini del Monea, el temblor del pulso de sus íntimos amigos Manuel Parrilla y los pies de bailaora volcánica de su hermana Ana Parrilla, el verso suelto de Machado, el reflejo de los espejos cóncavos y convexos de Valle-Inclán o el teatro del hambre de Grotowski. Buscaba lo imposible, lo inexplicable, como formas infinitas de triunfar sobre la muerte.
Juan de la Zaranda está muy vivo ocho años después de fallecer. Fue un 12 de marzo de 2013 cuando el fundador, junto a su hermano Paco Sánchez, Paco de La Zaranda, y Gaspar Campuzano, de la compañía teatral La Zaranda, uno de los grupos con mayor solera y trascendencia del teatro de creación en España, dejó este mundo físicamente. Tanto tiempo después, Juan sigue vivo entre quienes le trataron y conocieron de cerca, entre quienes dejó una huella imborrable de unas pasiones contagiosas, ya fuese por la enseñanza (en la definición más alejada de la docencia reglada, pese a que fue maestro en el colegio de El Pilar —los Marianistas— en Jerez), por la conversación (y la acalorada discusión), o por el teatro, más allá de su vocación y su papel de director escénico o dramaturgo.
Con apenas cinco obras para La Zaranda —con las cumbres de un lenguaje poético consagradas en escenarios nacionales e internacionales Mariameneo, Mariameneo (1985) y Vinagre de Jerez (1987), y otras incursiones en el terreno del flamenco-teatro —especialmente con la compañía de Manuel Morao y gitanos de Jerez—, Juan entendía el hecho teatral como una “emoción eterna y cosmogónica, universal”, sin etiquetas ni ombliguismos. “Tadeusz Kantor era polaco, yo soy andaluz, pero hay unos vasos comunicantes en la emoción, y el teatro es, como él decía, encontrar el punto donde se mezclan la casualidad de la vida con las leyes del arte”, aseguraba un hombre que confesaba vivir en su “exilio jerezano”.
Alejado de las corrientes y de los focos, Juan era parte del paisaje de su ciudad, iba y volvía a su colegio en taxi, y se dejaba caer por los paraderos habituales del centro para comandar las tertulias con sus amigos de siempre y con quien se encartase. En octubre llegaba el Festival Iberoamericano de Teatro, el FIT de Cádiz, y era entonces cuando Juan salía al encuentro con un nuevo mundo, donde se retroalimentaba, donde cruzaba el charco casi sin salir del pueblo. “La vida no tiene sentido sin esperar, no queda más remedio que esperar”, insistía Juan, devoto de las preguntas más que de las respuestas, seguidor del silencio más que del ruido, defensor de la búsqueda. “Tenemos que salir del cráter intentando salir”.
En la década de los 50, con apenas cinco años, marchó con su familia a la emigración francesa. En Sabatier, al norte, donde su padre trabajó en la mina, Juan cuenta que tuvo un maestro en aquella primera escuela que “incendió en mí la primera pasión por los libros, la poesía y el teatro”. Luego, ya en la adolescencia del retorno a Jerez, llegó el instituto Coloma, que “fue un hervidero de sensibilidades para mí”, donde conoció a “gente hermosa como Paco Bejarano, Perico Cómez, Carmen Infante, Gonzalo Torné, Alfonso Sánchez… grandes personas muy sensibles y comprometidas con la época que me sirvieron de una guía poética formidable, y eso no se puede olvidar”, aseguraba en una entrevista en el programa Encuentro con los libros, emitida en 2008 en Onda Jerez.
Eusebio Calonge: "A veces me pregunto si hubiésemos sido más los que hubiésemos asistido a sus ensayos qué teatro se hubiese generado a partir de ahí"
Allí empezaron las primeras obritas de teatro junto a su amigo Casto Sánchez, y el germen de lo que fue el grupo de teatro Bohemios a finales de los 60. “Conocí a Juan, para mí siempre fue Juanito, cuando éramos unos niños. Estábamos entonces en 4º de bachillerato, en el instituto Coloma. Cursamos juntos los estudios, estuvimos en la misma habitación de la pensión del primer año de universidad en Cádiz… Juan siempre llevó el teatro dentro y para mí fue siempre un genio. Un genio bastante poco valorado pero un genio, un hombre que llevaba el alma del teatro dentro”, cuenta a lavozdelsur.es Casto Sánchez, profesor de literatura y ex concejal en el Ayuntamiento de Jerez, también ayuda a rescatar la figura de un hombre que, a su juicio, “era de las personas que mejor ha dicho el verso. Decir el verso con la naturalidad con la que lo decía Juan era un espectáculo, era precioso. Allá donde esté espero que siga con la misma pasión teatral que tuvo aquí entre nosotros”.
Esa pasión teatral alumbró en 1978 a La Zaranda, de la que Juan con mayor o menor intensidad nunca se despegó, dejando como discípulo al frente de la dramaturgia del grupo a Eusebio Calonge. “Creo que fui el único discípulo que tuvo Juan, sin él saberlo”, reconoce ocho años después de su partida. “A veces me pregunto si hubiésemos sido más los que hubiésemos asistido a sus ensayos qué teatro se hubiese generado a partir de ahí, pero ya sabemos que no es el talento lo que se reconoce y todo parece disponerse para favorecer la mediocridad”.
La mano de Juan quedó por siempre posada sobre La Zaranda. En su hermano Paco, actor y director de la compañía, y en los otros miembros del núcleo duro del grupo Gaspar Campuzano y Enrique Bustos. “La de Juan era una dramaturgia muy pura, creada sobre el escenario, sus textos se creaban simultáneamente del juego que surgía de él”. En cierto modo, todavía trabajan, más de cuatro décadas después de su fundación, del mismo modo artesanal, litúrgico y empírico en su nave de Jerez.
En la última semana de ensayos antes de estrenar nuevo trabajo, La batalla de los ausentes —donde de nuevo Juan figura como una importante presencia sobre las tablas— rememoran cómo “montaba y desmontaba las escenas continuamente porque no soportaba esa parte rutinaria de los ensayos. Tuvo ese don, esa gracia, dada a muy pocos de abrir un lenguaje teatral propio. Aunque su dramaturgia, su propio mundo, quedó con gran intensidad plasmado en sus dos obras capitales, mucho de su sangre, de su temperamento artístico sigue afluyendo a nosotros”. “El amor es más fuerte que la muerte, las personas esenciales a nuestra vida nos lo enseñan”, sintetiza Calonge.
Pepe Bablé: "Un suspiro sigue clavado en la garganta porque a él el teatro español le debe mucho aunque no lo sepa"
En paralelo a su vocación artística, cuando acabó la carrera de magisterio Juan empezó a dar clases, como se ha dicho, en los Marianistas. Lengua y literatura se mezclaron con la educación física de la época, en una especie de burla macabra del destino sobre quien probablemente tenía menos pinta de deportista en el mundo. Más allá de ese detalle, son aún hoy decenas y decenas de alumnos los que no olvidan la impronta que les legó “don Juan”, como todos le conocían. Uno de ellos, Javier Benítez, es hoy periodista y director territorial de Canal Sur en Cádiz.
Con la ceniza a punto de desmoronarse del cigarro eternamente encendido, Benítez recuerda que “al principio lo conocía por don Juan, y ese era un don que era un mero formalismo al que nos obligaba el colegio, aunque luego me di cuenta de que ese don se lo tenía ganado a sangre y fuego. Por todo lo que fue en la vida, porque se convirtió en un icono también de esta ciudad, como esos otros iconos a los que él rendía pleitesía, como el flamenco o el vino, se ganó que el don siempre fuese por delante de su nombre. Siempre me acuerdo, cada vez que hablo de él, de la respuesta de su hermano Paco cuando le preguntaron por el motivo de su muerte. El motivo de su muerte fue la vida. Y creo que esa vida que él tuvo y ese legado que nos dejó nunca tendremos suficientes palabras los jerezanos y la cultura de Jerez, Andalucía y España para darle las gracias”.
El que fuera durante más de un cuarto de siglo responsable gerencial y artístico del FIT de Cádiz, un hombre de teatro como Pepe Bablé, también se suma, ocho años después, al recuerdo entrañable de Juan, “un hombre de palabras profundas y miradas amplias”. “Mi recuerdo de Juan va unido al teatro porque nuestra relación nació y creció alrededor de este hecho artístico. Teatreando. Dónde y cómo mejor. Echar la mirada atrás es toparme con un Juan de leyenda, porque con él conocimos que se podía hacer teatro desde nuestra raíz más primigenia. Y menos mal que, aunque se retiró a descansar a la eternidad, se nos revela con cada nueva creación de su familia teatrera. Es que Juan era Zaranda como Zaranda sigue siendo Juan. Una sonrisa se me pinta en la cara con sus recuerdos, y un suspiro sigue clavado en la garganta porque a él el teatro español le debe mucho aunque no lo sepa”. Entonces Bablé, amigo de tantas juergas, trasnoches e inventos con Juanito, suspira y pronuncia: “Juan de La Zaranda, casi ná…”. “¡Si el olvido debiera ser una categoría del desapego, el exceso de memoria podría acercarte a la inmortalidad! Esta frase improvisada, y sin sentido aparente, bien podría haberla dicho Juan en algunas de sus interminables y maravillosas disquisiciones”, reconoce.
En el FIT también conoció a compañeros de viaje como el dramaturgo Antonio Castaño, o a los actores Juan Margallo y su mujer Petra Martínez, una de las últimas visitas que Juan recibió en su casa jerezana de Montealegre, donde también le recuerdan vecinos como el abogado y exconcejal jerezano Mario Rosado, que tuvo "la suerte de vivir intensamente los diez últimos años de vida de Juan, ya que en uno u otro bar del barrio siempre coincidíamos".
Antonio Castaño: "Era un poeta y él mismo era poética"
"Disfrutábamos y discutíamos a partes iguales, pero no solo del teatro, sino de la vida, de cualquier cosa que veíamos pasar por delante, ya eso era algo para conversar, que era lo más maravilloso que se podía hacer con Juan", rememora Castaño, y abunda: "El recuerdo que tengo de Juan es el de un sabio, una persona perspicaz, con unas ideas repentinas… nos reíamos mucho. Había momentos que eran sublimes. Juan era un abismo de silencio y una persona de un lirismo que no he podido encontrar en otra persona. Le encantaba estar con la gente joven y apoyarles, colaborar con ellos. Era un poeta y él mismo era poética. Era un ser único que desde aquel momento me dejó huérfano".
Volviendo a Rosado, que rememora entre la multitud de ocurrencias de Juan aquel día en el que inauguraron una peña xerecista en el barrio y "él se coló con la gorra del Cádiz CF, logrando que nadie le llamara la atención por el provocador detalle, su conversación era tan rica como imprevisible. Pero siempre al final uno se iba meditando y con la enseñanza para casa. A mí personalmente me sorprendía a diario, me descubrió a Kantor y hasta me hizo leer La bodega, de Blasco Ibáñez, que hasta entonces no había leído. Era un genio en todos los sentidos, en lo bueno y en lo malo, porque también tenía sus calambrazos, pero también era muy cariñoso".
Entre sus grandes amigos, aparte de otros que ya no están como Luis Silva, Diego de los Santos Rubichi, o Manuel Parrilla de Jerez, y otros como Fidel Fernández o Luis Carrasco, está Luis Mariano Fau, un maño hijo adoptivo de Jerez, que aparte de dar clases en la escuela, fundó la compañía de teatro Mediazuela. "Hablar de Juan sería un sin parar de contar y fundamentalmente de sentir. Allí nos veíamos en la cervecería La Marea una peña muy variopinta a la que Juan se encargaba de que cada uno tuviera su protagonismo, inventando mil y una historias tan verídicas, como decía él, como fantásticas. Sabía estar con todo el mundo, era el animador allí donde fuera, asistí a gran parte de los ensayos de Vinagre de Jerez, él con su libretita, los movimientos de sus personajes dibujaditos en ella y cómo los mandaba al escenario para que otro grande, su hermano Paco, terminara de traducirlo".
"Lo difícil con Juan era sacarlo de Jerez. Le he visto con flemones porque tenía que viajar, pero incluso conseguimos que viniera a Madrid, y eso fue toda una aventura. Como amigo era lo más, cariñoso y divertido, de tertulias maravillosas y noches que se juntaban con el amanecer. Yo digo que una de las cosas más bonitas que me han pasado en Jerez es haber conocido y compartido amistad con Juan Sánchez. Todavía, cuando paso por el bar que frecuentaba en su barrio, creo verlo entrando en él, apoyarse en la barra y esperar la llegada de todos aquellos que íbamos en su busca. Juan Sánchez, allá donde estés, un beso muy fuerte, amigo", dedica Fau, una de las grandes amistades y uno de sus cómplices en su pasión contagiosa por el arte y, especialmente, por el teatro.
Maloka Rincón: "Me cuesta hablar de él en pasado porque es una persona que te deja tal huella que Juan está absolutamente vivo"
“No quiero homenajes, soy viejo pero no tanto”, solía decir Juan. Una de las que se atrevió a homenajearle en vida fue la actriz colombiana Maloka Rincón, a la que conoció en un FIT de Cádiz y con quien sostuvo su aliento teatral y su impulso creativo hasta casi el final. Maloka no solo fundó la compañía Teatro del Vinagre en honor a Juan, sino que encarnó a La Santoentierro, el último personaje que escribió el dramaturgo andaluz. “Para mí Juan fue una persona que me marcó, dejó huella, y creo que no solo en mí, sino en quienes pasamos por su lado”, responde Maloka en audios de WhatsApp al compás de la diferencia horaria entre Colombia y España.
“Tenía muchas genialidades pero si tengo que hablar de algo en concreto diría que una de sus mayores genialidades es saber leer el silencio, las palabras sin sentido aparente, interpretaba esos silencios y encontraba sentido escénico a esas palabras. Me cuesta hablar de él en pasado porque es una persona que te deja tal huella que Juan está absolutamente vivo". "Me siento muy honrada de haber disfrutado, y sufrido, del proceso creativo con él”, recuerda una mujer que estuvo durante dos años yendo y viniendo de Madrid a Jerez, en aquellos Sevibus de ocho horas de camino, al encuentro con Juan. Un encuentro que a veces era frustrante, pero que era la manera que tenía Juan de que la actriz interiorizara el personaje. "Era una Penélope que esperaba y esperaba... y no me daba entonces cuenta de lo que él buscaba". La obra, su último texto dramático, se estrenó en 2007.
“Escucha Santoentierro, los barcos nunca van a venir, los barcos están hundidos y tú estás pisando su sepultura. Los barcos ya están debajo de la tierra y están debajo de las horas y de tus pies. Escucha Santoentierro, mírame”, recuerda Maloka el texto, y resume: "Un abrazo enorme y en la eternidad para Juan. Está vivo, definitivamente. Su terquedad… es tan terco que sigue vivo". Del pueblo donde nació su padre Manuel, Juan siempre solía recodar unos versos del poeta arcense Julio Mariscal. "Un poema —prologaba Juan— que me hace recordar a Ana Parrilla y a Diego de los Santos Rubichi, que estoy seguro de que están bailando y cantando para los ángeles":
Dijiste: ¡Para siempre!…
Y te marchaste, breve, entre los pinos.
Y yo —¡Dios mío!— me iba preguntando:
¿Qué haré con tanta tarde entre las manos?
¿Qué haré cuando me enrede entre las horas?
¿Cuando la estrella clave en mí su nombre?
¿Qué harás, corazón mío?
Y ahora —ya el tiempo alfanje entre nosotros—
me sigo preguntando:
¿Qué haré con tanta tarde, con tanto corazón,
con tanto barro,
si no tengo tus ojos para alzarme?
(Del libro Poemas de ausencia)