El mugido de una vaca se escucha en mitad de una explotación ganadera de Las Pachecas. El Jerez rural se siente en un terreno donde se lleva a cabo la producción de leche. Un lugar donde reina la calma y el tesón de Pilar Arteaga Esteban.
A sus 28 años, esta joven natural de Brihuega, en Guadalajara, gestiona el plan sanitario y reproductivo de 605 vacas, además de las compras de suministro, los cuidados veterinarios y la negociación para vender el producto, entre otras funciones.
Ella está al mando de una granja en la que aterrizó en noviembre de 2020 después de haber estudiado Veterinaria en León y trabajado en el laboratorio de un centro de inseminación de toros en Bilbao. “Desde pequeña siempre me ha llamado la atención el campo, en mi pueblo he estado muy vinculada a los animales”, dice la ganadera por vocación que también probó en una clínica tras la insistencia de sus padres.
A Pilar no le hizo gracia estar entre cuatro paredes. Ella quería respirar aire puro y mancharse las botas de excrementos. “Las ocho horas se me hacían eternas, aquí trabajo 12 y no me importa”, confiesa mientras se acerca a unas novillas de entre 10 y 16 meses.
“Siempre me ha llamado la atención el campo”
En cuanto tuvo la oportunidad, se instaló en Jerez. El gerente anterior de la empresa Ganadería Las Pachecas se jubilaba y los dueños buscaban una persona joven con un proyecto innovador. Pilar era la elegida para dirigir esta explotación con más de 60 años de historia que inició su andadura con vacas traídas de Estados Unidos.
“Una familia de Cantabria emigró a México y, cuando regresaron la montaron aquí, hace unos 45 años la compraron otros cántabros”, cuenta la veterinaria. Fue uno de los trabajadores veteranos quien le contó el origen de su lugar de trabajo. “Fueron hasta Sevilla para traer las primeras vacas”, dice. Eran vacas Holstein de raza vacuna.
Aunque no era la primera vez que se adentraba en una granja, -hizo prácticas en el País Vasco- sí era una nueva experiencia manejar el timón. Y sus comienzos no fueron fáciles, no porque empezara viviendo sola en el edificio de la explotación, sino porque asomaba la cabeza en un sector primario liderado por hombres.
En plena pandemia, Pilar se enfrentó a aquellos ojos masculinos que no terminaban de convencerse de su capacidad. “Les chocó mucho que una chica tan joven se fuera a encargar de todo esto. Ellos me veían como una niña, como si fuera su hija”, recuerda la guadalajareña.
Para ella el principal desafío fue hacerse valer entre “señores mayores como mi padre”. Una vaca muge como si quisiera sumarse a la reivindicación. “Todo el mundo ponía en duda que yo pudiese sacar esto adelante y en la cooperativa, al principio, me miraban más”, explica la encargada de coordinar a ocho hombres.
Para demostrar que entendía del tema, Pilar inseminaba y ordeñaba con ellos hasta que, poco a poco, confiaron en ella y pudo delegar funciones, “si no me vuelvo loca”. Al cabo de los meses, tras el choque inicial, ellos mismos le comentaron que “le veían muy joven y pensaban que tenía poca experiencia”.
Con el tiempo vieron que estaban equivocados y que Pilar estaba preparada para convertirse en una de las mujeres invisibilizadas del sector. “Hay muchas, pero no se nos ve”, dice acariciando un ejemplar.
Unos terneros con apenas cuatro días de vida intentan ponerse en pie para beber mientras otros crecen. “Cuando cumplen 14 meses las inseminamos por primera vez. Tienen una gestación de 9 meses y, cuando nacen los terneros, empiezan a dar leche”, señala. Al otro lado, algunas vacas están a punto de parir, otras merodean a sus anchas por el recinto exterior y otras, toman el sol.
"Hay cosas que están a merced de la biología"
Una vez, algunas vacas se escaparon, pero pudieron recuperarlas ya que el terreno está vallado. Pero, para Pilar, lo peor que puede ocurrir en su rutina no es eso. “Lo que más me duele es que un animal se muera, los días que pierdo alguno son los peores”, reconoce la ganadera, que suele toparse con problemas “porque al final son animales, no máquinas y hay cosas que están a merced de la biología”.
El lado bueno de su trabajo recae en los nacimientos. A la gerente le encanta ver nuevas hembras sanas porque significa que se han tomado las decisiones correctas, y “eso me reconforta”.
Consciente de que una mala resolución puede tener “consecuencias nefastas”, ha sabido rodearse de un equipo en el que deposita su confianza para producir alrededor de 13.000 litros al día extraídos de 300 vacas.
“Lo que más me duele es que un animal se muera”
La leche producida se deposita en camiones que viajan a las fábricas de Puleva en Granada. Además, la cooperativa en la que trabaja Pilar ha creado una marca llamada Los Vaqueros del Sur que se vende en Lidl. “Es una leche fresca que hay que consumir en 15 días, se mantiene el sabor de la leche original, no es como la de tetrabrik que lleva su proceso”, señala.
La joven asegura que es una buena temporada para la producción. En verano es todo lo contrario, el calor afecta mucho y no todo va sobre ruedas. El viento sopla y los ojos de Pilar se entornan por la claridad. En la escena entran varias vacas que descansan en cubículos de arena de cantera –“muy fina y suave”- donde están muy cómodas.
Pilar explica desde la nave de producción cómo lleva el control de la granja. Lo hace a través de un programa informático creado en Estados Unidos que permite analizar los datos de manera exhaustiva. Las Pachecas es la primera granja de España que apostó por la tecnología e implantó en marzo de 2021 Bovisync.
“Me arriesgué a introducirlo, aunque está en inglés, pero lo traducimos poco a poco”, dice la joven que utiliza el móvil o la Tablet para saber cuántos litros de leche ha producido una vaca.
Pero Pilar va más allá. Pronto introducirá crotales con sensores que miden la actividad de los animales. “Te manda una señal al programa y te dice, por ejemplo, si una vaca empieza a cojear o si está en celo, cuando lo están se mueven mucho y es el momento de inseminarlas”, destaca.
Un avance tecnológico que espera que se expanda por las explotaciones ganaderas, aunque sea un deseo costoso al ser personas mayores la mayoría de los trabajadores.
A su lado, varias vacas en fila india entran en una sala donde se ordeñan tres veces al día. “Estas comen una base de maíz a la que se añade soja, cebadilla, semilla de algodón y ahora naranja”, dice. El alimento del ganado se siembra en la misma granja, por ello, la sequía latente supone un problema más.
“Nos afecta mucho, nosotros ensilamos maíz. Creo que nos vamos a ver un poco limitados este año”. Sin perder la sonrisa, la ganadera le acaricia la nariz a uno de los terneros que acaban de nacer. A veces los sueños no convencionales se cumplen.
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