Paquita, la mujer que ha cambiado Grazalema por las chabolas de Huelva para ayudar a los migrantes

Aunque visitaba los asentamientos con Cruz Roja, durante la pandemia se quedó en paro y decidió vivir en uno de los asentamientos de Lucena del Puerto, donde da clases y gestiona los papeles de los migrantes

Paquita en el asentamiento de Lucena del Puerto.
Paquita en el asentamiento de Lucena del Puerto. MAURI BUHIGAS
09 de febrero de 2025 a las 09:08h

"No soy nada. Ni abogada, ni profesora, ni enfermera. Pero les doy clases, meto los papeles en extranjería y les hago la primera cura. En Cruz Roja me llaman Madre Teresa de Calcuta". Es la carta de presentación de Paquita, aunque en los asentamientos chabolistas de Lucena del Puerto todo el mundo la conoce como 'mami'. Es un apodo que realmente define lo que esta gaditana supone para la comunidad migrante que vive en condiciones infrahumanas y que, muchas veces, debe enfrentarse a dramas como el de 'Cuyo', el último ghanés fallecido en Huelva por el incendio de una chabola.

Aunque ha nacido y se ha criado en Grazalema, llegó un momento en su vida en el que vio que su lugar era otro. Paquita conocía los asentamientos de haber acudido con la Cruz Roja, pero estaba aún lejos de conocer la realidad del día a día. Ahora, tras desvincularse de la ONG, prácticamente es la persona que se encarga de todo lo que necesitan estos migrantes para vivir de forma más o menos digna.

La pandemia fue un punto de inflexión. Vivía y trabajaba en Huelva, pero se quedó en paro y pensó en trasladarse a los asentamientos. La primera reacción de sus compañeros de Cruz Roja fue "tú estás loca". Pero no lo estaba. Lo decía convencida y varios años después ahí sigue, aunque sólo entre diciembre y marzo, ya que el resto del año trabaja en almacenes de Logroño y Huesca. "Desde el primer día vieron que yo ayudaba de corazón, así que me respetan al máximo", dice a lavozdelsur.es.

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Paquita en su chabola, donde también hay una bandera de Ghana.   MAURI BUHIGAS

Los inicios no fueron fáciles. De hecho, todo comenzó con la pandemia. Paquita se encargó de que todos tuvieran tarjetas sanitaria para que se pudieran vacunar. Eso sí, los migrantes pusieron como condición que ella lo hiciera primero. La Cruz Roja se encargó del resto. Antes, cuando esta grazalemeña acudía con la propia ONG lo hacía sin conocer nada del funcionamiento administrativo. No sabía que no tenían papeles ni cómo había que regularizar su situación sanitaria. "Mi concepto en Grazalema es que todo el que entraba en España tenía papeles porque en la Sierra de Cádiz no hay inmigración", asegura.

Poco a poco, todo el mundo fue cogiendo confianza con 'mami'. Ella iba y venía desde Punta Umbría hasta Lucena del Puerto entre mayo y octubre. "Mi día de descanso era una locura porque todo lo pendiente tenía que resolverlo. Llevo cinco años a piñón fijo", cuenta. Eso no ha cambiado. En su chabola se pueden ver decenas de documentos. También un móvil que no para de sonar. 

Estos días, Paquita ha mantenido contacto con la hija de Cuyo, el ghanés fallecido en un incendio. La gaditana ha sido la encargada de hacer todas las gestiones y de organizar que su tío acuda al juzgado para la prueba de ADN. De todas formas, pese a su trabajo, los tiempos son los tiempos. "Va a pasar un año y voy a tener el cuerpo en el Juan Ramón Jiménez", lamenta.

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La gaditana pasa varios meses al año en el asentamiento.   MAURI BUHIGAS

Este fallecimiento ha sido especialmente duro, ya que Paquita acaba de llegar de Logroño, donde trabaja en un almacén. La realidad le ha golpeado de lleno. "Yo los comprendo entre comillas, no todos son iguales, pero están fuera de su país. A muchos se les ha muerto un familiar y no han podido ir porque no tienen papeles. Se tienen que desahogar", afirma. El día antes del incendio ella tuvo una conversación con el propio Cuyo, quien llevaba dos años con los papeles caducados.

"Todos acuden a mí por una cosa u otra", añade. Tras varios años ha conseguido tejer relaciones con algunos empresarios para que contraten a estos migrantes. A partir de ahí, ella se encarga de meter los papeles en extranjería. En los últimos dos años calcula que ha gestionado medio centenar. "Puede sonar a poco, pero cualquier abogado te dirá que no lo es. Hay personas que llevan 20 años y han conseguido papeles por mí". Sin embargo, con la última gestión no ha habido suerte. "Me ha llegado denegado porque es temporada baja y el empresario no tiene a nadie dado de alta. Me he quedado cuajada", señala.

En cualquier caso, su constante presencia ha evitado las estafas que se producían antes de forma recurrente. Muchos migrantes llegaban a pagar 3.500 euros por un contrato para que no tuviera efecto. "Ellos dicen que son falsos, pero no es que sea falso, sino que el empresario tenía deuda con Hacienda. Llegó un momento en el que me harté de que pagaran y les dije que mientras les pudiera ayudar, los iba a ayudar", sentencia Paquita antes de aclarar que "los empresarios que conozco son buenos y legales".

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Paquita junto a la última chabola que ha salido ardiendo.   MAURI BUHIGAS

Lo administrativo tan sólo es una de las partes que Paquita ha introducido en estos asentamientos. Otra pata fundamental ha sido la de dar clases. Principalmente de español. Acaba de formar a cuatro migrantes que han logrado un contrato de marineros a través de Cruz Roja. No obstante, antes eran recurrentes. "Ahora no doy clases porque tengo poco tiempo". Una iglesia sirvió como aula. Al poco tiempo ya acudían entre 40 y 50 migrantes, algo que provocó que tuviera que pedir ayuda a la Cruz Roja. La presencia de Paquita cambió la dinámica del asentamiento ya que años antes los habitantes del lugar habían rechazado un profesor puesto por la ONG. Gracias a algunos contactos llegaron los pupitres, la pizarra o el material escolar. La idea es retomar esta iniciativa en las próximas semanas a través de otra ONG que se ha ofrecido para dar clases los lunes y los miércoles. Paquita acudirá los primeros días para que cojan confianza con los nuevos docentes antes de marcharse a su trabajo en el norte del país.

La grazalemeña se irá en cuerpo, pero no en alma. "Allí trabajo más que aquí", dice. Se refiere a que desde Logroño mantiene un contacto permanente con la administrativa del centro de salud para avisar de que algunos migrantes van a llevar papeles para sellarlos. El tono cambia cuando habla de gestionar una desgracia desde la distancia. "He vivido dos incendios estando arriba y como estoy en otra comunidad no salta el 061 de Andalucía. Tengo que llamar a los guardias que conozco", explica sobre la forma de actuar. "Ellos (los migrantes) no se atreven a llamar porque si tardan 10 minutos se creen que no les hacen caso".

El papel de Paquita para algunos de los que viven en estos asentamientos va más allá. Kennedy es el ejemplo más claro. Tiene azúcar y se quedó ciego. Pero esta gaditana se encarga de llevarle sus medicamentos. Más grave aún es el caso de un chico al que le diagnosticaron leucemia y que actualmente se encuentra en el Hospital de La Paz de Madrid.

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La apodan 'mami' y se encarga de todas las gestiones.   MAURI BUHIGAS

Su chabola es como la de los demás. Tazas, tabaco, algunas sillas y una bombona para poder cocinar. Poco más tiene Paquita en esta zona de Huelva, donde pasa tres meses al año. Cuando sale de su vivienda, varios migrantes no dudan en acercarse para preguntar "mami, ¿cómo estás?".

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Emilio Cabrera.

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