Cada día, las campanas de la iglesia de San Pedro Apóstol de Arcos de la Frontera tocan a mediodía —el Ángelus—, a las 14.00, de nuevo a las 15.00, otra vez a las 19.00 el toque de oración y el último a las 21.00, el toque de ánimas. Hace bastantes años que las campanas también hacían las veces de despertador para los arrieros y los huerteros de la zona —pagaban a la Iglesia para ello— tocando a las seis de la mañana, media hora más tarde para que iniciaran su jornada, y también estaba el toque de queda a las diez de la noche, que se abolió a mediados del siglo XX.
Las campanas de la iglesia arcense, desde hace años, suenan gracias a un mecanismo automatizado. Excepto los días solemnes. Por el Día de San Pedro, patrón de la iglesia —29 de junio—, el Corpus, el Día de los Difuntos, o cuando se celebra alguna procesión extraordinaria que así lo requiera. Entonces son Domingo Olivera y el resto de miembros de la cuadrilla de campaneros de la parroquia, quienes las hacen sonar.
Sólo estos pocos días al año, cuando hay celebraciones especiales, lo hacen manualmente, y es entonces cuando se impregnan de la energía que desprenden estos instrumentos. “Si pasas una temporada sin poder tocar sientes un vacío en tu interior”, explica, aunque matiza que “es imposible describirlo, hay que vivirlo”, apunta Olivera. “Antiguamente no había móviles, se comunicaban con las campanas”, indice, al tiempo que apunta que “el oficio del campanero era una esclavitud, tenías que estar constantemente aquí”.
Hay que subir más de 80 escalones para pasar de tierra firme hasta el lugar donde Domingo y la cuadrilla que coordina hacen sonar las campanas de la iglesia de San Pedro Apóstol de Arcos. Domingo Olivera, maestro campanero, nunca los ha contado, aunque los ha subido en incontables ocasiones. Por una pequeña puerta lateral, en la base de la torre de la parroquia, ubicada en pleno centro histórico de la localidad, se accede a unos estrechísimos tramos de escalera de caracol, con escalones empinados, que dan acceso al campanario.
Hay varias estancias. En la primera vivía el último campanero residente, Francisco Ramírez García, conocido como Curro, “descendiente de una dinastía de campaneros que estuvieron al servicio de esta parroquia durante siglos”, como dice una pequeña placa que le rinde homenaje, aunque también lo hace un maniquí que tira, simbólicamente, de la cuerda que hace sonar las campanas desde este espacio.
Subiendo otro nuevo tramo de escaleras se llega a la que era la habitación del campanero, que llegó a vivir con su familia en los escasos metros cuadrados que tiene el campanario. Hasta diez personas llegaron a convivir al mismo tiempo. Del suelo sale la cuerda que llega hasta la estancia inferior, para que pudiera tocar las campanas también desde aquí.
Un último tirón, igual de estrecho y empinado que los anteriores, desemboca en el campanario, donde hay una decena de campanas, fabricadas a lo largo del siglo XIX. Todas ellas tienen su correspondiente placa con el año de creación y su nombre “celestial”, como lo define Domingo, con el que fueron bautizadas, con nombres de santos. Él, carpintero de profesión, se encarga del mantenimiento del yugo de madera de la campana, la pieza que le permite girar sobre sí misma.
“Cuando murió Curro —el último campanero full time de Arcos— esto estaba que daba pena”, recuerda Domingo Olivera, capataz de la cuadrilla de campaneros de la iglesia de San Pedro de la localidad. Gracias a su esfuerzo y al empuje de una docena de vecinos del pueblo, siguen tocándolas de forma manual en los días señalados. “Para mí una campana es la voz de Cristo, que es algo que me dijo Curro una vez”, señala Domingo. “Mi mayor fe me la dan ellas. Cuando empiezas a tocarlas la vibración se te mete por el cuerpo, se te mete dentro la energía. No es para contarlo, es para vivirlo…”, dice.
La iglesia de San Pedro Apóstol de Arcos de la Frontera se construyó en el siglo XV sobre los restos de una antigua fortaleza árabe. La fachada principal, del XVIII, es de estilo barroco, aunque con toques de la escuela arquitectónica sevillana. La torre del campanario se empezó a construir más tarde, en 1728, aunque el terremoto de Lisboa de 1755 causó serios desperfectos y tuvo que ser reconstruida, una labor que se concluyó en 1759.
Durante siglos, sus campanas fueron tocadas de manera puntual por los campaneros que fueron desempeñando esta sacrificada labor. El último fue Curro, Francisco Ramírez García, con quien el actual maestro campanero, Domingo Olivera, empezó a tener contacto cuando apenas tenía 20 años. “La hija de Curro conocía a mi familia, y a raíz de ahí yo subía a la torre y me sentaba con él a charlar. Me vio interés y cuando hacía falta gente para tocar me llamaba. Me acabó metiendo el veneno”, relata.
Tras fallecer Curro, Domingo fue nombrado “guardián de la torre”, en los años 90 del siglo pasado. “Por mí encantado”, dice, quien asegura que la figura del campanero “tiene futuro” en Arcos, aunque no lo tuvo tan claro durante una temporada. “Hubo una época que me vi solo y pensaba que esto se perdía”, confiesa. Entonces conoció a José María Serrano, uno de los actuales miembros de la cuadrilla. “Él fue un puntal, me empujó, porque no había gente para echar campanas”, dice Domingo.
Entonces, José María convenció a varios familiares. “Se fueron enganchando unos a otros”, señala el maestro campanero. “Ahora hay futuro”, señala convencido, ya que “el hijo de un miembro del grupo tiene 13 años, y lo bautizamos el Día de San Pedro en el campanario”. “Me gustaría que no se perdiera, el día que me fuera con San Pedro para arriba, dejarlo asegurado”, señala.
José María lleva ya diez años tocando las campanas de San Pedro. “Empecé durante un Corpus, me enganchó, y ya traje a mis cuñados”, cuenta. “Cuando te montas en los puentes te desahogas, desconectas de todo, los problemas los dejas en casa”, explica. “No sé qué tiene, pero te atrapa”, insiste. Y valora que la tradición se mantenga en Arcos. En Andalucía, Utrera, en la provincia de Sevilla, y pocos lugares más, siguen su ejemplo.
“Somos de los últimos”, confirma Domingo Olivera, quien espera que sea por muchos años. Por eso, para que se valore su labor y la historia del campanario, la iglesia de San Pedro Apóstol presentó el pasado día del patrón, el 29 de junio, un nuevo recorrido cultural y la apertura de la torre a turistas. “La parroquia abre una nueva etapa dentro de la valoración y conocimiento del patrimonio que alberga el interior del templo, presentándose un recorrido adaptado a los nuevos tiempos; así como la anhelada apertura de la torre”, explicaba el Ayuntamiento entonces.
“Si viene turismo eso puede ayudar a mantener en condiciones la torre”, apunta Domingo Olivera, que ve con buenos ojos la iniciativa. El “alma máter” del campanario asegura que “interesa que la gente conozca la historia” gracias a esta ruta —que se realiza de jueves a sábado—, impulsada por el párroco de San Pedro, Juan Antonio Vital, “que nos apoya en todo”. Una apertura que esperan que ayude al sostenimiento de una tradición que en Arcos está muy arraigada.
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