Marismillas es el último poblado de colonización que se construyó en la comarca del Bajo Guadalquivir, en la provincia deSevilla, pues aunque comenzó a urbanizarse en 1965, tras la expropiación estatal de la finca Cortijo de Merlina, sus colonos –procedentes de diversos puntos de Andalucía occidental– empezaron a habitar las primeras casas. Diez años después murió el dictador Francisco Franco y se entiende que es la fecha oficial de la constitución de la localidad.
Por eso en el poblado, que es una Entidad Local Autónoma (ELA) desde 1999, están ahora de fiesta, conmemorando el medio siglo de historia que ha posibilitado el nacimiento y consolidación de una comunidad tan cohesionada que, a estas alturas, y a pesar de haber perdido tanta población desde principios de este siglo, sigue recibiendo a los vecinos que ya viven en otras localidades cercanas, por cuestiones laborales, con los brazos abiertos. Y no en fechas señaladas, sino cada fin de semana. Los marismeños, que es el gentilicio que usan en Marismillas, son tan de su pueblo que ninguno de ellos se iría jamás si no fuera porque el mercado laboral, tal y como está, los obliga a buscarse las habichuelas fuera. Pero en cuanto tienen la mínima oportunidad, ya están allí, haciendo familia, piña, vecindario.
Coinciden en señalarlo así marismeños de todas las edades, desde un grupo de adolescentes que matan las horas muertas de la tarde cambiando de plazas hasta las hijas de la segunda generación de colonos, ya señoras, que han colaborado tan estrechamente en el montaje de una exposición artística y fotográfica en el pabellón público y cuyo éxito ha obligado a posponer su clausura hasta el día 24, que es cuando se organizará la gran fiesta por el 50º aniversario de la fundación de este pueblo perdido en el corazón de las marismas del Guadalquivir.


“Yo no me pienso marchar de aquí nunca”, dice Óscar, de 17 años, cuando se le plantea si tiene planes de hacer su vida en alguna localidad o capital cercana. Lo mismo opina el resto de la pandilla, Rafael, Samuel, Castor e Iñaki. “Aquí vivimos muy a gusto”, insisten. Y la misma opinión se reproduce se le pregunte a quien se le pregunte: “Es que vivir en Marismillas es calidad de vida”, sostienen unas clientas en el estanco del pueblo, que regenta Olga Blanco, aunque es propiedad de María José García.
La propia Olga, que llegó aquí con cinco años desde San Ignacio del Viar –otro poblado de colonización dependiente de Alcalá del Río- insiste en que “no cambio Marismillas por nada del mundo”, y recuerda que ella misma, que también es bailaora flamenca, ha ido mucho a Sevilla, ha ensayado con su grupo en Bellavista y hasta ha vivido allí, “pero la ciudad me ahoga, yo no podría vivir allí con tanto estrés”, señala mientras atiende, sonriente, a un cliente al que conoce de toda la vida, como a todos.
Los anteriores propietarios del estanco, que ahora es también librería-papelería, mercería y tienda de chucherías, eran Dolores y Joselito, y llevaban detrás de ese mismo mostrador más de 40 años, es decir, casi toda la vida del poblado y de la ELA, que es una entidad de población que da el salto cualitativo para dejar de ser una pedanía pero que no termina de convertirse en un pueblo autónomo, o que lo da solo en la teoría pero no totalmente en la práctica, porque “las competencias no siempre vienen acompañadas de financiación real”, tal y como se queja su alcalde pedáneo, Castor Mejías.


Denuncia al Ayuntamiento de Las Cabezas
En puridad, el cargo de Castor es presidente de la ELA, aunque aquí todo el mundo lo conoce como alcalde. Desde 2019, cuando murió su padre, que se llamaba igual que él, es la segunda generación de mandatarios de la ELA de una misma familia, muy conocida en Marismillas y muy comprometida con la izquierda. “Nosotros procedemos del Partido Comunista, dentro de Izquierda Unida”, explica Castor, “y nos enorgullecemos de que aquí todo se pueda decidir más democráticamente, con la opinión de los vecinos en asambleas”.
“Yo he mamado la política desde pequeño”, sostiene al recordar que su padre ya estaba muy implicado en las luchas sociales desde Marismillas y en Las Cabezas de San Juan, que es el municipio del que dependía el poblado de colonización y ahora la ELA. Desde 2023, el Ayuntamiento de Las Cabezas vuelve a estar en manos de un gobierno de IU, después de 16 años de PSOE, y ello ha podido ser una ventaja para Marismillas, pero vuelve a destacar la teoría sobre la práctica. Castor Mejías es contundente: “Eso creíamos nosotros”.
La principal queja es la infrafinanciación presupuestaria desde el Ayuntamiento cabeceño, la misma que sufrían con los gobiernos socialistas de antes. “Seguimos con medio millón de euros de presupuesto cuando nos corresponde prácticamente un millón”, sostiene el presidente de la ELA, del mismo color político que el gobierno municipal que lidera ahora José Solano en Las Cabezas pero que no se calla “porque es una reivindicación histórica y no seguir haciéndola ahora porque gobiernen los nuestros sería algo inmoral”.


“Vamos a denunciar la situación porque es nuestro deber”, insiste Castor mientras saluda a otro vecino que resulta ser el jardinero. En el Ayuntamiento de Marismillas, al margen de cuatro ediles de IU y uno del PSOE –ese fue el último resultado electoral– existe un plantilla de veinte trabajadores, en consonancia con sus competencias, al menos teóricas, como son la concesión de licencias de obras menores, la pavimentación y conservación de las vías, el alumbrado público, la limpieza viaria, las fiestas locales, las aguas y el alcantarillado, la recogida de residuos y los servicios funerarios.
Marismillas incluso ha implementado un técnico de Deportes y otro de Cultura porque no en vano ha desarrollado ampliamente varias instalaciones deportivas y hasta una Casa de la Música, usada por varios grupos musicales de todos los gustos y edades. Entre sus competencias no entra la seguridad, y por eso por Marismillas es tan raro ver un policía. “Antes nos mandaban hasta tres agentes”, se queja Mejías, que reconoce que, pese a la celebración de las bodas de oro, el pueblo no puede ir a mejor si las administraciones superiores no se terminan de comprometer.
Falta de vivienda nueva y de comunicaciones dignas
Al margen de la vivienda –“tenemos que conseguir hacer 25 casas por lo menos en esta legislatura”, dice Castor–, la otra reivindicación son las comunicaciones. Marismillas no coge de camino para ir a ninguna parte. No está cerca ni de la N-IV ni de la carretera autonómica A-471 ni de la autovía A-4. Dista de Las Cabezas de San Juan, su ayuntamiento matriz, algo más de 12 kilómetros. De Lebrija, 16. Las carreteras son más bien antiguos caminos asfaltados de aquella manera, o bien dependientes de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG) o bien de los ayuntamientos cercanos porque la CHG haya traspasado competencias.
De hecho, existe desde la pandemia por el covid una plataforma de pedanías marismeñas –como Vetaherrado, San Leandro, Trajano, Sacramento, El Trobal, Chapatales o Pinzón– que exigen a las administraciones más cercanas –donde también se incluyen las diputaciones provinciales de Sevilla y Cádiz– el arreglo de estas vías asentadas sobre tierras muy maleables y acostumbradas a las curvas, a los continuos baches, al parcheo y a la inexistencia de arcenes.


En Marismillas tienen relativamente cerca una estación ferroviaria, más o menos como también de relativamente cerca –o lejos– la tienen en Las Cabezas de San Juan, es decir, en medio de la marisma hasta el punto de que se precisa ir en coche. “Pero el Ayuntamiento de Las Cabezas tiene ya la partida necesaria para ampliar nuestra carretera, hacerle dos carriles en condiciones, además de arcenes, y conectarla con la estación, y luego el Gobierno central también tiene el proyecto de terminar de conectar esta misma carretera con la A-4 y con la A-471; no serían más de siete kilómetros”, sostiene el presidente de la ELA.
“Lo que hace falta es voluntad política para ejecutar ese proyecto que nos conectaría definitivamente con las principales vías de comunicación”. Lo cierto es que es peligroso circular por esta carreterita de la que dependen vecinos, trabajadores y estudiantes que precisan ir a diario a cualquiera de los dos institutos de Las Cabezas. Un invierno, la niebla o el cruce en cualquier momento entre un autobús y una cosechadora o un tractor son aquí retos cotidianos.
“El otro gran problema es el de la vivienda, porque hacen falta casas nuevas para la juventud”, dice Mejías, muy al tanto del debate en el Ayuntamiento cabeceño de si el actual PGOU permite urbanizar nuevas parcelas o se opta por la verticalidad. En cualquier caso, la vivienda ni siquiera es barata, sostienen en el grupo de vecinas que se han responsabilizado de la exposición artística y plástica y que concentra cientos de inolvidables documentos y fotografías históricas sobre el poblado para honrar la memoria de todos. Chelo García, María Josefa Piñero, Ana Montaño, Manuela Mejías, Loli Raposo, Yolanda Martínez, Loli Morilla o María Ángeles Tormo están de acuerdo en que son demasiado caras las viviendas a más de 100.000 euros.
Aunque tengan patios de 300 metros cuadrados, porque no constituyen más opción para los jóvenes que, en todo caso, aprovechar los graneros para transformarlos en viviendas que, al cabo, no cuentan con los servicios básicos. Como ocurre en tantos poblados y pedanías alejados de los grandes núcleos de población, los grandes patios o corrales –muy codiciados- también se prestan a la siembra de cultivos alternativos, no siempre legales, que desde luego no representan “los cultivos sociales” que suponían la remolacha, el algodón o el trigo, que aparecen en el escudo y la bandera de la ELA, y hasta en el enorme mural que se ha pintado estos días festivos en la entrada del pueblo, y cuyas antiguas parcelas, según reconoce el propio alcalde, están ya en manos de 14 ó 15 familias solamente.
El nuevo propietario del único supermercado del pueblo, Gabriel Mohíno (35 años, marismeño de tercera generación), ha sido uno de los jóvenes que ha apostado por convertir el granero de una de las antiguas viviendas configuradas para la vida agrícola en casa actual, pero reconoce que “no es lo suyo”. Hace meses que regenta el supermercado, que ha pasado por varias manos en la historia de Marismillas y que sigue conservando el nombre de “Paco”, y está decidido, con la arriesgada inversión que supone –“aunque me han ayudado los Mora”-, a no marcharse del pueblo. “Lo vamos a intentar”, señala mientras se fotografía junto al equipo de sus empleados. “Mis padres solo me han enseñado a luchar y queremos quedarnos aquí”, dice orgulloso.


Caída demográfica
Los datos demográficos, pese al entusiasmo de los marismeños por seguir viviendo aquí, son contundentes. En lo que va de siglo, que es el tiempo desde el que Marismillas se convirtió en ELA, ha perdido casi un millar de habitantes. Hoy apenas supera los 1.400 vecinos. A principios de siglo, tenía casi 2.300, justo los que tiene hoy El Palmar de Troya, por ejemplo, que dio el salto de ELA a ser el pueblo 106 de la provincia de Sevilla en el año 2018. Hoy solo existen dos entidades locales autónomas en toda la provincia: Marismillas, que en todo caso es la pedanía más grande y poblada de la comarca del Bajo Guadalquivir, e Isla Redonda-La Aceñuela, que depende de Alcalá del Río y que apenas supera los 300 habitantes. También las provincias de Huelva o Málaga cuentan solo con dos ELA. Otras, como Cádiz, con muchas más, hasta diez, la mayoría dependientes de Jerez, como La Barca de la Florida, Guadalcacín, Nueva Jarilla o El Torno.
En el monolito de homenaje “al inicio de la vida en Marismillas” que se ha inaugurado hace solo unos días, con motivo de las bodas de oro del poblado, se organizan los apellidos de las primeras familias que aterrizaron aquí en aquellas ocho primeras calles. Así, de la calle Miracabeza, por ejemplo, se recuerda a emblemáticas familias de hace medio siglo como los Raposo Osuna, los Romero Moriana, los Aguilera Molina o los Mejías Sánchez. De la calle Doña Sol, a las familias Arahal Martín, Alcón Sánchez, Daza Espinosa, Venegas Barrios o Montero Rosado. De la calle Artista, a las familias López Jiménez, Camacho Egea o Casado Matos. De la calle Requiebre, por su parte, a familias como los Martín Romero, los Vega Campanario o los Muñoz Zambrano, entre otras. De la calle San Gil, a familias como los Prior Piñero o los López Seda. De la calle Caballero, por otro lado, a familias como los Reguera Cava o los Ramos Luna. De la calle San Blas, están ahí para la Historia las familias Escobar Velázquez o los Espinar Jiménez. Y de la Plaza Mayor, a familias como los Durán Bayón o los Vela Morón. Y así hasta 65 familias que inauguraron la primera fase de casas que todavía hoy conservan ese clasicismo inicial frente a la siguiente promoción, entregada ya en el año 85 y “que fueron un fraude en parte con esos techos de uralita”, se queja Castor Mejías al pasear junto a ellas.
Una farmacia, un cole y media docena de bares
La única farmacia del pueblo, muy próxima al centro de salud, pertenece a la licenciada María José Domínguez, de Dos Hermanas. En el mostrador, atiende la jovencísima Marta Sánchez, de Las Cabezas, que sonríe cándida a quien entra y reconoce que por la tarde apenas si van “los niños para pedir pegatinas”. Al revolver la esquina, se encuentra el bar más grande del pueblo, aunque hay unos cuantos más pequeños, como media docena. En la puerta se fuma un cigarro Antonio Beato, 82 años –aunque no los aparenta-, que conoce estos terrenos desde mucho antes de que naciera Marismillas como tal. “Me trajeron con tres años a una choza que estaba ahí en medio, cuando esto era todavía la finca de Merlina”, dice, y señala la entrada de la parroquia, donde hay varios coches estacionados frente a la casa del cura, el colombiano Fredy Arias que hizo el milagro de repartir un buen pellizco de Lotería de Navidad nada más llegar a Marismillas allá por el año 2017... El viejo Beato se niega a que lo fotografíen. “Yo soy muy feo ya, que retraten mejor a los correcaminos esos”, bromea, señalando a los chiquillos, “o al alcalde, que lleva aquí un rato en comparación conmigo”. Sus cuatro hijos siguen viviendo en Marismillas, excepto uno, que trabaja “con la ambulancia en Las Cabezas y se ha mudado allí”.


El pueblo está limpio y su gente anda como resacosa después de tanta fiesta, con divertidas actividades para todas las edades, juegos infantiles de otra época para alimentar la nostalgia y visitas culturales por las infraestructuras más señaladas, pero también con mesas redondas sobre la realidad de las entidades locales autónomas y proyecciones de antiguas representaciones teatrales montadas por el vecindario. El colegio, el CEIP Cerro Guadaña, estuvo cerrado al final de la semana pasada por el festivo local, el 9 de mayo, pero luce especialmente decorado por la fiesta conmemorativa, al igual que la escuela infantil, Arcoíris, que este curso acoge a casi 40 menores de tres años. De ellos depende el futuro de esta ELA que, de momento, está muy orgullosa de su pasado.