El plan de rescate para la raza de oveja lebrijana que está en más peligro de extinción que el lince

Las diputaciones de Sevilla y Córdoba colaboran en un plan de retrocruzamientos por inseminación para salvar a la raza ovina churra lebrijana, única en el mundo y de la que han llegado a quedar menos de 40 ejemplares, aunque ahora hay diez veces más

La finca donde se trabaja en la recuperación de la oveja churra lebrijana, en Cazalla de la Sierra.

No han salido en la tele ni en campañas de concienciación ecologista ni ningún ganadero puso el grito en ninguna institución, pero la churra lebrijana, una raza ovina única en el mundo y que llevaba más de dos mil años pastando en Doñana, ha estado a un tris de desaparecer para siempre de la faz de la tierra por indiferencia mientras otros virus y fiebres nos amenazaban a los seres humanos.

De la raza churra lebrijana (también llamada marismeña) llegaron a quedar poco más de una treintena de individuos a finales del siglo pasado, y la tendencia natural hubiera sido que desaparecieran, porque además el único rebaño que quedaba era propiedad de un pastor aislado, Pepe El Torero, que se conocía aquellos parajes como la palma de su mano y que le vendió el último reducto de aquellos animales hechos a la dureza silvestre del parque a un marchante que se las compró sin idea de que fuera a enterarse un viejo veterinario de la Diputación de Sevilla, Antonio Siles, hoy jubilado, que fue quien dio la voz de alarma para que el mismísimo ente supramunicipal se hiciera con aquel último lote en busca de su supervivencia.

La churra lebrijana vive una media de ocho años.   MAURI BUHIGAS

Demasiadas carambolas para que la propia institución provincial se convirtiera en ganadera sin preverlo, pero así ocurrió, y fue tal el empeño de Siles en su recuperación que el único problema de las ovejas, que se llevaron a la finca Monte San Antonio, propiedad de la Diputación sevillana en el término de Cazalla de la Sierra, fue encontrar otros ganaderos interesados en su conservación "para evitar que un virus incontrolable o un incendio inesperado pueda acabar con la raza".

Costó mucho encontrar interesados en las últimas churras lebrijanas, porque además (o por eso precisamente) se trata de una raza poco rentable económicamente hablando: no da lana propiamente dicha, sino un pelaje más bien liso para el que no se ha encontrado uso todavía más allá de rellenar colchones; produce la leche justa para criar a sus corderos; y su carne no es lo suficientemente abundante como para haber suscitado el interés de los mataderos.

De modo que los cuatro o cinco voluntarios que se llevaron apenas media docena de ejemplares tenían intereses distintos (alternativos) a los de un ganadero de toda la vida: ecologistas sevillanos que las convirtieron en biosegadoras por el parque de San Jerónimo, estudiantes en busca de aire fresco en lo peor de la pandemia del coronavirus que sacaban a sus dos ovejas atadas como otros sacaban al perrito, alguna familia adoptiva que se llevó unas cuantas a Almadén de la Plata, en la Sierra Norte de Sevilla, o a Vejer de la Frontera, o la palaciega Silvia Ruiz, hoy secretaria de la recién constituida Asociación Andaluza de Criadores de la raza ovina Churra Lebrijana, que se llevó otras cuantas a una parcela de Los Palacios y Villafranca en la que estaba prevista la ampliación de una parroquia pero en la que, sobre todo, crecía la yerba.

La finca Monte San Antonio, en Cazalla de la Sierra, dispone de 386 hectáreas y es propiedad de la Diputación de Sevilla.  MAURI BUHIGAS
José María Chaparro es uno de los tres pastores encargados de cuidar el rebaño más numeroso de churras lebrijanas en Cazalla.  MAURI BUHIGAS

Al menos se consiguió redistribuir algo los rebaños, aunque los más grandes reservorios quedaran en Hinojos (Huelva) y especialmente en Monte San Antonio, una finca de casi 400 hectáreas de alcornoques y encinas en plena Sierra Norte de Sevilla en la que la Diputación tiene hoy contratados incluso a tres pastores para el cuidado de casi 250 ejemplares. En total, la raza churra lebrijana cuenta con poco más de 400 individuos entre ovejas (la mayoría), carneros y corderos, lo que sigue siendo una cantidad preocupantemente ridícula y por lo que la raza sigue considerándose en grave peligro de extinción.

Pero es que, en estos últimos años, el peligro ha ido en aumento por culpa de la consanguineidad: han empezado a aparecer ovejas con cuatro mamas en vez de dos y otras malformaciones que amenazaban a la raza más de lo que ya lo estaba. El primer paso para su definitivo rescate ha sido la creación de una asociación de criadores que elabore un libro genealógico de la raza. El segundo paso, los retrocruzamientos con otra raza afín como es la de sementales inscritos en el libro de la Asociación Nacional de Criadores de Ganado Ovino Selecto de Raza Churra, en la provincia castellana de Palencia. Separar la raza para volver a concentrarla más adelante sin la amenaza de la consanguineidad…

El libro genealógico de la churra lebrijana

La comisión nacional de Zootecnia del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación dejó de hablar, hace ahora dos años, de 'especies en peligro de extinción' para usar el término de 'razas amenazadas'. En el actual protocolo para determinar si una raza está realmente en estado de amenaza se conjugan muchos parámetros, como el número de hembras reproductoras o el número de machos. En el caso del ganado ovino, el límite para comenzar a preocuparse por una raza amenazada se establece en que cuente con menos de 10.000 hembras o en menos de 200 machos. En el caso de la churra lebrijana, no se llega a 300 ovejas y apenas a 30 machos. El resto son corderos…

Esta oveja milenaria que ha estado a punto de desaparecer es representante del tronco churro (no confundir churras, más de carne, con merinas, más de lana, dice el refrán). Y se ha localizado desde hace muchos siglos en zonas de elevada humedad y salinidad, muy adaptada de siempre a los pastos salobres y a caminar por zonas encharcadas propias de las marismas del Guadalquivir y de Doñana, entre las provincias de Huelva y Sevilla. Su explotación fue siempre extensiva. Parece ser que su población es un resto de aquellos animales que, debido a las medidas proteccionistas que impedían los embarques hacia América de las merinas, llegaban a los puertos autorizados en la época de la colonización. Y hoy se diferencia más de la población churra del resto de la Península y se acerca más a la población americana.

El recinto con las ovejas.  MAURI BUHIGAS

El caso es que, frente a la doble amenaza de su escaso número y de la consanguineidad, la asociación andaluza de criadores de la churra lebrijana acaba de dar un paso de gigante gracias a la colaboración entre la Diputación de Sevilla y la Diputación de Córdoba. En pleno mes de agosto, la primera ha puesto a disposición las 200 ovejas de Monte San Antonio (allí solo quedan 14 carneros) y la segunda, su equipo de técnicos veterinarios para la inseminación artificial de estas hembras: retrocruzamientos con semen traído expresamente de los sementales churros de Palencia con los que se busca "una regeneración que nos ayude a disminuir la alta consanguinidad actual", como explica el responsable técnico de la raza de la asociación, el también veterinario Sergio Nogales.

"Gracias a la asociación castellana y a la gran labor profesional de los técnicos de la Diputación cordobesa hemos ahorrado muchísimo, porque de otro modo la asociación no hubiera podido correr con esos gastos", explica Nogales, que valora extremadamente la labor de su colega Antonio Siles desde el principio y de la propia Diputación sevillana durante estas décadas para que la churra lebrijana no desapareciera completamente.  

En busca de su pureza

Las ovejas se inseminaron artificialmente hace dos semanas y ahora se espera que al menos la mitad terminen fecundadas. Dentro de cinco meses, para principios de 2025, se espera obtener las primeras hembras cruzadas al 50% para acometer luego la reproducción con machos puros de churra lebrijana que volverán a dar crías con un 75% de pureza.

A todos los animales se les realizará un perfil de adscripción a la raza hasta conseguir el porcentaje necesario (más de un 90%) para que obtengan de nuevo todas las características y la pureza de la especie churra lebrijana. "Somos conscientes de que nos quedan años de trabajo", reconoce Nogales, y añade: "Pero estamos muy ilusionados con el proceso para recuperar esta raza que forma parte del patrimonio histórico y cultural de Andalucía y con una historia tan ligada a Doñana y a la colonización del continente americano".

Retrato de varios de los animales.  MAURI BUHIGAS

Hoy, el plan de ordenación de recursos naturales del Parque Nacional de Doñana recoge a estas ovejas como las únicas que pueden pastar en el parque, pues están perfectamente adaptadas y son originarias de allí. Se les nota en que son "más broncas que ningunas", dice José María Chaparro, uno de los pastores que trata a diario con ellas, que les da de comer pienso compuesto, que les abre y les cierra las cancelas y vallas del redil y a quien le cuesta lo suyo atrapar y retener a una, que se resiste como un animal realmente salvaje, que fija la mirada en quien la mira y da sacudidas constantes en busca de su liberación. "¡Pues ya están mansas!", dice su compañero Javier Viera mientras abre los brazos para impedirles el paso por un atajo y obligarlas a pasar por donde él quiere, chascando la lengua y emitiendo onomatopeyas del monte que los animales parecen intuir. "Al principio, venían más que salvajes, daban brincos de casi dos metros, hasta el punto de que hubo que subir la tapia para que no la saltaran", recuerda José María, que las llama con un saco de pienso como reclamo. "Esto antes, por ejemplo, sería impensable".

Las ovejas, ariscas por naturaleza, se espantan a cada gesto, a cada paso, a cada intención del ser humano. Se les ve de lejos que tienen la desconfianza grabada en el ADN. "Los carneros solo embisten si se ven muy acorralados y solos", apunta Manuel Chaves, responsable del cortijo de Monte San Antonio como trabajador de Diputación y que lleva muchos años al cuidado de estas ovejas, ilusionado igualmente en su recuperación. "Está costando, sí, y yo creo que la clave puede estar en cuanto se descubra un uso desconocido para su pelaje, que es demasiado basto y no sirve como lana en sí", opina mientras observa el rebaño salir en estampida, levantando una polvareda que al poco se aplaca.

Entre las ovejas que quedan, un carnero de cuernos retorcidos persigue a una y la cubre. Al poco lo imita un compañero. "La carne no es mala", opina también Chaves, mientras algunos corderos que aún no tienen el año se protegen tras sus madres en la nave central. Las churras lebrijanas suelen llegar a los ocho o nueve años y a los 60 o 70 kilos de peso. "Alguna ha llegado a los doce años", recuerda Chaves, "pero son excepciones". Antes de llegar a tanto, estas ovejas también se destinan a matadero, pero este próximo año se espera que se active el comienzo de su recuperación definitiva gracias a este inicio del retrocruzamiento que va a devolverles su pureza aumentando su cantidad. 

¿Y tanto interés para qué?

Mucha gente puede hacerse esta pregunta con respecto a una raza tan específica de ovejas churras que al fin y al cabo no son especialmente productivas. También se la han hecho, por supuesto, sus defensores y protectores, que más allá de cualquier razón romántica aducen motivos estrictamente biológicos e incluso de rentabilidad alimentaria, máxime ahora que las pestes, los virus y las epidemias parecen habernos ofrecido capítulos aleccionadores.

Un total de 200 churras lebrijanas han sido inseminadas en Monte San Antonio hace solo unas semanas.  MAURI BUHIGAS
Varias de las ovejas, 'posando' para la foto.  MAURI BUHIGAS

"Soy consciente de que puede haber personas que se pregunten por qué invertir dinero público en el rescate de estas razas", admite Sergio Nogales, que remite a la filosofía seguida por una mayoría de países del mundo tras las recomendaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). "La FAO lleva mucho tiempo advirtiéndonos sobre la importancia de la supervivencia de las especies", dice Nogales, y explica, didáctico: "Todos tenemos en la mente una raza de vaca si pensamos en una vaca lechera, blanca y con manchas negras, que es concretamente la raza frisona, y nadie que vaya a producir leche quiere otra vaca que no sea esta", indica, antes de señalar que, efectivamente, con cualquier raza de especie animal ha ido ocurriendo lo mismo, apostando todo a una sola carta o raza, la más productiva en un momento dado, a costa de la lenta desaparición de las demás.

Eso ha provocado, encima, el debilitamiento de la raza productiva en cuestión. "Pasa con una vaca, con una oveja o con una gallina ponedora". Estas razas se hacen a un hábitat y fallecen al mínimo contratiempo, porque solo están acostumbradas a ese hábitat y en unas condiciones muy concretas. Si un virus o una epidemia les afectan gravemente, podemos tener un problema de producción alimentaria a escala global, con lo cual es cada día más imprescindible salvaguardar el máximo número de razas. Porque nunca se sabe dónde puede estar la solución para alimentar al mundo. Y a la churra lebrijana, por ejemplo, nadie le ha preguntado aún solo porque tiene un mal pronto.

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