El órgano de la parroquia de Nuestra Señora de la Oliva de Lebrija, que es más antiguo que la propia torre que imita a la Giralda y por eso es conocida como la Giraldilla, lleva meses sonando como lo habría soñado el mismísimo Gustavo Adolfo Bécquer cuando puso por escrito aquella leyenda oída en el compás del sevillano convento de Santa Inés y que él mismo creyó perdido cuando publicó Maese Pérez el organista. El poeta romántico, que no triunfó en vida con sus Rimas pero sí se hizo un nombre por leyendas como esta del organista ciego que seguía tocando desde el más allá, murió sin saber que la estructura del órgano de su leyenda, que en la realidad él creía nuevo, era casi exactamente la misma que la del que hizo en siglo XVIII el organero Francisco Pérez de Valladolid en Alcalá del Río.
O sea, que el auténtico órgano sevillano en el que se inspira la leyenda de Bécquer era (y es) mucho más antiguo de lo que él mismo creyó, exactamente de la misma época ilustrada en que hubo de datarlo, muchos años después, el historiador sevillano José María de Mena. Así lo comprobó de hecho, al restaurarlo en 2016, el organero y organista, también sevillano, Abraham Martínez, que algo sabe del tema y que, después de haber pasado su adolescencia reparando las averías del órgano de la Catedral de Sevilla -en la época en que el maestro Ayarra lo tomó como adelantado discípulo- y de haber restaurado los principales órganos históricos andaluces en lo que va de siglo, acaba de resucitar ahora el más antiguo de todos: el que empezó a facturar en 1728 el organero riojano Diego de Orío y que terminó su hijo Pedro después de morir inesperadamente en noviembre de 1731…
La construcción de este órgano, en Lebrija y a comienzos del siglo XVIII, fue una rara excepción, y hasta para ello guarda esta parroquia del Bajo Guadalquivir un orgulloso paralelismo con la Catedral y la Giralda de Sevilla… En 1725, el Cabildo de la Catedral hispalense le encargó a Orío la continuación del impresionante proyecto de sus nuevos órganos porque había muerto el organero que lo había iniciado, Fray Domingo de Aguirre… Al vicario de Lebrija entonces, Antonio Ramírez Barranco, se le ocurrió pedir permiso al cabildo catedralicio para que el maestro organero De Orío visitase el instrumento con que ya contaba la parroquia lebrijana para que diese su opinión. El diagnóstico del organero riojano fue contundente: “Era mexor hacer uno nuevo”. Y así fue cómo, contra la norma tácita de que cuando un organero comenzaba un trabajo de tamaña importancia no se comprometía con otros, Diego de Orío comenzó sus trabajos en la Catedral sevillana en 1725 y, en la parroquia de Lebrija, en 1728. Su trabajo aquí, que quedó interrumpido por su inesperada muerte tres años después y que habían costado ya 8.559 reales, fue terminado por su hijo y el montante total ascendió a 21.900 reales.
Hoy en día, el órgano que Diego de Orío había terminado de construir en la Catedral de Sevilla antes de morir no existe. El derrumbamiento de una columna junto al crucero de la catedral no solo destruyó el suyo, sino los del maestro Jordi Bosch. El órgano de la parroquia lebrijana, por tanto, es el único que se conserva en toda Andalucía del afamado organero de La Rioja, pues los otros dos son el de Ezcaray, en su tierra, y el de Covarrubias, en Burgos. Sin embargo, poco aprecio se le tenía últimamente en el sur a este magnífico instrumento habida cuenta de que llevaba sin sonar, arrumbado allá en el coro de la parroquia lebrijana, casi siglo y medio. Es verdad que a comienzos de los años 70 del pasado siglo, en la época del párroco Don Gabriel, se intentó cierta restauración, pero resultó infructuosa porque solo se consiguió hacerle sonar un registro. En rigor, la última restauración seria del órgano databa de 1887, a cargo de Modesto Carreto. Anteriormente, en 1815 fue el organero Antonio Otín Calvete quien lo restauró. Y antes, allá por 1764, el primero que le realizó un “adereso” fue el padre José de la Cuesta, a la sazón trinitario calzado del convento de Jerez de la Frontera. Entretanto, el último año del siglo XVIII Francisco Rodríguez le hizo una cadereta exterior, una caja situada a la espalda del organista y que impide ver el teclado y buena parte del instrumento. Hace más de dos siglos, en todo caso, el concepto de disfrute musical era muy distinto y desde luego no estaba vinculado al sentido de la vista.
“Llevo dedicándome a esto desde muy joven”, explica Abraham Martínez, quien, entre otras acciones de minuciosa restauración durante más de cuatro años con el órgano de Lebrija, trabajando en el trascoro, ha trasladado esta cadereta también al interior, como la otra. “Yo siempre había considerado el órgano de Lebrija como un instrumento absolutamente icónico”, insiste quien desde que comenzó el siglo XX no solo ha restaurado el del monasterio de San Inés, en Sevilla, sino muchos otros, como el de La Palma del Condado (Huelva), el del Convento de Santa María la Real de Bormujos (que había sido trasladado desde el Convento de Santa Catalina de Osuna), el del Museo Arqueológico Nacional de Madrid, el de Alcalá del Río, el de Gilena -que procedía del convento de San Francisco de Estepa-, el del Monasterio del Espíritu Santo de Jerez de la Frontera, el del Oratorio sevillano de la Escuela de Cristo o, incluso en la propia Lebrija, el de su Convento de San Francisco. Tan arrebatadoramente apasionado de los órganos es Abraham Martínez, que hace solo dos años se trajo, desmontado, un órgano romántico de dos teclados y pedal desde Francia para instalarlo pieza por pieza en la Parroquia de Santa María de Daimiel, en Ciudad Real.
“Si comparamos el órgano de Lebrija con otras ramas artísticas, estaríamos hablando de un Velázquez o de un Martínez Montañés”, sostiene él mientras acaricia su doble teclado y recuerda que en el órgano confluyen todas las artes porque, inventando hace más de dos milenios, fue hasta el siglo XIX la pieza musical más compleja inventada por el hombre -como una orquesta en un solo instrumento- y “en él pueden apreciarse la arquitectura, la pintura, la escultura, la física, la química, la artesanía de la piel, el metal…”. Lamenta Martínez que apenas un 20% de los órganos de la provincia de Sevilla estén funcionando. “Los órganos no son adornos del coro alto, sino que están para que suenen”, denuncia quien ha creado, por verdadero amor al arte, una fundación bautizada con el significativo nombre de Alquimia Musicae, una entidad sin ánimo de lucro que busca fomentar la implicación personal y directa con la cultura, el arte y el conocimiento a través de experiencias artístico-musicales.
“La música es la más poderosa de todas las artes”, señala Abraham totalmente convencido. Profesor superior de órgano y licenciado en Musicología, Música Sacra y Dirección de Coros por el Conservatorio Superior de Música Manuel Castillo de Sevilla, este organero y organista de 47 años se ha volcado en las últimas décadas en la restauración y construcción de órganos y ahora forma parte, como vocal, del Instituto Español del Órgano Histórico.
Un empeño parroquial y un ciclo de conciertos
Resucitar el órgano de la parroquia de Lebrija ha precisado de la larga aventura de un lustro en el que, más allá de lo espiritual y vocacional, también ha influido decisivamente la resistencia económica por parte de una docena de fieles de la parroquia, como los apóstoles, que se han dado el rimbombante nombre de Orden de Caballeros y Damas de Órgano de Diego de Orío. El párroco, Manuel Arroyo, originario de Olivares y que lleva ahora una década aquí destinado, asegura orgulloso que “hemos organizado todo lo legalmente organizable: desde viajes a catas en el patio, experiencias sensoriales, etc.”. Toda la parroquia, desde luego, ha dado un cambio radical en lo que a conservación de su patrimonio se refiere en esta última década. Se han celebrado numerosos eventos y se han vendido miles de paquetes de patatas fritas, y todo ello después de vender un piso que una devota dejó a la parroquia al morir. “Hasta en dos ocasiones tuvimos aprobadas unas ayudas europeas destinadas a objetivos culturales como el nuestro, pero misteriosamente las perdimos al final”, se queja el párroco.
Ahora la Orden encargada del órgano se responsabiliza de su mantenimiento anual y de su afinación, y de colaborar estrechamente con el Ayuntamiento de Lebrija en el ciclo de conciertos que ya ha empezado y que, hasta la próxima primavera, traerá a los mejores artistas e instrumentos de la música religiosa mundial para acompañar al órgano. El próximo 24 de noviembre, por ejemplo, al organista Federico del Sordo lo acompañará el violinista barroco Valerio Losito; el 15 de diciembre, al organista Pablo Taboada lo acompañará la soprano Rocío de Frutos. Las entradas cuestan 10 euros.
Ya en 2025, el 19 de enero tocará el órgano el propio Abraham Martínez, con el acompañamiento del barítono David Lagares. El 16 de febrero, será el turno del organista Eudald Danti, con la soprano Fumi Katumara. El 2 de marzo, Abraham Martínez volverá a ponerse a los teclados del órgano junto al coro Rime Sparse (con Pilar Morillo, Pablo Millán, Emilio Gil y Javier Cuevas). El 27 de abril, el organista Ángel Hortas estará acompañado por el trompetista José David Guillén. El 18 de mayo, Soledad Ramírez ofrecerá un delicioso programa al órgano con la soprano Marián Pérez. Y, finalmente el 8 de junio, será Pedro López quien toque el órgano con la mezzosoprano Nerea Berraondo.
El secreto de un instrumento incomparable
Acceder al interior del órgano, como al vientre de una tricentenaria ballena que mostrara su inmenso costillar, es una experiencia sensorial única, sobre todo si un organista como Abraham Martínez está arrancándole deliciosos sonidos remotos a sus infinitos tubos con el timbre de una flauta travesera o con el registro de una corneta real o de trompetas celestiales que acusan, por dentro del barroco mueble, una solemnidad que viene de antaño, del cúmulo de perfumes compuestos por ceras, inciensos, maderas, cenizas, metales, pieles y oraciones que tanto le dicen al organero cuando ha de emprender la paciente tarea de una restauración. “Todos esos elementos se han ido macerando en el interior de su fuelle, de su secreto”, explica el experto organero, que no tiene empacho en mostrarle a lavozdelsur.es el secreto del órgano que también ha tenido que ser restaurado, es decir, el arca de viento con sus canales y válvulas al que van a parar todos los tubos. El secreto partido hace posible distinta registración en la mano izquierda o derecha de uno de los dos teclados. Y parece mentira que el verdadero secreto de un instrumento tan vasto y maravilloso radique en esa caja bien cerrada que se llama justamente así, secreto.
Abraham pasa de ser organista a ser organero cuando deja el teclado y se introduce en el mueble, entre los tubos que él mismo ha desabollado y los miles de segmentos de madera que él ha tenido que restaurar o hacer de nuevo –se les nota la diferencia por el color-, aunque la parte de carpintería más elemental ha corrido a cargo del restaurador Jorge Anillo, otro artesano que empezó su carrera con los muebles de aquellos talleres instalados en la Catedral de Sevilla, donde conoció a maestros de la talla de Enrique Lobo o Manuel Mazuecos…
“Yo tengo que escuchar quién fue cada órgano”, dice Abraham, recordando los inicios de la restauración de este de Lebrija, antes de la pandemia del Covid… “Tengo que escuchar cómo fue tratado, la dulzura o la aspereza de su carácter, e incluso el carácter de su creador original, porque ¿qué criatura no hace referencia a su creador consciente o inconscientemente?”, añade, siempre preocupado por rescatar el concepto sonoro y estético original. “Cualquier elemento, por insignificante que parezca, puede darnos una información muy valiosa para llevar a cabo una fiel restauración”, insiste Abraham, y pone este ilustrado órgano de Lebrija como ejemplo. Si Bécquer levantara la cabeza, tendría material para otra leyenda con material muy verdadero y todo sonaría a verdad.