El escenario es, sin duda, uno de los tres paisajes montañosos más sobrecogedores de la Sierra de Cádiz. La misma Heidi, incluso su cínico amigo Pedro, hasta el sieso del abuelo quedarían paralizados, presos de alpina nostalgia y admiración callada si pusieran sus espaldas en las paredes del hotel abandonado de Agua Nueva.
La visión en cinemascope que se abriría ante los ojos de los personajes de animación —menos mal que eran enormes— incluye una treintena de kilómetros al frente y en visión diagonal. Desde arriba. Desde una ladera suave primero y empinada pocos pasos después.
El edificio en ruinas ocupa posición de palco real, imperial, sobre un valle verde y denso con forma de fondo de plato hondo, cerrado por montañas imponentes que parecen colocadas con un gusto incontestable por algún diseñador de los más caros. Es un plató aún por descubrir.
Para completar el cuento, al deslumbrante paraje se une una casa fantasma, e incluso un personaje de aire espectral, difícil de ver y calificar. Es Fernando, que según unas versiones es okupa y, según otras, un paseante que pasa horas por allí.
Una visión con vistas
El relato tiene lugar en el término municipal de Benaocaz, en la carretera hacia Villaluenga del Rosario, dentro del voluptuoso Parque Natural de la Sierra de Cádiz. Cuando la protección de esa zona era un proyecto en ciernes, los hermanos Coronel, Luis y José, vecinos populares de Ronda, cayeron fulminados por la belleza del paisaje. Como tantos antes y después, pero ellos decidieron ejercer y tratar de rentabilizar la fascinación. Corría el año 1970 y ha corrido más de medio siglo.
El cuento de terror medioambiental y urbanístico tiene todos los ingredientes clásicos: casa abandonada, entorno mágico y un personaje huidizo
Es fácil imaginar a los dos con la vista perdida desde el solar o los cimientos de lo que ahora es un esqueleto momificado de cuatro plantas. Con la mirada fija en el frente absorbente. Su proyecto fue hacer un hotel de lujo allí, el primero de alto nivel en la Sierra de Cádiz, cuando el turismo parecía un gran invento y estaba a varios años luz, a 53 concretamente, de ser una amenaza para paisajes o paisanajes.
“Es difícil saber lo que pasó exactamente. Lo que siempre hemos oído es que el hotel se construyó, se levantó y se equipó. No llegó a estar completamente amueblado pero sí es verdad que los salones, las escaleras, las habitaciones, los cuartos de baño estaban listos. Todo a punto casi para abrir. Eso es lo que nos han contado nuestros padres a los que vivimos por aquí”, relata Antonio Venegas. Es profesional de la ganadería y también es el vecino más cercano al fantasmagórico recinto muerto.
Se llevaron hasta las bañeras
Manuel García, que sí tiene edad para recordar la construcción sin relatos paternos, detalla que durante muchos meses, “cuando se quedó abandonado, allá por el año 72, la gente se acostumbró a ir para coger un lavabo, unos azulejos, luego miles de azulejos, bañeras. Cuántos cuartos de baño y cuantas cocinas de Ubrique, de Benaocaz o de Villaluenga, hasta de Ronda, no se habrán levantado con material sacado de allí”, bromea el jubilado en las calles de la población más cercana.
El hotel ya había sido anunciado en periódicos de la época, en carteles que colgaban en las calles de los pueblos de alrededor de Agua Nueva, en toda la Sierra, en las casetas de cada feria. Antonio González, otro vecino de Benaocaz, conserva como coleccionista uno de aquellos folletos, Ya teñido de sepia oscuro. “En el paraje más encantador de la Sierra”, “con seis líneas de teléfono”, “a sólo ocho kilómetros de Ubrique”, “con piscina al aire libre y pista de tenis”, son algunas de las frases promocionales de aquella campaña publicitaria en la que aparece una fecha de inauguración: “Primavera de 1971”.
Cuando quedó abandonado la gente se acostumbró a ir a buscar azulejos, bañeras, hasta los balcones
Nunca llegó a abrirse al público. Ni siquiera a ser rematado. De hecho, de la piscina queda el hueco y los bungalós o las instalaciones deportivas que iban a complementar el hotel, ladera abajo, ni siquiera llegaron a levantarse. Sólo quedó el edificio central. Un monumento al olvido de cuatro plantas.
Lo que sucedió es un misterio. O una simpleza. “No podemos saberlo, eso sólo lo sabe la familia de los promotores. Lo que nos contaron los mayores es que mientras construían el hotel de Agua Nueva también tenían en marcha otros en Marbella, en la Costa del Sol”. La competencia era interna.
Una pausa de medio siglo
La propiedad, la familia Coronel, en Ronda, prefiere evitar las declaraciones. Asegura que siempre sale mal parada de cada publicación en los medios, que se les trata de forma injusta y parcial. Dos vecinos rondeños que les conocen, y que prefieren no dar sus nombres, aportan algo parecido a la versión de los propietarios: “Les maltrataron desde el principio. Les pusieron muchas pegas, muchas condiciones, mucho papeleo. Pero luego, con unas torres de alta tensión que pasan por delante del hotel y han estropeado el paisaje o con hoteles en Grazalema, o con echar asfalto a una calzada romana no se han repetido tantos inconvenientes. Con los Coronel fueron muy duros pero con las eléctricas o con otros hoteles han sido muy generosos desde el Parque Natural”, afirman con resquemor.
Por ese motivo o por otros que la propiedad prefiere reservarse, el plan quedó congelado. “El turismo de playa empezó a dispararse, era una mina, y este hotel de la Sierra se fue retrasando”, cree Venegas. Al final, este proyecto se fue quedando y quedando atrás. “Cuando ya quisieron amueblarlo e inaugurarlo, por lo visto, el Parque Natural ya se había creado, justo mientras se construía, y crecieron las pegas, los límites, les pedían cada vez más cambios”, afirma el vecino ganadero.
El que también ha sido alcalde y candidato a la Alcaldía de Benaocaz por el PSOE es único ocupante de la finca que acoge el hotel fallido junto a Cristóbal Yuste. Este maestro quesero acapara premios, halagos y reportajes. Está considerado un alquimista del queso de cabra payoya y de oveja merina grazalemeña, dos rarezas que deslumbran a los aficionados. Otro prodigio de una tierra mágica que no pudo tener explotación turística.
Tan cerca de la Costa del Sol
Cuando se plantea la recuperación, el desbloqueo, todo el mundo resopla y abre levemente los brazos, en señal de dificultad y confusión. La reelegida alcaldesa de Benaocaz, Olivia Venegas, admite en su despacho municipal que un laberinto urbanístico y medioambiental con cinco décadas de vida tiene complicada salida.
“Durante la construcción, los dueños verían que los hoteles de la Costa del Sol funcionaban y en el de la Sierra todo eran dificultades. Por lo visto, se cansaron o cambiaron de opinión, lo dejaron. Eso es, al menos, lo que nos han contado”, añade Antonio Venegas. Hubo un intento de recuperación pero quedó en nada. “Fue ya en los años 90, creo, se habló de recuperar el hotel pero habría que eliminar las plantas, imagino que sería carísimo… Total, que también quedó en nada”.
"En los años 90 se habló de recuperar el hotel pero había que eliminar algunas plantas, imagino que sería carísimo... Total, que también quedó en nada"
El concejal y último candidato socialista a la Alcaldía, mientras descarga leche de un mulo hacia el todoterreno, lanza una reflexión sobre el fallido proceso: “El Parque Natural se creó para proteger el paisaje, para cuidar de la naturaleza, y es necesario pero también tiene algunos inconvenientes”, plantea.
Para ampliar su punto de vista, basado en la experiencia como vecino más próximo, añade que las medidas de protección ambiental “son necesarias pero también pueden frenar el desarrollo, complicar algunos proyectos y provocar aún más despoblación, porque no hay proyectos empresariales, hay menos puestos de trabajo”.
Los inconvenientes de la protección
Admite el concejal que el debate es complejo y profundo pero parece echar de menos cierta flexibilidad: “Es complicado dar con el equilibrio pero al final, en el caso del hotel, no ha pasado una cosa ni la otra. Ni se protegió el paisaje y la naturaleza porque se dejó construir, porque ahí está el edificio, abandonado, ni se crea un hotel que pueda reanimar la zona y dar trabajo. Estos carriles, esas conexiones eléctricas —dice señalando— no estarían en tan mal estado si hubiera algo turístico por aquí. Tendrían que mejorarlo todo”.
En realidad, el viejo hotel abandonado ha quedado en algo. Ha quedado en establo. Cuando el ganadero termina de descargar permite ser acompañado hasta el edificio en ruinas. En un habitáculo de la planta baja y en la zona más próxima al carril de acceso, acomoda a Canito. Es un mulo noble y mayor. Su dueño admite con tristeza silenciosa, gestual, que le queda poco tiempo de vida. El animal tiene allí su lugar de descanso y cobijo, su rincón para beber y comer. Es la única zona con algo de vida en el gran hotel que no fue. “Llegué a un acuerdo con los propietarios y me dejan tenerlo aquí”.
En un habitáculo de la planta baja, acomoda a Canito, un mulo noble al que le queda poco de vida
El resto de las cuatro plantas presenta agujeros en los techos, el suelo lleno de escombros y estructuras de lo que iban a ser barras, recepción, tabiques, balcones, todo mutilado por el tiempo y el vandalismo. Por el oportunismo de los que aprovecharon para llevarse “hasta la forja de los balcones”, lamentaba un vecino solidario con la propiedad.
El gran hotel de lujo que iba a ser el primer paraíso vacacional de la Sierra de Cádiz, el primer complejo de eso que ahora se llama premium se quedó el últimum. Ahora es el dormitorio de un modesto mulo, el testamento carcomido de un sueño que se quedó en nada.
Es un recuerdo con perfil fantasmagórico apenas conservado en el tiempo y visible desde la carretera. Todavía hay un teléfono en la fachada, el de los dueños, el que ha permitido ponerse en contacto directo con ellos. Todavía quedan en la zona quienes mantienen que es posible reformar y recuperar. Habrá que esperar. Quizás otros 53 años.
50 años de leyendas y de verdades a medias
Medio siglo de abandono da para mucho. Para leyendas, rurales o serranas más que urbanas en este caso. Para denuncias concretas. Las que afectan al hotel abandonado de Agua Nueva dicen que ha sido okupado por Fernando, un vecino de Benaocaz que habría pasado allí, entre las ruinas, 23 años. La propiedad ha lamentado en alguna ocasión que ese inquilino existe y que “alguien le mandó a vivir allí desde el pueblo”.
Canales de vídeo especializados en senderismo y turismo natural o redes sociales hicieron circular hace tres meses esta versión que otros vecinos contradicen. “Fernando no vive en el hotel. Pasa por allí y habrá pasado algunas noches pero eso de que lleva veintitantos años metido no es verdad. Él tiene su casa en Benaocaz y ahora también vive temporadas en Ronda, sobre todo. De vez en cuando, en temporada de espárragos, va a la zona del hotel a cogerlos y puede pasar alguna noche allí o se refugia si llueve”, detalla Manuel Peña, que dice que pasa por Agua Nueva “casi todos los días porque me gusta pasear hasta Villaluenga y volver para mantenerme en forma”.
Antonio Venegas también se acerca al desmentido: “Fernando no vive ahí. Nunca ha vivido en el hotel. Ha podido pasar algunas noches, viene de vez en cuando, le echa de comer a los gatos y ya está. Le gusta estar por aquí y pasear en esta zona, coger sus espárragos y usa el hotel como refugio pero de eso a vivir años dentro del edificio hay mucha diferencia”.
Los grafitis, las frases pintadas en la pared y algún botellín de cerveza en el suelo dan testimonio de que algunos jóvenes de la comarca han pasado por el edificio abandonado pero las visitas tampoco llegan para considerar que Agua Nueva haya sido “nunca un fumadero ni un chutadero”, como también han publicado otras versiones. Los que conocen a los propietarios, en cambio, lamentan que el vandalismo ahora, y el hurto de todo tipo de materiales en las décadas de los 70 y los 80, precipitaron el deterioro y agravaron el abandono.
“Cuando había una zona recreativa muy cerca, hasta hace unos pocos años, quizás podía entrar algún grupo de chavales de tarde en tarde pero nunca ha sido un problema ni se han metido ahí muchas veces a hacer nada. Eso tampoco es verdad”. Lo dice Venegas, que junto a Yuste y su esposa es la única persona que vive a menos de 300 metros del monumento fantasma.
Todos los testimonios, más cercanos o más lejanos a la propiedad, coinciden, eso sí, en que “de allí se lo llevaron todo”. Menos las paredes. Es lo único que aún resiste. Con Canito.