La pandemia del covid ha sacudido sanitaria, social y económicamente a todos los países del mundo, pero ha sido especialmente dañina con aquellos en los cuales el turismo era una pata principal de su economía. Este es el caso de España, que movía a millones de visitantes nacionales e internacionales por todo su territorio antes de la llegada del 'bicho' y que, de repente, vio cómo los aeropuertos se quedaban parados, los hoteles vacíos, y los bares y restaurantes tenían que cerrar, con suerte, solo de manera temporal.
En localidades costeras empieza a ser todo más o menos como antes. En localidades como Rota, en la costa Noroeste de Cádiz, hay incluso más ilusión por la reconstrucción socioeconómica tras la pandemia. Y es que, con permiso de la crisis energética y la hiperinflación, la villa ha recibido la noticia, en el marco de la pasada cumbre de la OTAN en Madrid, de que Estados Unidos ampliará de 4 a 6 sus destructores en la Base Aeronaval que tiene en el municipio roteño desde que se firmaron los Pactos de Madrid en 1953. 2.000 hectáreas de servidumbre militar que, a cambio, reportan grandes recursos a Rota. Un impacto económico que, con las décadas, también se convirtió en influjo cultural y social.
Volvemos al binomio verano-turismo. Porque como tantas otras localidades costeras, Rota durante el invierno permanece casi en hibernación, esperando a que llegue el calor y playas como La Costill, en el núcleo urbano, se llenen de bañistas.
Y por fin, tras dos años de calvario a cuenta de la pandemia, parece que todo está volviendo a la normalidad. En cualquier punto del pueblo se percibe la playa: en el olor a salitre, en el vuelo tan característico de las gaviotas y en el trasiego interminable de personas cargadas con sillas plegables, toallas y sombrillas.
Cuanto más cerca se está del paseo marítimo mayor es la sensación de haber retrocedido en el tiempo a justo antes de que todo cambiara. Antes de bajar la escalera que da acceso a la playa, un simple vistazo basta para percibir una gigantesca marabunta de gente. El calor, la desaparición de las restricciones y las mareas de Santiago forman el cóctel ideal para que todo el mundo quiera acercarse a darse un chapuzón.
Inmaculada y Pilar son cordobesas pero llevan más de 45 años viniendo a veranear a Rota. Como dicen "somos ya roteñas de adopción". En todos los años que han estado pasando el verano aquí aseguran que jamás habían pasado más calor que estos últimos días.
Aún así, están encantadas con poder volver con cierta normalidad a la que consideran su segundo hogar y celebran que la playa esté a rebosar de gente. "Esto es lo que hace falta, que la gente venga a disfrutar de la playa y de lo que puede ofrecer Rota".
Estas hermanas están eufóricas con el clima y con la calidad que presenta el agua, pero no tanto con los servicios destinados a personas con movilidad reducida. "Hay muchos usuarios de esta playa que tienen dificultad para moverse y se han colocado unos espacios demasiado pequeños", denuncian antes de acudir a remojarse por última para ir a comer.
A mayor número de turistas mayor clientela potencial para los chiringuitos que están a pie de playa. O eso se supone. Ignacio se muestra aliviado porque "a nosotros nos está yendo bien de momento, pero hay compañeros que lo están pasando peor".
Él es el dueño del chiringuito Galápagos que lleva doce años abriendo sus puertas en la costa roteña y ha modernizado su establecimiento para ofrecer a sus clientes el servicio que buscan. "Al final un chiringuito ya no es un chiringuito, sino un restaurante junto al mar", señala.
La subida de los precios aparejada a la crisis económica ha provocado que, a pesar de que estén llegando más turistas, estos busquen alternativas menos costosas para poder comer cerca de la playa. "Hay mucha gente que pide menos de lo que solía pedir antes, o directamente los hay que se van a comer a un local de comida rápida para pagar menos".
Este chiringuito es ya un emblema del verano en La Costilla y, por el momento, están teniendo una afluencia de clientes bastante aceptable. Aún así, su dueño quiere mantener la cautela porque, como indica, "realmente el verano gordo es del 15 de julio al 15 de agosto que ya la gente se vuelve a sus casas. Ahora viene la segunda quincena y tenemos que ver cómo responde".
No ocurre lo mismo con los locales de copas que se encuentran junto al paseo marítimo. Alberto es camarero en el Sunset Beach, que abrió apenas un año antes de estallar la pandemia, por lo que ha vivido la montaña rusa de clientela en que se ha convertido estos años. "Las restricciones lógicamente afectaron, pero ahora volvemos a estar como queríamos", cuenta.
Bandeja en mano, este trabajador local sirve sin para daikiris, mojitos, piña colada y cafés helados a los clientes que disfrutan del salón exterior ambientado como un chozo gigante que han colocado justo a la entrada de la playa.
"El año pasado todavía se notaba un poquito que había menos gente y que muchos tenían reparo en sentarse en un bar rodeados de más personas, pero este verano está siendo de lo más normal", afirma.
A partir de septiembre comenzarán a desembarcar los primeros militares norteamericanos que se sumarán a la vida de la Base Militar de Rota, otro gran motor económico del pueblo. Aunque allí disponen de todo lo que necesitan, la gran mayoría de soldados suelen estar muy arraigados en la vida roteña. "Ellos suelen venir a comer y beber a los bares, compran en nuestros negocios, tienen a sus hijos en nuestros colegios… su presencia también influye en el precio de los alquileres y en el desarrollo de empresas que trabajan directa o indirectamente para ellos. Nos da oxígeno tenerlos aquí", apostilla un vecino de la localidad.
Se estima que aproximadamente 5.000 militares acompañarán a los dos nuevos Destructores que se sumarán a la flota de la Base, con el impacto consecuente que tendrá en materia de empleo en el municipio. Y es que Rota es una de las poblaciones gaditanas con menor tasa de parados, en torno al 19%, un 2% menos que la media de la provincia.
Pese a la polémica surgida en el seno del Gobierno de España en torno al fortalecimiento de su cuerpo militar los vecinos lo tienen claro y gritan unánimemente "sí a la Base". Tal fue el terremoto que se produjo que surgieron informaciones que apuntaban a un posible traslado, algo que los vecinos nunca terminaron de creerse pero que siempre temieron porque "nunca pasa nada hasta que pasa". Sin embargo, ahora se muestran mucho más tranquilos porque son conscientes de que "nadie invertiría en un lugar que está a punto de dejar".
El impacto económico, cultural y social que tiene la presencia de los norteamericanos en Rota bien merece ponerles la alfombra roja para que continúen desembarcando durante los próximos meses y años si hace falta. De ellos depende, en parte, la viabilidad de esta población y su exitoso modelo turístico y empresarial.
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