Mediante grupos de WhatsApp, por redes sociales, tras decretarse el estado de alarma en marzo de 2020, empezaron a difundirse mensajes buscando voluntarios. Hacían falta manos para atender a muchas familias que, en ese impasse que supuso el confinamiento por la pandemia, se quedó sin ingresos.
En Jerez, el polideportivo Kiko Narváez, en la barriada de La Granja, fue el lugar de operaciones donde se habilitó el centro operativo de recepción y distribución de alimentos desde el que partían bolsas de comida para familias necesitadas. Durante los meses que estuvo en marcha, se gestionaron un total de 11.167 repartos a domicilio, distribuyendo 280 toneladas de alimentos y 8.500 menús.
Un centenar de trabajadores municipales y más de 165 voluntarios se implicaron en este proceso. Guillermo, Abraham y Sofía eran tres de ellos. Lo hicieron de principio a fin. Coordinando una base logística que llegó a elaborar hasta 300 menús diarios. En apenas una hora los embolsaban y los dejaban listos para repartir.
Guillermo De la Calle García, Abraham Soto Ligero y Sofía Morales Ruiz eran, entonces, tres veinteañeros jerezanos con experiencia previa en voluntariado, acostumbrados a organizar viajes y comidas por su paso por los scouts. Pero aquello era otra cosa. Sin pretenderlo, acabaron al frente del dispositivo de ayuda del polideportivo Kiko Narváez. Todos los buscaban cuando había alguna duda.

Cinco años después, se vuelven a sentar para recordarlo con lavozdelsur.es —salvo Sofía, por una urgencia de última hora—, junto a Ana Hérica Ramos, quien entonces era delegada municipal de Coordinación de Distritos y Voluntariado. Para valorarlo. Para reivindicarlo, por qué no. A pesar de los momentos duros, se quedan con lo positivo. Con la ayuda que prestaron, cada uno desde su parcela, con los lazos que se crearon entre ellos, que se mantienen a día de hoy.
De opositar a remangarse
"Yo estaba opositando para juez, era una época que me hubiera venido muy bien para encerrarme a estudiar, pero veía las noticias y me sentía un privilegiado, no me podía quedar en mi casa tranquilo", cuenta Guillermo De la Calle, al que todos conocen como Willy. "Veníamos a ayudar, pero no éramos conscientes de la necesidad que había, de todo lo que hacía falta", recuerda.
Su compañero Abraham Soto tampoco se lo pensó. Estaba como voluntario en una asociación, y sintió que tenía que involucrarse. Al que todos terminaron llamando el niño —tenía apenas 26 años— se convirtió de facto en el coordinador del dispositivo. Era la referencia para muchas dudas que iban surgiendo.

Recuerdan el primer día que llegaron al polideportivo. "Era desolador", comentan. Estaba todo por hacer. Esa primera jornada tuvieron que atender a diez familias. Con la comida de la que disponían, "en realidad nos daba para dos familias completas". Pero hicieron malabares para que les llegara a todas. "La necesidad inmediata había que responderla", reseña Willy.
Con el paso de los días, esa necesidad fue aumentando. Las donaciones y la ayuda también. Había cientos de voluntarios, también cientos de kilos de comida que repartir y que distribuir por casas de toda la ciudad. El confinamiento se fue alargando, y en el Kiko Narváez las donaciones aumentaron, y el dispositivo se perfeccionó.
Lo que al inicio del estado de alarma tardaban toda la mañana en hacer, con el paso de las semanas lo resolvían en una hora. Ana Hérica Ramos, que llevaba menos de un año implicada en política, como delegada de Igualdad, Juventud y Coordinación de Distritos y Voluntariado, coordinaba el dispositivo puesto en marcha por el Ayuntamiento.

"Teníamos miedo, pero podían las ganas de ayudar"
"Todos teníamos miedo, pero eran más fuertes las ganas de ayudar", recuerda Ramos, que sigue siendo concejal del PSOE en el pleno, ahora en la oposición. "Eran jóvenes, pero con mucha experiencia alimentando a niños en sus excursiones de scouts", destca sobre Guillermo, Abraham, Sofía y tantos otros que ayudaron en ese momento.
La entonces delegada municipal, que venía del mundo asociativo, recibió "mucho apoyo" de voluntarios como ellos, y todas las entidades, asociaciones, empresas y ciudadanos a nivel particular que se implicaron, que donaron comida en algún momento del confinamiento, que cogieron sus coches para repartirla, que dedicaron horas y horas a prepararla y meterlas en bolsas. Y otras muchas tareas más.
"La política es un servicio, pero no porque suene bien decirlo, sino porque no hay que perder esa vocación de servicio público, de estar, no sé si a la altura, pero lo mejor posible ante situaciones de necesidad. Eso a mí me reconcilia con el ejercicio político", dice Ramos, que lloraba muchas noches cuando llegaba a su casa, pero se ponía en marcha la mañana siguiente, de nuevo en el Kiko Narváez.

Allí ya estaban Guillermo, Abraham y Sofía. Eran de los primeros en llegar, y los últimos en irse. En casa, por WhatsApp, seguían dándole vueltas a procesos que mejorar. A lo que hacía falta. A tareas que tenían que hacer la jornada siguiente. Normalmente, once o doce horas estaban en el polideportivo.
"Era duro reconocer algún nombre"
"Fuimos unos privilegiados, porque para nosotros no hubo confinamiento, salíamos todos los días a ayudar, teníamos la mente ocupada", rememora Abraham Soto, recordemos, el niño. Él, que es trabajador social, lleva esa vocación de ayudar por bandera. Después de todo, le quedó la "satisfacción" de saber que estaban contribuyendo a que muchas familias comieran.
"Esa es la forma de vivir que teníamos y la creencia que teníamos de cómo tenía que ser el mundo, centrándonos en ayudar. Es más la satisfacción personal de estar haciendo lo que creíamos que servía...", añade Willy, para quien esos meses, ese momento de su vida, "es de lo que más orgulloso me siento". Un sentimiento que comparten todos los que se dejaron el alma en esa tarea.
"Al principio éramos muchos voluntarios, quien te salvaba era tu vecino, que estaba implicado", prosigue Willy de Calle. Recuerda, también, que a veces era muy duro "reconocer algún nombre" en los listados de personas a las que tenían que llevar comida. "Cómo puede haber tanta gente necesitada en mi barrio...", se preguntaba. Tantas personas mayores que estaban solas. Tantas y tantas historias de precariedad a la vuelta de la esquina.

"Yo salí a hacer repartos varias veces y cuando detectabas esa necesidad... la verdad es que impactaba", dice Abraham. "Había personas mayores que no se podían mover, que estaban desconectados del mundo, sin comida... era un doble castigo", apunta.
"Al final, nos salvó la cohesión social, los valores humanos compartidos, nos salva la calidez, que podamos reconocer al otro, que si necesito ayuda puedo encontrarla en mi vecino, en mi vecina, y en este caso en las autoridades más cercanas", reflexiona quien fuera delegada de Coordinación de Distritos y Voluntariado, que valora cómo se unieron todas las asociaciones y hermandades, aparcando diferencias, trabajando "por el bien común".
Unos jóvenes que pertenecen a la mal llamada generación de cristal, que levantaron el dispositivo habilitado en el polideportivo Kiko Narváez de Jerez. "Vamos a salir mejores", es un mantra que se repitió mucho en aquel tiempo. Ellos, desde luego, lo cumplieron.