Los corrillos pequeños, de tres o cuatro, y los uniformes pintan una escena de otro tiempo. Como las caras y los gestos. Las palabras y las razones.
Todo parece de otra época. Sacado de una película de Ken Loach en una triste ciudad inglesa de los 80 pero sin la Thatcher. De un documental de minas asturianas en la Segunda República pero sin el blanco y negro. Como muy reciente, de un telediario de los 90 con el viejo puente de Cádiz lleno de barricadas quemadas por hombres con la cara tapada.
En vez del azul industrial y los viejos logotipos de Astilleros Españoles o alguna marca de coches alemanes, norteamericanos, aquí el atuendo es la zamarra de un deslumbrante verde fluorescente con la leyenda Acerinox.
Debajo de la ropa siempre hay lo mismo. La vieja lucha entre mano de obra y patrones que ahora resulta prehistórica en una tierra de camareros, funcionarios y estudiantes. Los trabajadores de cualquier factoría se han convertido en vestigios, arqueología social. Parecen alienígenas. Hasta el color propicia la confusión.
En el corazón del polígono industrial de Palmones, en esa hilera de naves y chimeneas paralela a la autovía histérica que une Algeciras y La Línea, la planta comparte entorno con una gasolinera, un Taco Bell, un Burger King, una ferretería y una tienda de muebles, gigantes.
En el acceso a lo que era el tajo, por mantener el viejo léxico, aparecen ruedas de camión achicharradas y barricadas reducidas a montículos de ceniza. Prueba de 12 días, los primeros, de conflicto y corte de carreteras. En el aparcamiento de los trabajadores, una acampada.
Una docena de espacios para coches han sido cubiertos con lonas y plásticos. Dentro, algo que sirva de mueble, mesas hechas con palés, estantes improvisados, sillas de playa y algún sofá desvencijado. Más que ofrecer descanso contagian agotamiento.
En esas cabinas, medio centenar de huelguistas por turnos entran y salen con la vista perdida, la desesperanza metida en los ojos, kilos de duda en cada brazo.
Viven la última lucha obrera cuando, para el resto del mundo, apenas existe ya. Mantienen "la huelga más larga en España. Hubo una de Tubacex, en el Norte, que duró un año pero eran paros intermitentes. La última de Navantia fueron diez días y mira la que se lió. Nosotros hacemos hoy 86 días pero los medios no nos hacen mucho caso. Igual les han dado un toque", lamentan.
Son conscientes de que más allá de Palmones, de Algeciras, les recuerdan poco y mal. El presidente de la Junta, la vicepresidenta Yolanda Díaz, Íñigo Errejón, los responsables provinciales de algún partido les han recibido. Les escuchan, sonríen, dos palmadas y todo sigue igual. Así, tres meses.
Al volver la esquina de la sede administrativa, detrás, están las dependencias para los trabajadores. Un cuarto y un almacén acogen la "caja de resistencia", la tradicional organización de emergencia para recoger y repartir donaciones con las que resistir más dos meses sin ningún ingreso.
Las pilas de huevos, galletas y leche; las bolsas de patatas y papel higiénicos están por todas partes. Van y vienen, de los maleteros particulares a los cuartos colectivos desde las que serán distribuidas.
Antonio Torrejón es el presidente de esta caja sin ahorros. "El primer mes, muchos resistieron mal que bien, todavía pudieron cobrar algo pero a partir del segundo, ni un euro de ingresos".
Comparte esta labor al frente de la caja con su participación en Cáritas, en su parroquia de Algeciras: "Al principio tuvimos que ayudar, con alimentos, a unas 17 familias. Ahora, con casi 90 días de huelga, esa cifra se ha multiplicado por tres, casi por cuatro".
Los que tienen que pagar hipoteca o alquileres "van tirando de algún ahorro pero les decimos que si no pueden pagar que resistan, que podrán pagar pronto".
Alba Herrera, ni 30 años, es la secretaria de la caja de resistencia y representa a las muchas mujeres de la plantilla de 1.800 trabajadores de Acerinox en la lucha por unas mejores condiciones laborales. "Si no fuera por ellas...", murmura Rubén Gómez Gutiérrez, el presidente del comité de empresa.
Este fondo de solidaridad, además de alimentos, recibe todo tipo de colaboraciones del entorno. Reparte bombonas de butano a los que no pueden comprarlas ya. Ha llegado algún dinero de la Coordinadora de Trabajadores del Metal, en la Bahía de Cádiz, de todos los partidos políticos, "hasta del Partido Popular en el Campo de Gibraltar", dicen con cierta sorpresa.
"Un local de por aquí nos manda pizzas cada noche. Unas compañeras organizaron un pase de modelos benéfico y recaudaron 5.000 euros, una residencia de mayores de Málaga nos ha mandado también lo que han podido recaudar".
La solidaridad constante emociona a los que la relatan en el cuarto convertido en pequeño cuartel. Además de Alba, que va y viene atareada, Antonio y Rubén, está Enrique Castaños, representante del sindicato ATA (Asociación de Trabajadores del Acero).
Juntos tratan de explicar el conflicto que cumple tres meses, el más largo en España, el más simbólico y tardío de una etapa postindustrial y tecnológica. Fijan el origen del conflicto en un cambio de directivos, en un cambio de modos, en un cambio de tiempo.
Antonio Moreno, el anterior director, jubilado hace pocos años, "era muy duro, tenía su guasa, era patrón pero había empezado en los talleres, de abajo hasta arriba, ya sabes, como nos decían nuestros padres de los directores de banco antiguamente. Era de aquí. Cuando se despidió nos dijo que le íbamos a echar mucho de menos, que no imaginábamos lo que venía detrás. Qué razón tenía".
Los que le dieron el relevo son "ejecutivos, economistas que van y vienen, sin ningún vínculo con la zona", lamenta Rubén. Ese arquetipo lo representa, según su testimonio, la nueva directora de Recursos Humanos.
Encarna para ellos una especie de "ángel de la muerte laboral" que va de factoría en factoría dirigiendo procesos "brutales" de reconversión, despidos masivos y ajustes de condiciones "inhumanos".
"Nos hemos ido informando y antes de estar en Acerinox pasó por Bridgestone, en Burgos, y por Airbus, en la Bahía de Cádiz, con los mismos métodos, con los mismos resultados".
Si no fuera ella, admiten, sería otro. Los contratan para cumplir esa función de exterminio de un modelo laboral en peligro. "Es una multinacional que ha llegado a declarar 2.000 millones de euros de beneficios anuales y siempre dice que la factoría de Algeciras es deficitaria, que hay que ajustar turnos, salarios".
Ese es el meollo, como siempre desde Dickens y Bakunin: cuanto y cómo se trabaja, cuanto se cobra. "Sólo pedimos la actualización del IPC, la tenemos en el 2% desde hace más de 15 años y ya va por el 8%, es una locura que cobremos lo que cobramos con el nivel de precios que hay".
En contra de "lo que creen algunos", intercede Antonio, los trabajadores industriales no son "unos privilegiados". Hasta hace unos cuatro años, afirma, el salario medio superaba los 2.000 euros. Ahora, "si pasa de 1.600 al mes das saltos de alegría".
El otro gran punto de conflicto, equivalente en importancia, es la flexibilidad de turnos: "Lo que proponen es una barbaridad, es inhumano. Que te puedan llamar para trabajar según sales del turno de noche. Que te puedan llamar en vacaciones, en los días libres. Quieren poder llamarnos en cualquier momento, a cualquier hora. Eso es cargarse la conciliación, la vida familiar".
Un complemento "de calidad" también está en disputa. Se basa en un relativo 30% del salario base. Aunque se ha producido un acercamiento entre lo que pide la plantilla y lo que ofrece Acerinox, aún no hay acuerdo.
Para colmo, su aplicación la consideran "demasiado subjetiva. Si unas personas de la empresa consideran que la producción ha sido buena, se paga, si no, pues no". Como prueba de arbitrariedad aportan que cuando toca paga extra desaparece el complemento de calidad, "qué casualidad".
El plus por "trabajo tóxico, penoso y peligroso" tampoco lo tienen reconocido, denuncian, cuando las tareas de la factorías entran de forma evidente en esa categoría, sostienen.
Cuando la empresa se negó a todas estas mejoras salariales e insistió en la temida "flexibilidad" de turnos, llegó la huelga por parte de la plantilla.
Acerinox, dicen, respondió con una batería de amenazas. "Hoy mismo [por el martes 30 de abril] han vuelto a decir lo de siempre, que habrá ERE, ERTE cuando la actividad vuelva, que no habrá más inversiones, que se pueden llevar la planta a Marruecos", afirman casi a coro.
Enrique, tercia, "eso de que se llevan la factoría a Marruecos en tres días si liamos la más mínima lo llevamos escuchando desde 1977, luego en 2001, en 2004, cada vez que hay una negociación. Siempre están con lo deficitario, con ajustar costes, salarios, turnos pero si tanto dinero pierden cuesta entender que la planta lleve 50 años funcionando a todo trapo aquí".
Por debajo del desgaste colectivo, del incierto futuro de los 1.800 empleados directos y de "los más de 4.000 de las empresas auxiliares que ya están empezando a sufrir las consecuencias", está el particular.
El comité de empresa de Acerinox está formado por seis miembros de ATA, un independiente, dos de UGT, dos de USO y uno de Comisiones Obreras. Los que propusieron la movilización que ya roza los 90 días fueron los siete primeros, actualmente denunciados por convocar una huelga ilegal. El resto fue inmediatamente después.
Un espontáneo pasa por la puerta y grita: "Decidle la verdad, que los demás sindicatos, los grandes, piensan que sois siete desgraciados los que habéis organizado todo esto". Los portavoces, los aludidos, miran al suelo y suspiran, como si ya lo hubieran escuchado demasiadas veces.
En cuanto la actividad vuelva a la factoría y la huelga acabe, un momento que no parece cercano, estarán en el punto de mira de la empresa. "Los veteranos y los compañeros de otras plantas nos han avisado".
La capacidad de respuesta de un comité de empresa que ha decidido "la dignidad de reclamar lo mínimo que corresponde a los trabajadores" es lo que "asusta a la empresa. Nuestra unidad es una amenaza para ellos. Creen que si ganamos esta pelea ganaremos siempre", resume el presidente del comité.
"Pero ellos [Acerinox] creen que no pueden permitirse ceder. Si quisieran encontrar una solución, podrían arreglar el conflicto mañana mismo. Sólo es una aplicación del IPC, calderilla para ellos, dejar los turnos como están, no es difícil, no es nada, pero no quieren, sería un precedente".
Al final, es una cuestión de honor, dicen los huelguistas: "Lo que temen es que hemos sido capaces de hacer esto, de resistir. Eso es lo que les da miedo. El CEO que tenía la multinacional aquí en Algeciras, un alemán, ya se lo han cargado. Según la dirección de la multinacional, ha fallado, no entienden cómo ha podido permitir que esto pase".
Pero ha pasado cuando ya no pasa en ningún sitio, cuando apenas quedan grandes empresas con plantillas numerosas. 86 días en huelga. Y puede que sean más de un centenar.