Ella no se da ninguna importancia, porque viene de vuelta de todo; de la vida, del amor, del arte y la artesanía, de las vanidades, de su propia nostalgia anticipada, pero lo cierto es que este año es la única española que participa en el mayor evento de artesanía contemporánea, Homo Faber, esa concentración única de profesionales que transforman sus propios mundos con las manos en la coqueta isla de San Giorgio Maggiori, en Venecia, bajo el patronazgo de Michelangelo Foundation y que busca reivindicar justamente el factor humano en el escenario que Alberto Cavalli, director ejecutivo, ha confiado esta vez en el cineasta Luca Guadagnino y el arquitecto Nicolò Rosmarini, encargados de la dirección artística.
Entre casi medio millar de artesanos, solo cuatro españoles: el también sevillano Francisco Carrera, Paquili, un auténtico referente del bordado en una ciudad, la suya, poco dada a sus propios profetas; Gordiola, la compañía dedicada a la producción artesanal de vidrio soplado desde el siglo XVIII en sus hornos de Mallorca; Artefacto Madrid, el nombre con que se conocen a los argentinos afincados en la capital española Santi Carbonari y Franco Donati, artesanos de una personalísima porcelana; y Margara Cortés, la única mujer, onubense de origen que ha hecho carrera en Sevilla y que lleva algo más de una década refugiada en un taller compartido en el municipio de Villanueva del Ariscal.
Y no, no se da ninguna importancia porque Margara sabe lo que es llegar a la cima de su propio talento y volver a empezar. Dominadora de todas las técnicas de la metalurgia, desde la fundición a la cera perdida hasta el engaste de conchas, pasando por el repujado, la medallería, la joyería, la microfusión y los esmaltes, Margara se ha pasado la vida brillando en un gremio de hombres, pero siempre de puertas para dentro. Empezó, muy joven, siendo estudiante de ebanistería y restauración, pero se equivocó al echar la matrícula y terminó haciendo un curso de metalistería. Y el metal la atrapó. Tuvo su época, larga, dedicada a la orfebrería y platería de joyas y piezas religiosas. Pero ella, inquieta, fue investigando todas las técnicas relacionadas con el metal, las existentes y las que ella vislumbraba, y de entre todos los metales, incluidos el oro y la plata, se quedó con el bronce (“el que tiene una vida propia”, sostiene ella) para dar forma, moldear, fundir, pulir, soldar… en una suerte de alquimia que también le fue a ella -seguramente ajena a los procesos- transformando la vida, que siempre da tantas vueltas…
Durante 30 años, más allá de dirigir su propia fundición, se esmeró en ejecutar en bronce las obras de otros artistas, desde el gran monumento ecuestre a la Condesa de Barcelona que hoy luce en la puerta de La Maestranza, obra del escultor Miguel García Delgado, máximo representante de la figuración naturalista avanzada y culta en la capital hispalense, hasta la Medalla que el Parlamento Andaluz entregó al rey emérito, Juan Carlos I, obra del arquitecto Juan Suárez, pasando por otras propuestas como Escaramujo, de la alemana con nacionalidad estadounidense Dorothea von Elbe que lleva casi toda su vida viviendo en Córdoba.
Ellos diseñaban, imaginaban, ideaban… y Margara ejecutaba en bronce, siempre en un segundo plano, desde el más elemental anonimato pero también desde el máximo rigor. “Y nunca tuve problema con ello”, insiste ella ahora, cuando por las carambolas de la vida se le fueron difuminando su fundición y su clientela y ella empezó a escarbarse en la memoria de su propio bisabuelo, pintor de óleos cuya vocación pasó a su padre, pero nunca a ella, “que ni siquiera cogí jamás un pincel”, dice ahora, tantos años después. “Lo que sí me gustaría recuperar es aquella cajita de pinturas que tenía mi padre, creo que la debe de tener algún familiar, pero no estoy segura”, rememora mientras termina alguna de las esculturas de bronce de frutas y verduras que ahora precisan de pintura para conseguir ese aire hiperrealista con el que ha inaugurado una nueva etapa, la que la ha catapultado de artesana a artista, inspirándose en pinturas clásicas de naturaleza muerta, aunque ella las vivifique con el color: frutas, verduras, hojas, azahares, hasta corporeizar los bodegones de Zurbarán, de Sánchez Cotán, de su propio bisabuelo cuyas obras perduraron en la memoria de su propia familia desde aquella infancia suya en El Repilado, la pedanía de Jabugo (Huelva) donde empezó todo…
La única patria
Margara se ha acostumbrado a vivir apartada del mundanal ruido, en el amplio taller que supone una casona alquilada en el pueblo aljarafeño de Villanueva del Ariscal, de dos cuerpos y un corral, a la sazón sede del centro artesano Bodega de Ventura, un proyecto desde el que promover la artesanía y apoyar el trabajo de las jóvenes generaciones… Desde aquí, como una mamá grande que escucha el latido de otras ilusiones, alcanza a escuchar también el suyo en la única patria que palpita allá lejos, su propia infancia en aquel pueblo remoto y como un vergel al que luego volvió poco, “porque después nos marchamos a Isla Cristina”, cuya planicie rodeada de agua por todas partes, rememora ella, “me daba claustrofobia”, y más tarde a Sevilla.
De entonces, tal vez, ha recuperado el detallismo de sus frutas de bronce, pesadas como piedras históricas, porque “yo nunca supe pintar, y me he acostumbrado ahora”, sostiene ella, que llama acostumbrarse a mantener la exquisitez de siempre en el policromado o las pátinas de sus zanahorias, sus espárragos, sus alcachofas, sus granadas, sus peritas de agua, sus membrillos, los rábanos, las judías, los champiñones, las cebollas, las mandarinas y los pimientos. Para todo ello le ha germinado una nueva clientela procedente de sus antiguos clientes, familias de buena posición y que encuentran un lugar en sus vidas para todas las piezas que genera la imaginación de Margara, desde las propias del huerto a las que se encuentra, rebuscando en su propia dicha con alas de hada, de mariposa o de libélula. Posando divertida para el fotógrafo, imagina que es una verdulera en el mercado, y sonríe con la suficiencia de quien ha interiorizado que el rigor más imprescindible es el que exige vivir, y también le sale.
Comentarios