Cerrad los ojos junto al reloj de Sol a la entrada del sendero. Llevad la imaginación 85 años atrás. Apenas unos excursionistas se entrecruzan junto al arroyo Pasadallana. El bosque de alcornoques y quejigos se hace espeso a medida que se avanza hacia El Aljibe. El musgo pone color y el murmullo del riachuelo algo de sonido a la inmensidad del silencio que envuelve al lugar. Al trepar otro montículo, emerge con todo el chorro de luz de un día soleado un pequeño valle que deja ver lo que queda en pie de la Ermita de La Sauceda. En realidad, fue ermita y escuela de la aldea a la que daban el mismo nombre que al de un diseminado con doce núcleos poblacionales que llegaron a acoger en algún momento a más de un millar de habitantes —casi 1.500, según el padrón de 1926 de todos los cantones—. Un territorio que ya en los siglos XVI y XVII sirvió de refugio a monfíes (moriscos desterrados que acabaron en esta frontera entre el Reino Nazarí de Granada y la Corona de Castilla).
En esta escarpada serranía que llega hasta el punto más alto del actual Parque Natural de Los Alcornocales pueden imaginarse, siglos después, aquellas pequeñas comunidades de pastores, corcheros, carboneros, arrieros… Nada que ver con esa leyenda negra que solo habla de bandoleros y desarrapados en La Sauceda. Sus aldeanos vivían de forma autosuficiente en este hermoso punto entre los Alcornocales y la serranía de Ronda. “Eran eso que hoy llaman ecoaldeas”, apunta Andrés Rebolledo, presidente del Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar, y nieto y sobrino de un fusilado tras el golpe del 36 en el Valle de la Sauceda. “Cuando vengo aquí con grupos siempre les invito a cerrar los ojos e imaginar cómo vivían en aquella época…”, dice Rebolledo, cuya madre apenas tenía año y medio cuando irrumpió la ignominia una noche de hace 85 años.
Adentrarse ahora en las cabañas reconstruidas —alojamientos rurales con chimenea y colchonetas para pasar la noche por 15 euros—, rebuscar las ruinas del molino harinero, los restos de piedra de la casa del alcalde… ver la Ermita desde dentro, oler sus muros y tocar esa calma que rodea al lugar… estremece. No obstante, a menos que seas un habitual de la zona o algún estudioso o comprometido con la memoria histórica, poco hace indicar al visitante lo que allí se vivió apenas 85 años antes de esta excursión de domingo. Unos tres meses y medio de resistencia, un final de octubre de bombardeos y terror caliente, y unos meses posteriores de juicios sumarísimos y fusilamientos en el cercano cortijo del Marrufo, en el municipio de Jerez, desde donde llegó, comandada por Salvador Arizón, una de las cuatro columnas que asediaron La Sauceda. El Marrufo, “propiedad de los Guerrero de Jerez”, también sirvió de acuartelamiento base para tomar La Sauceda, y acabó convertido en fosa común gigantesca, una de las más grandes que dejó el franquismo en Andalucía, en la que yace un número indeterminado de cadáveres.
Pudieron ser 300 y 600 asesinados, aseguran los investigadores, obsesionados durante años por exhumar e identificar los cuerpos y, sobre todo, por que la memoria de La Sauceda no cayera en el más irreparable de los olvidos. Entre esos investigadores está el historiador Fernando Sígler Silvera, que ha publicado hace unos meses, junto a otros especialistas como el arqueólogo Jesús Román y los antropólogos físicos Juan Manuel Guijo y Juan Carlos Pecero, Las fosas comunes del Marrufo. Vida republicana y represión franquista en el valle de la Sauceda (Diputación de Cádiz, 2021). Una monografía que es la culminación de un proceso que arrancó en 2009 con un arduo trabajo de investigación, continuó con las catas de 2011 en la finca del Marrufo para localizar posibles fosas comunes y desembocó en las exhumaciones de 2012 en el mismo cortijo, donde se hallaron siete fosas comunes con 28 cuerpos con signos de violencia.
Cuerpos que hoy reposan en el llamado panteón de la dignidad del cercano cementerio de La Sauceda, convertido desde entonces en Lugar de Memoria Democrática por la Junta de Andalucía. “Donde talaron vidas, sueños e ilusiones retoñan la memoria y la justicia”, puede leerse en un azulejo del remozado camposanto, azulejo que también recrea la vieja Ermita pintada de republicana, icono de resistencia y dignidad. Por lo demás, prácticamente todo el valle ha permanecido intacto —todo lo intacto que ha querido la naturaleza— desde que el 31 de octubre de 1936 la aviación franquista bombardeara el poblado, semiderruyendo la Ermita, hasta que a finales de los 70, ya restituida la Democracia, se hicieran tímidos intentos por reconstruir las cabañas y promover un refugio de montaña dependiente del municipio de Cortes de la Frontera (Málaga), donde se enclava oficialmente el Valle de la Sauceda.
Un diseminado de poblados "borrado del mapa"
Pero en realidad, el Valle de La Sauceda fue “borrado del mapa”, recuerda Rebolledo, quien lamenta que, a diferencia de Guernica, en el País Vasco, “estas aldeas no fueron reconstruidas con el paso de los años. Guernica lo bombardearon, pero logró rescatarse, como otros pueblos que también fueron reconstruidos, pero éste quedó destruido para siempre; un pueblo tan singular y emblemático, tan único, y quedó borrado del mapa…”. Al frente de la Asociación de Familiares de Represaliados por el Franquismo en La Sauceda y El Marrufo, el veterano activista gaditano presentó hace unos meses la restauración de la fachada de la Ermita, la primera intervención por preservar el poblado tras más de 40 años desde que se rehabilitaran algunas de sus casas.
“La Ermita es de 1923, no está catalogada como bien de interés cultural, y la opción era parchear para que durase unos años más, o tratar de recuperar el aspecto original de su fachada para que nos durara otros cien años. Todo está hecho con sumo mimo y profesionalidad”, explica, después de que la restauración de este “símbolo de resistencia” —fue La Sauceda uno de los puntos de España que más se tardó en ocupar— haya causado cierta polémica entre asiduos a este espacio natural tan cautivador.
Un territorio privilegiado pero regado de dolor y sangre. La cubierta de la citada monografía que firman Sígler y el resto de especialistas en La Sauceda y el Marrufo, que recoge en un anexo (que puede consultar aquí) de más de mil páginas datos biográficos de los represaliados, detalles técnicos de catas y exhumaciones, está ilustrada con una evidencia balística de la Pirotécnica de Sevilla del año 36 que utilizaron las fuerzas sublevadas. “Los arqueólogos —abunda el historiador—, además de exhumar los cuerpos, hicieron un rastro de todas las evidencias balísticas en la zona, que son miles, y documentaron los lugares en los que se localizaron. Es una muestra de la cantidad de disparos que allí dieron las cuatro columnas (procedentes de Jerez, Jimena, Alcalá y Ubrique), el asedio, la ocupación y los fusilamientos”. Es casi imposible saber el número de víctimas que hubo en La Sauceda, pero debieron ser muchas más de las que se han contado hasta ahora.
“Se cuenta el bombardeo a partir de una documentación que localicé en el Archivo Histórico del Ejército del Aire, y permitió, digamos, seguir la pista de todas las órdenes que se dieron para llevar cabo el bombardeo, toda la infraestructura que se utilizó; y luego también ahí localicé la composición de las cuatro columnas que ocuparon La Sauceda”, desgrana Sígler, que defiende que este libro “llena un vacío historiográfico porque, aunque habían habido algunas menciones sobre estos sucesos, prácticamente no se habían investigado”.
En el Valle se produjo el asesinato de un número indeterminado de personas, “no podemos determinar el número exacto, tenemos cifras de personas fallecidas de manera violenta, pero son fragmentarias”. Según fuentes de la propia administración franquista, “en la ocupación terrestre de una parte de La Sauceda murieron 50 republicanos, y en la ocupación por la entrada del Marrufo, 20”. A partir de testimonios de familiares, afirma el historiador, “tenemos más de medio centenar de fallecidos de manera violenta. Son cifras que no podemos amarrar. El terror caliente no dejó tantos registros como cuando ya se hacían fusilamientos a partir de juicios sumarísimos, consejos de guerra y sentencias de pena de muerte”.
En el libro también se cuenta la represión judicial a partir de estos consejos de guerra que se iniciaron desde marzo del 37. No solo perdieron la vida muchos de los aldeanos de los diseminados del Valle, también refugiados de otros municipios como Jerez, o personas que iban huyendo del terror camino de Málaga. “Había autóctonos, refugiados y gente de paso”.
Uno de los supervivientes habla en el libro, un vecino de San José del Valle recientemente fallecido y que vio con sus propios ojos el terror del bombardeo de la aviación franquista, aliada con el nazismo para tomar por aire los puntos del mapa que se resistían. “Era niño y toda su familia se refugió allí; cuenta el bombardeo, que primero hubo uno de un solo aparato, y eso permitió que en unos minutos la gente se pudiera ir. No hay constancia de muertes violentas por el bombardeo, pero sí destrucción de infraestructuras como aún puede verse. Ya cuando los sublevados entraron se produjo la quema y destrucción directa, y el poblado desapareció del mapa”, narra el historiador.
Unas vacas pastan en los márgenes del sendero que conduce a la Laguna del Moral, mientras el sol de mediodía aprieta. Una chica revisa las cabañas y otro joven conduce un pequeño Jeep por las pistas forestales de la ruta. Son dos de los empleados de la nueva empresa que gestiona el complejo rural de La Sauceda. Intercambian impresiones sobre el potencial de este espacio natural, pero no ofrecen demasiados datos al visitante sobre lo que allí ocurrió. Tampoco sorprende. A la entrada, un cartel de la Junta de Andalucía cuenta someramente la historia del Poblado de La Sauceda. Apenas tres parrafitos en español e inglés. Sin alusiones a la barbarie, sin mención al franquismo, a nada de lo que sus aldeanos hicieron por levantar este lugar.
“Sus habitantes tenían sus propios recursos vegetales, animales, combustibles, trabajaban en el carbón y el corcho… Si hubiera recursos para su recuperación esto estaría de dulce, como esas ecoaldeas que pueden generar tanto atractivo… generaría recursos al Ayuntamiento de Cortés, además de una dinámica muy interesante en el entorno de la provincia de Cádiz. Requeriría lógicamente de unas normas, de un cumplimiento a nivel de Parque Natural, pero perfectamente se podría recuperar”, fantasea Rebolledo. Recuperar sería retomar el hilo de la historia de las gentes de La Sauceda, de los asesinados, de los condenados sin juicio previo… la historia de su familia, de una parte de dos provincias, de una tierra con pan. Sería recordarnos nuestra propia memoria. Recordamos frente a la luz cegadora que cruza la espadaña de la fachada de la Ermita. Abrid los ojos.