Francisco Javier López y Virginia Morón llevan toda la vida vendiendo fruta fresca y verdura en su pequeño puesto del Mercado de Abastos de Jerez de la Frontera. De hecho, cuando a Virginia se le pregunta por cuánto tiempo lleva ella allí, responde muy convencida: “¡Ojú! Yo llevo ya más de 20 años en el mercado, porque venía de chica a ayudarle a mi madre y aquí me quedé”. Javier, su marido, que está pesando un enorme y apetitoso racimo de uvas, es también un veterano del sector. “Yo llevo 17 años aquí, desde los 21. Entré por mi mujer: este puesto era de su abuela”, explica.
Al interesarnos por su labor durante la pandemia, ambos reconocen el esfuerzo extra que tuvieron que realizar durante esos meses. “Hemos pasado un bache bastante duro con la pandemia, como todo el mundo”, relata Virginia visiblemente emocionada, “pero hemos ido sobreviviendo con mucho esfuerzo”, asegura.
“Yo me tenía que quedar cuidando de mis hijos, que son mellizos, porque no había colegio; y mi marido no llegaba a casa hasta las diez o las once, porque, cuando cerraba el puesto, tenía que llevar los pedidos a las casas. Así es como hemos podido salir a flote, pero ha sido muy duro”, explica la frutera, que, en cuanto puede, regresa a hablar con sus clientes, feliz de tenerlos allí de nuevo. Mientras nuestro fotógrafo trata de retratarla, uno de ellos grita: “¡Esfuérzate, que no vas a fotografíar todos los días a una gitana como esta!” Virginia sonríe: “Esta es mi segunda casa”, afirma orgullosa.
Mercedes Díaz, propietaria de la carnicería La Selecta, es otra apasionada de su trabajo: lleva 12 años vendiendo la mejor carne. “Me encanta el trato con el público”, reconoce entusiasmada, con el mismo brillo en los ojos que puede verse en los de Virginia. Como los fruteros, ha tratado de salir adelante durante la pandemia realizando pedidos a domicilio. “Mucha gente mayor, de la que era habitual en nuestro negocio, no tenían medios ni posibilidad de salir… Tenían mucho miedo a venir al Mercado Central. Así que, cuando cerrábamos el puesto por la tarde, nos poníamos a repartir a nuestros clientes de siempre”, nos cuenta con la mirada un poquito triste al recordar esos momentos tan difíciles.
“La gente mayor nos llamaba por teléfono y nos decía: ‘Ay, no entiendo el internet, ni tengo aquí a mis hijos, ni puedo salir a la calle...’, y a mí me daban mucha penita, porque eran nuestros clientes de toda la vida y muchos no tenían a quién acudir, así que, cuando cerrábamos el puesto, íbamos a llevarles los pedidos a sus casas”, relata Mercedes. “Se nos hacían las tantas, porque había gente mayor que no sabía darnos bien su dirección o porque surgían mil imprevistos, pero merecía la pena, porque sabíamos que estábamos haciendo una buena labor”, asegura esta carnicera veterana.
Alfonso Delgado lleva trabajando en su pescadería del Mercado desde los 15 años. Ahora, con 51, trata de mantener su negocio en pie tras la crisis económica derivada de la pandemia por Covid. “A mí la pandemia me cogió con mercancía, así que no dejé de venir a vender. Luego, con los pedidos a domicilio, nos fuimos defendiendo poquito a poco, resistiendo hasta hoy”. En los puestos cercanos, sus primos, vendedores también de pescado, corroboran las palabras de Alfonso: “Durante este tiempo hemos ido sobreviviendo como hemos podido. No ha sido fácil y la recuperación es lenta” nos explican con cierta resignación.
A tan solo unos metros de todos ellos, en el célebre puesto de pescado de San Remendao, nos encontramos a Juan Ignacio Parada, que lleva 34 años en el oficio. “Lo más duro es levantarse a las 4 de la mañana para ir al muelle: se pasa mucho sueño y mucho frío”, confiesa, “aunque yo ya no sabría hacer otra cosa”. Este vendedor fue uno de los pioneros del Mercado Central en el reparto a domicilio. “Cuando empezó la pandemia, nosotros ya llevábamos dos años repartiendo a domicilio; pero es cierto que con el Covid, los pedidos aumentaron y el volumen de trabajo era mucho mayor. Estábamos agotados”, nos cuenta.
Abandonamos el espacio de los pescaderos y nos perdemos por los pasillos del Mercado, entre los gritos de los vendedores y el ir y venir de la gente. Agustín Manseño nos atiende desde su puesto de legumbres y frutos secos. Él acaba de comenzar como dependiente, aunque nos asegura que el puesto “tiene más de 70 años, porque era de mi tía”. Lo que más le gusta de trabajar en el Mercado de Abastos es el trato especial que se da a los clientes, “muy distinto al que reciben en los supermercados”.
Miriam Alvarez, del puesto de Las Niñas del Tomate, lleva, en cambio, 15 años trabajando en el Mercado Central, desde que, con 21, pujó en una subasta por este local y logró hacerse con él. “Disfruto muchísimo con mi trabajo”, nos dice con una enorme sonrisa en la cara, “porque aquí, en la plaza, la atención al cliente es muy especial: somos todos como una gran familia”.
Cuando hablamos con ella sobre los meses más duros de la pandemia, le tiembla un poquito la voz. “Ha sido duro, para que te voy a engañar”, reconoce esta simpática dependienta. “Durante esa época, decidimos llevar los pedidos gratis a domicilio. A la gente que no tenía dinero en esos momentos, tratamos también de ayudarla cómo se podía”, nos explica Miriam con mucha humildad. “Eran nuestros clientes de toda la vida y había que echarles una mano”, concluye, como si para ella no existiera otra posibilidad más que la de ayudar.
“Ahora la cosita ya está mejor”, dice Miriam, en otro tono cuando se le pregunta por si está notando la recuperación. “La gente se está interesando por la campaña de Navidad y parece que vamos volviendo a la normalidad”. Agustín, del puesto de especias y frutos secos, coincide con ella: “Gracias a Dios, la gente está volviendo al mercado y está mostrando interés por la campaña de Navidad. Esperemos que siga así”. Ahora toca a los clientes del Mercado Central de Abastos devolver a estos dependientes un poquito de todo lo que ellos han hecho por Jerez y sus vecinos más vulnerables.