Como en otras poblaciones marineras, dicta la tradición conileña que el viento que predomina en la noche de San Juan, la noche más larga del año, será el que marque el resto del verano. En el pasado San Juan hizo poniente y en este último día del mes de junio, a las puertas de la temporada alta, manda el poniente.
“Hará algún día de levante, pero yo juraría que va a llevarse así todo el verano”, remacha la predicción Sandro Rodríguez, uno de los encargados de El Pasaje, el establecimiento hostelero más antiguo de la villa. Enclavado desde 1929 en primera línea de costa, el restaurante nació en Conil de la Frontera como han nacido tantas otras cosas en esta población: al calor de la pesca y, especialmente, de la almadraba.
El arte milenario de captura del atún rojo salvaje mueve Conil desde tiempos de los fenicios. Mucho tiempo antes de que, a finales del siglo XIII, Sancho IV donase el territorio tras la Reconquista a Alonso Pérez de Guzmán, en cuyo honor hay una torre vigía en pie desde el siglo XIV que fue parte de la fortaleza que centraliza el núcleo urbano. Casi 730 años después de aquello ya no son solo la pesca o la huerta las que marcan la supervivencia de los conileños.
La temida turistificación, casi inevitable, no ha impedido que sigan existiendo patios de casas de vecinos que siguen siendo habitadas por muchos oriundos. Uno de los ejemplos más notorios de esa convivencia está en el barrio de los pescadores, donde resisten al turismo para mantener casi intacta la esencia marinera de una zona que se remonta a 1600. No muy lejos de allí, en la plaza de España, se palpa que las vacas gordas del verano hace ya semanas que regresaron a Conil. También en el mercado de abastos, donde propios y extraños se hacen con género de primera, aunque con precios más caros a años anteriores.
“Ha sido un mes de junio como no recordábamos. Hacía tiempo que no teníamos tanta caja”, asegura un camarero de uno de los muchos negocios de la zona. Un grupo de turistas de Alemania han parado a hacerse una foto ante el conjunto escultórico en el que José Saramago se dirige, con un libro abierto, a un niño: “A ustedes los jóvenes les toca el deber, la responsabilidad y, por qué no decirlo, la gloria de llevar a la humanidad a la felicidad”, reza en el monumento. Todo el año, pero más en estas fechas, en Conil se respira felicidad. Slow life, alta gastronomía y descanso.
“Se va a notar la inflación, la subida de precios en todo, pero la afluencia no se va a ver mermada, o al menos eso apuntan las previsiones”, sostiene el alcalde de la localidad, Juan Manuel Bermúdez (IU). Y agrega: "Hemos observado en junio que todo ha funcionado bastante bien, tanto el hospedaje como la restauración, aunque hay una preocupación creciente sobre cómo esa inflación de un 10% va a afectar al poder adquisitivo de los turistas". En todo caso, añade, "el verano en Conil es de muchísima afluencia tradicionalmente, y nosotros tratamos de dar respuesta desde muchos ámbitos, tanto desde la agenda cultural como en materia de seguridad o servicios (limpieza, baldeo casi 24 horas al día)". Mientras en el Ayuntamiento ponen a punto todo para el arranque oficial de la temporada alta —incluyendo la última novedad: lanzaderas de autobuses desde aparcamientos estratégicos hasta las playas a cambio de 50 céntimos el viaje—, las terrazas de los establecimientos hosteleros comienzan a llenarse conforme avanza el mediodía.
'Overbooking': mensualidades a 1.500 euros de alquiler
Las inmobiliarias apenas ofrecen oportunidades de pisos y chalés para los dos próximos meses —la cercana urbanización de Roche es uno de los destinos más exclusivos de la costa gaditana y los precios son desorbitados—. Hay disponibilidad por encima de 1.500 euros de mensualidad con fianza de otro mes, según recogen portales como Idealista. Si lo que se quiere es comprar, los precios son casi de gran capital. Obra nueva con 2 habitaciones por 360.000 euros, oferta un escaparate de una inmobiliaria del centro de la localidad. Revisamos Booking, el portal de reservas hoteleras, para buscar hospedaje en el primer fin de semana de julio: “El 86% de de los alojamientos ya no están disponibles en nuestra web para esas fechas”.
Corre fresco mientras las maletas ruedan arriba y abajo desde el Arco de la Villa —la única entrada de la antigua muralla que aún se conserva— hasta la avenida de la Playa. Poca gente remojándose en el mar —el airecillo echa para atrás— y mucho veraneante tomando el sol en Los Bateles, la playa más urbana de todo el amplio litoral (14 kilómetros de arenales) de este pueblo luminoso y blanqueado del Atlántico gaditano. En Los Valencianos, abierto desde 1960, cuando el turismo empezó a despegar con fuerza en Conil, ya se saborean los primeros helados.
Una terraza de la principal arteria turística está atestada. En una mesa, un grupo de amigos burgaleses ha cambiado las fiestas de su ciudad por el descanso conileño. “Llevamos siete años viniendo, es raro el que venga no repita”, cuentan, mientras sonríen al pensar que “ahora en Burgos están otra vez con la chamarra por el frío”. Una familia asturiana está hospedada en Costa Ballena, pero “hemos venido a pasar el día a Conil”. Buen pescado fresco, con el atún como estandarte, y grandes playas que han escapado del ladrillazo de otros puntos costeros del país.
Junto a La Chanca, epicentro del núcleo urbano reconvertido en museo de la historia marinera, atunera y salazonera de Conil, suenan los temas en acústico del madrileño Natch Fogerty. Un artista callejero que nació “gato”, pero que desde hace seis meses se ha afincado en la localidad.
“Hay todavía poquito ambiente, pero ya está aquí julio”, afirma con el optimismo que se respira en la zona. Ni la hiperinflación, ni la guerra en Ucrania, ni la crisis energética… ni la vieja pesadilla de la pandemia de covid frenan un nuevo verano de ensueño en Conil. “La gente está llegando como loca a pasar sus vacaciones de verano y ya ajustará cuentas en otoño. Están los sueldos casi iguales y todo por los cielos de caro, pero quienes vienen no están mirando eso”, explica uno de los encargados de El Pasaje.
Como en otros negocios de hostelería, reconoce que “es imposible no haber aumentado el ticket medio por comensal. Los precios cambian todos los días, he renovado todos los vinilos de las cartas hoy mismo porque lo que ayer valía una cosa hoy ha subido. Es la realidad”. Al margen del machaque de las malas noticias diarias, de afrontar el verano más caro de la historia, al turista que va llegando en tropel le entra por los sentidos la luz y el olor a mar de Conil desde que accede por el cruce con la Lobita y el Colorao. Ya solo le queda disfrutar y recordar unas vacaciones que, según parece, van a estar mecidas por el poniente.