Cuando uno va al mercado, lo que espera es un bullicio que prácticamente no permita escuchar nada. Que los trabajadores de cada puesto estén de un lado a otro sin poder respirar un segundo. Que la gente se agolpe para pillar un número y poder hacer los mandaos. Sin embargo, nada de eso se ve en el Mercado del Arenal, uno de los más antiguos y céntricos de Sevilla.
El edificio situado en la calle Pastor y Landero mezcla el blanco con el color albero, un tono de amarillo que inunda el barrio en el que se sitúa la plaza de toros de La Maestranza. Está situado en el barrio que le da nombre al mercado. Esto quiere decir que está en pleno centro de Sevilla, pero a diferencia de lo que ocurre en otros como el de la calle Feria o el de Triana, las personas entran a cuentagotas por las mañanas.
Los allí presentes señalan que es un día especialmente flojo y que hay días mejores, aunque la gente no empieza a llenarlo habitualmente hasta el mediodía. Hay más lugares para comer que sitios tradicionales para comprar. Por haber, hay hasta un negocio para alquilar bicicletas. También se ven locales de cerámica o artesanía.
Una red cuelga del techo por unas obras a las que no se le ven final. La decoración navideña sigue presente a pesar de que estamos ya a mitad de enero. Grandes campanas de algo que se asimila al corcho cruza unas calles en la que la proporción de locales cerrados y abiertos calculo que está al 50%. Si bien no hay bullicio, sí se escuchan herramientas en manos de obreros que reforman algunos de los locales.
El mercado, un proyecto de Juan Talavera y Heredia, se finalizó en 1947. El edificio es considerado como un elemento de arquitectura singular por el Ayuntamiento de Sevilla. Sin embargo, dentro se encuentran pocas escenas tradicionales. Quizás lo único que recuerda que estamos en un mercado 'de toda la vida' es ver a una señora pedir cambio de un billete de 50 euros tras hacer la compra de carne semanal.
Mientras estamos allí, sorprende que cruzan el recinto más grupos de turistas que personas del barrio. Rogelio es el propietario de una de las dos fruterías que se mantienen. Lleva 42 años en el mercado y afirma que "esto antes era un boom". De hecho, recuerda que a las 13.00 horas de cada día "no tenía género" y ni siquiera necesitaba cámaras frigoríficas para conservar lo sobrante. "Ahora tengo tres", cuenta. Además, competía con otros 20 establecimientos de frutas y verduras. Sólo quedan dos. Otros 20 eran pescaderías, también quedan dos. Siete carnicerías, únicamente queda una. En total fueron unos 140 puestos, según los más veteranos.
La otra frutería que queda está a pocos metros. En primera fila hay dos mujeres jóvenes —Ana y Jeni— que dan las gracias en inglés a una persona que hace la compra. Llevan trece años y reconocen que al negocio lo salva que "tenemos cadenas de bares" a los que suministran el género. Es decir, en el mostrador la situación es mucho más complicada.
Ana María es la propietaria de una recova que se encuentra en uno de los laterales. Está sola en el mostrador, pero hace unos años llegaron a ser cuatro. Lleva 38 años despachando carne en el Mercado del Arenal y lo tiene claro, "ha cambiado muchísimo para peor". Señala que es normal la tranquilidad tras la Navidad, pero deja algo claro "es lo que hay, lo estamos sintiendo todos: los grandes y los chicos pero los pequeños más".
El problema de las grandes superficies
El factor común de los tres puestos es uno: las grandes superficies. "No había ni Carrefour, ni Hipercor, ni nada. Se concentraba toda la gente de aquí, venía gente de todos los pueblos de alrededor", dice Rogelio. Las dos jóvenes expresan algo similar, "las grandes superficies nos han quitado mucho". Ana María, por su parte, ve al Ayuntamiento responsable. "Hay muchas grandes superficies, el Ayuntamiento no debería de permitirlas alrededor de un mercado. Dan muchas licencias", declara. Además, añade otro motivo que ha mermado la afluencia "antes el sábado se cerraba y hasta el lunes nada. Ahora puedes ir al 24 horas a comprar que hay de todo". Ahora sólo van los más fieles, los de toda la vida. Hasta el punto de que Rogelio calcula que el 60% de su clientela tiene más de 80 años. Ana María comenta algo similar, se mantiene por una clientela fija y de hace años, "de generaciones".
Llama la atención que la dejadez del interior contrasta con el brillo y la iluminación de las oficinas situadas en los locales exteriores del Mercado. Federica es italiana y ha sido de las últimas en llegar al edificio. Eligió este lugar porque le veía "mucho potencial". "Está en pleno centro pero muchos sevillanos no lo conocen porque está muy dejado", dice. "Estamos intentando con nuestra fuerza tirarlo para delante, pero no tenemos respaldo". Se refiere a respaldo municipal. Una de las cuestiones por la que pelean es la colocación del aire acondicionado, algo que no permite la administración por ser un edificio histórico. "Luego han puesto aire en todas las oficinas", apostilla Ana que también señala este como uno de los motivos por el que el Mercado de Triana le quita afluencia.
Esta italiana también pide mayor implicación del Ayuntamiento para dinamizar el mercado para que evite que los puestos que están cerrados sigan así. "Hay muchos puestos ocupados sin usar. Esta cerrado porque conviene, lo usan como almacén. A nosotros nos interesa que haya vida porque desde fuera, si me pongo en la piel de un turista o un sevillano digo qué triste", sentencia.
El predominio de los turistas los reconocen los propios trabajadores del mercado. "Este verano vendimos 700 euros a extranjeros, algo muy complicado", cuenta entre risas Rogelio. Ana María también ironiza con el asunto, "con el confinamiento yo no sabía que había tantos vecinos en este barrio porque normalmente van a los supermercados. Pero como no podían ir, tenían que venir a lo que estaba al lado de sus casas".
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