Agustín Pérez, de 85 años, y su mujer María Bejarano, de 82, son los últimos testigos de un barrio tan jerezano (y olvidado a partes iguales) como es San Mateo. Ellos nacieron y se criaron en sus callejuelas, han desarrollado un oficio durante 50 años en su plaza central y son grandes conocedores de las historias y anécdotas que encierran sus muros. Su generación quedó marcada por el exilio a la periferia de la ciudad en los tiempos de bonanza y abandono por parte de las administraciones, de hecho ellos mismos estuvieron viviendo un tiempo fuera, hasta que hace 10 años volvieron para seguir pasando sus días en el lugar que los vio nacer. Ella lo hizo en la calle Liebre, él en la plaza Becerra.
En el año 56 abrieron el negocio familiar, una droguería. A la pregunta de cómo se llamaba, se encogen de hombros, se ríen y responden “pues la droguería del barrio, la droguería de San Mateo”. Él fue y sigue siendo pintor; ella estuvo al frente de la Asociación Vecinal del Centro Histórico y de Proyecto Hombre. Juntos han tenido una vida marcada por el activismo para conseguir un barrio más digno y por ayudar a sus vecinos. “A nosotros venía todo el mundo a contarnos de todo, las alegrías pero también las penas”.
Agustín ante todo se considera droguero, pero sus cualidades artísticas se reflejan en la pintura y la música, de hecho fue organista de la iglesia del barrio. Suyo es el bajorrelieve del balcón principal del Museo Arquelógico y la reja de Santa Marta. Hoy recibe a la vozdelsur.es en proceso de recuperación de una caída que tuvo hace unos meses y por la que pasó unas semanas convaleciente: “Cuando llegó a casa esto era una peregrinación continua de gente queriéndolo ver. Los hermanos del Desconsuelo me llamaron para decirme que habían rezado por él en la puerta de la Iglesia, en la misa y en la capilla del Señor de las Penas. Será por lo que sea, pero ese día se recuperó”, cuenta su hija Marina mientras saluda cariñosa a una vecina desde la azotea. “El barrio es así”.
San Mateo, corazón del Jerez amurallado y barrio más antiguo de la ciudad, tiene como epicentro la plaza del Mercado, que persiste entre el abandono del Palacio Riquelme y la proyección del Museo Arqueológico. En esta zona aún se puede respirar lo que en otros tiempos fue: mercado árabe en la Edad Media y centro neurálgico desde la Reconquista (1264) hasta el siglo XVIII.
El barrio, la plaza, la casa
Es aquí, en la antigua plaza de Zarzaín, donde se encuentra la casa de los Pérez-Bejarano, una casa que bien podría ser un museo, pues todo cuanto en ella está, guarda y cuenta alguna historia: un poema escrito a mano por el poeta Francisco Bejarano, hermano de María, un antiguo peso Berkel, la mesa de carpintería del padre de Agustín o una foto de San Lucas realizada por Manuel Iglesias Caraballo, pionero de la fotografía y las artes gráficas en Cádiz. Marina, única hija del matrimonio, vela por estos recuerdos y recorre la casa maravillada, consciente de que custodian un trocito de historia entre esas paredes.
La casa perteneció, allá por el siglo XIX, al administrador del palacio Riquelme, y luego pasó a ser una casa de vecinos. Hace 30 años que la familia la compró pero hasta hace unos 10 no se mudaron, una vez estuvo rehabilitada la planta baja. De hecho, actualmente la segunda planta sigue esperando a ser reformada, aunque Marina reconoce que le encanta tal y como está. Aún se pueden ver restos del falso techo, hoy en día derribado para dejar a la vista las antiguas vigas de madera. También hay un arco ennegrecido, señal de que allí había una antigua cocina. Agustín y María cuentan cómo era la vida en aquellos tiempos de patios de vecinos: “En esta casa entera vivían seis familias, y en cada una de las habitaciones, familias enteras. De hecho, en la que hoy es el estudio estaba una familia de cinco personas. La casa tenía un baño y una cocina compartida, y el lugar donde se hacía vida era el patio y la calle. En este sentido, no nos extraña que la gente buscara las comodidades de las casas nuevas de las barriadas, las del centro histórico se fueron quedando muy viejas y las familias vivían hacinadas. El problema es que deberían de haberlas reformado para que la gente no se hubiera ido del barrio”.
Muchas vidas caben dentro de San Mateo
En este barrio estuvo el zoco en época árabe y durante los siglos posteriores albergó numerosos palacios de la aristocracia jerezana. En el siglo XIX se rodeó de núcleos bodegueros (una industria que recaló en pleno centro histórico), modificando el paisaje urbano para siempre. Hasta principios del siglo XX, seguía siendo un barrio animado y popular, pero con el paso de los años sus vecinos se fueron marchando y el barrio entró en un proceso de decadencia del que todavía está recuperándose lentamente. “De este barrio se han olvidado durante mucho tiempo”, declara María. “Antes se escuchaban a los niños jugar en la calle, pero también diré que ahora no se escuchan porque están en los colegios, y eso me parece un avance de este tiempo”.
San Mateo vivió, sobre los años 70, una época oscura. “Cuando los americanos de la base de Rota vinieron a Jerez se iban a Rompechapines, una antigua zona de prostitución. Con el tiempo se empezó a vender droga por las casas y hasta tuvieron que venir los antidisturbios. Empezaron a limpiarlas, pero el problema es que las personas que se iban, ya no regresaban, ni nadie nuevo se instalaba en el barrio”. “La lucha ha sido muy dura, nosotros llegamos a tener policías secretas en la puerta de la droguería”, cuenta Marina.
Agustín y María han luchado incansablemente para que el barrio fuera un lugar agradable y seguro. “Llegué a hacer cinco verbenas a las que venía gente de todas partes”, relata Agustín. “Si tuviera que pedir un deseo, sería que restauren todo lo que queda, que se haga un esfuerzo para traer vecinos”.
María, Agustín y Marina observan su propia casa y de cada rincón sacan algo nuevo: ¡Mira, ese cuadro es de 'la Curra', una gitana morena muy bajita que siempre llevaba una flor en el pelo, y si no encontraba una flor se ponía un jaramago o una ortiga!”, cuenta María sobre una de las vecinas que recuerda. También enseñan fotos con ‘el Pantera’, que asistió a la inauguración de una de las exposiciones de Agustín, y hasta un libro que recoge una serie de charlas que dio María en Barcelona, a un ciclo de conferencias al que fue invitada como "experta del barrio".
El testimonio de esta familia no solo recoge la historia reciente de San Mateo: escriben una parte de la historia actual, como los vecinos más longevos que quedan en este rincón de la ciudad, los últimos que pueden contar los relatos de otra época en primera persona. Aún así, el recuerdo no los hace volverse esclavos del tiempo pasado, pues esperan, con expectación, la llegada de un tiempo mejor para este barrio que cada día parece despertar un poco del letargo.
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