Rosales, lentisco, olivos. El sol calienta una tierra recién labrada que cobija una serie de cepas. Todas crecen próximas al mar en un entorno donde la quinta generación de una familia de larga tradición bodeguera mantiene su legado. Junto a las quince hectáreas de viñas del pago de Campano, propiedad de la bodega Manuel Aragón de Chiclana, acaba de nacer el primer viñedo experimental de la Universidad de Cádiz, cuyo primer proyecto se dedica a la incidencia del cambio climático en las cepas.
El canto de los pájaros irrumpe el silencio que se percibe en un terreno pionero que llega más de una década después de que el grado de Enología se incluyera en la oferta académica de la UCA. Ni estudiantes ni investigadores disponían de un espacio propio. “Cuando hacemos investigaciones ligadas al viñedo, siempre lo hacemos con empresas, la Universidad propiamente no tenía nada”, cuenta Ana Jiménez Cantizano, 47 años, profesora e investigadora del Área de Producción Vegetal, adscrita al Instituto de Investigaciones Vitivinícolas y Agroalimentarias de la UCA.
Ella es la coordinadora del primer proyecto que se desarrolla en este nuevo espacio que se encuentra en su primera fase, la plantación del diseño. Sus pies se van llenando de tierra mientras camina entre las filas de plantas a las que no les quita ojo durante su tiempo de trabajo. Sus manos plantan este viñedo creado desde cero en una zona de la bodega que estaba inutilizada.
Surgió en 2021, pero no fue hasta el 2022 cuando vieron este proyecto hecho realidad gracias a la colaboración de la Diputación de Cádiz, Bodegas William Humbert, el Consejo Regulador, Ecobalia –asociación de productores de vino ecoógico– y la Universidad. Ellos ya estudiaban el potencial de la variedad Pedro Ximenez en ecológico. “La Diputación confió en nosotros para poder seguir trabajando en líneas de áreas prioritarias para el sector vitivinícola de la provincia de Cádiz”, explica Ana Jiménez, que pormenoriza que se trata de una acción para generar conocimiento ligado estrechamente a la agricultura, que actualmente sufre las consecuencias del cambio climático, las altas temperaturas, la sequía o la erosión del suelo. “Se están estableciendo diferentes estrategias, esto brinda la posibilidad de evaluar en campo la respuesta de variedades autóctonas que estén mejor adaptadas a las condiciones actuales”, comenta la docente, natural de San José del Valle. Ana presenta con entusiasmo a Vitilab, “un laboratorio vivo” que crece gracias a Manuel Aragón, bodega con la que la investigadora ya tuvo relación cuando impartió la primera escuela taller de viticultura y enología de la provincia hace más de una década.
“Yo sabía que tenía este espacio. Es una empresa muy colaborativa. Siempre que la universidad llama a su puerta nos la abre para cualquier tema”, comenta desde el pago, donde sopla un fuerte levante. Junto a esta licenciada en Biología que acabó estudiando enología tras unas prácticas en el Centro de Investigación de Viticultura, se encuentra Antonio Amores, isleño de 40 años que trabaja en el mismo departamento, Ingeniería Química y Tecnología de Alimentos.
“Mi relación con el vino tiene más antigüedad de la que pensaba, mi familia tenía viñas y estuvo relacionada con la cooperativa vitivinícola de aquí”, comenta este investigador que, durante sus estudios de Química empezó a escoger asignaturas relacionadas con la fermentación enológica. Su pasión por el vino se despertó y acabó estudiando el ciclo y trabajando en una bodega. Después, le surgió la oportunidad de regresar a la universidad para adentrarse en líneas de investigación como la que se lleva a cabo sobre esta tierra.
A ambos les encanta respirar aire puro en este enclave, media hectárea con un diseño experimental que acoge siete variedades autóctonas de Andalucía. “Generalmente los laboratorios son espacios cerrados, con un equipamiento de batas y gafas de protección. Nuestro laboratorio es el campo y nuestro material las plantas. Trabajamos con equipos que miden la respuesta de ellas, es diferente”, cuentan a lavozdelsur.es.
Desde el pago, valoran el trabajo en el campo, oliendo, oyendo y disfrutando de una tranquilidad que “a veces no sabemos apreciar”. Ana Jiménez, que también es docente del grado de Enología, explica que en el viñedo estudian la adaptación al cambio climático de las variedades Uva Rey, Pedro Ximénez, Moscatel de Chiclana, Palomino fino, Perruno y Beba.
Estas se han cultivado en cuatro bloques de 40 plantas cada uno en los que, 20 se atienen a la poda clásica y el resto en doble cordón, con el objetivo de comprobar qué poda es más respetuosa. “Cuando plantamos un viñedo no solamente tenemos que pensar en la producción, que es el objetivo final de los viticultores, también nos tenemos que preocupar por el cuidado que le damos a la planta, la vid, que es una planta leñosa que, si se cuida, puede durar siglos. Si queremos mantener un viñedo para que sea más rentable durante mucho tiempo, tenemos que cuidar la planta”, explica Ana palpando una de las hojas.
Tras sacudirse los zapatos manchados de tierra, los investigadores entran en el domo geodésico habilitado para días de lluvia o para analizar datos de forma más cómoda desde el ordenador. “Desde aquí estudiamos cómo responden a este suelo y a este clima desde el punto de vista agronómico, fisiológico y ecológico”, añaden. Y para ello utilizan máquinas como un analizador por infrarrojo de intercambio gaseoso a través de los estomas de la hoja. Según detalla Antonio, “nos informa si la planta está realizando una fotosíntesis normal o está estresada”.
En estos momentos se dedican al mantenimiento de las plantas con vistas a la práctica del injerto que realizarán en agosto. “Al principio tuvimos que recurrir a poner un riego por goteo porque no llovía y no queríamos arriesgarnos. El aspecto de la viña ahora mismo es muy bueno, parece que agarra bastante bien, que está todo brotado y seguimos con las labores del suelo”, explica Ana.
Todo este trabajo persigue el objetivo de ayudar a los viticultores del sector a que puedan seguir produciendo pese a los estragos del cambo climático. Ellos aportan su granito de arena para que el sector vitivinícola no desaparezca. “Dentro de esa estrategia de adaptación al cambio climático, hay investigadores que proponen que se desplace el cultivo de la vid a otras regiones que no tienen esas temperaturas tan extremas, pero entonces significaría que el sector desaparecería en la provincia de Cádiz”, explica la investigadora.
"Ya se está viendo un descenso de la producción en las viñas"
Su equipo propone combatir esta situación con la elaboración de nuevas tipologías de vino que sí se adapten a las condiciones climáticas. Son muchos los productores que ya han expresado las dificultades a las que se enfrentan en este contexto. Por ello, la UCA une fuerzas para presentar líneas de trabajo que ayuden a resolver los problemas del sector. “Ya se está viendo sobre todo en el descenso de la producción y en el estrés de las plantas. Si están estresadas, producen menos. El clima también es un factor limitante. Si no llueve, la planta no tiene alimento hídrico y no puede desarrollarse”, señala Ana mientras se acerca a un parral con variedades de uva de mesa.
De él puede coger una uva para que no se le baje el azúcar en días de ajetreo, pero también puede extraer mucha información para las actividades de divulgación. Este nuevo viñedo no solo se centra en la investigación sino también en transferir el conocimiento a la sociedad. Así busca transmitir los entresijos de la vitivinicultura al mismo tiempo que ofrecer formación.
“Aquí podemos enseñar a hacer faenas muy específicas que se han perdido, ya que el relevo generacional es otro de los grandes problemas. Queremos defender lo tradicional y manual, pero no hay personas formadas y muchas no quieren trabajar en el campo porque lo ven como un castigo. En nosotros está educar y transmitir el placer de poder trabajar aquí”, comenta la profesora. Junto a Antonio se acerca a una lavanda y al romero, plantas aromáticas que han plantado para dar a conocer los aromas asociados al vino.
De momento, tienen pensado organiza una actividad en la Noche de los Investigadores y pronto, estará lleno de estudiantes que van a realizar prácticas de asignaturas. La idea es dotarlo de vida, no solo vegetal, y aprovechar este nuevo recurso que cuidan con mimo. “La plantación de un viñedo es una inversión importante, no podemos montarlo y olvidarnos. Esperamos que la Diputación siga con el compromiso y sigamos contando con financiación”, señala Ana entre las cepas.
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