El puente de La Pepa destaca al mirar al frente. Anochece en una barriada donde algunos vecinos terminan de tomarse el café mientras otros se ponen el abrigo para dar un paseo con su perro. Casi 8.000 personas —5.522 registradas en el censo de 2021, según el INE— viven en el Río San Pedro, un lugar arropado por el mar y la naturaleza que celebra sus 40 años de vida en término municipal de Puerto Real.
Sus calles, sus casas… Nada tiene que ver con el proyecto inicial que se planteaba para esta zona de la Bahía. Ni es una ciudad turística ni tampoco alberga esos más de 170.000 habitantes —más que la población de la capital— a los que pretendía acoger. El Ayuntamiento de Cádiz, Puerto Real y El Puerto no vieron esta iniciativa hacerse realidad. El puente Carranza se liberó y se comenzaron a construir las primeras viviendas unifamiliares pero, al cabo del año, se levantaron viviendas sociales.
“Se fue al traste, dejaron de lado el proyecto para construir estas casas por exigencia del gobierno de Cádiz, entonces eran del MOPU (Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo del franquismo), cualquiera rechistaba. Gracias a Dios no se llevó a cabo, porque suponía masificar esta zona y se hubiese perdido ese entorno ambiental”, explica Ángel Galán Rivera, gaditano de 77 años que está convencido de que la barriada “sería centro neurálgico de la Bahía” si aquella idea hubiese salido adelante.
En aquel tiempo, principios de los 80, incluso se llegó a decir que sería una barriada de la capital en lugar de la Villa. La liberación del puente y la dificultad de muchas familias para encontrar una casa en la Tacita de Plata fueron la clave para que en el año 1982 se empezaran a instalar los primeros pobladores en esta nueva ubicación residencial.
“La construcción estaba muy cara en Cádiz y aquí las perspectivas eran muy buenas”, dice Ángel, que aterrizó, recién casado, en una de esas unifamiliares. Por entonces, “eramos los únicos de mi calle”.
"Nada más que había ratas, mosquitos y mierda"
Sus ojos fueron testigos del nacimiento del que sería su hogar hasta la actualidad. Periodista de RNE durante 35 años, este gaditano se implicó de lleno en el movimiento social que poco a poco se forjó. 30 años en Cruz Roja, ocho años como presidente de la asociación vecinal y doce al frente del Foro Ciudadano de Río San Pedro. Ángel es historia viva de este barrio al que también se mudó Manuel Villa Morales, de 67 años, el mismo año que él.
“Esto era un descampado, aquí nada más que había ratas, mosquitos y mucha mierda, no había nada”, recuerda este viñero, de la Viña de Cádiz, frente a la rotonda que hace un año atravesó una tanqueta en plena huelga del metal.
“Cuando me fui a hacer la mili a Madrid, empecé a dar mi entrada y en el 80 se puso la primera piedra”, dice este vecino mítico que además de trabajar en la administración durante 15 años y 35 en la ONCE, fue entrenador de fútbol sala de los niños del barrio a los que acabó llevando a la Super Bowl en Barcelona.
Eran veinteañeros cuando pisaron esta barriada por primera vez y se encontraron un lugar en el que quedaba mucho por hacer. Mar, salinas y fango conformaban “una selva” que los propios vecinos tuvieron que transformar en una zona habitable. “Ni las calles estaban hechas, juntamos dinero y nos pusimos a limpiar terrenos, a meter tierra y a sembrar. También metimos el hormigón”, explica Manuel mientras camina en dirección al río.
Río San Pedro carecía de servicios básicos, por lo que, los vecinos, por entonces escasos, comenzaron a alzar la voz con el fin de mejorar. Ni había farmacia, ni autobús, ni mucho menos un centro de salud. “Había que llevar a los niños a los colegios de fuera y para el médico, a Cádiz o Puerto Real. Tampoco tuvimos banco hasta el 86 cuando Unicaja puso un container”, comenta Manuel.
Para hacer la compra, o se iban a las ciudades cercanas o se acercaban al pequeño almacén que una de las familias montó en el salón de su casa. “Ellos eran los que nos surtían, nos traían las verduras, y el panadero venía de Chiclana todos los días”, dicen.
Poco a poco, se fueron adaptando y pronto comenzaron a formar asociaciones y peñas como Los mosquitos de Río San Pedro, carnavalesca, o Encuentro, cultural. También abrió sus puertas el primer establecimiento hosteleros, el bar Pachi y un kiosko que todavía permanece en pie.
"Nos sentíamos abandonados"
Los inicios fueron duros para los veteranos. “Nos sentimos abandonados por parte de las administraciones, hubo enfrentamientos entre los ayuntamientos y nosotros pagamos las consecuencias. Al principio nadie quería saber nada”, expresan con la Bahía a sus espaldas.
Los gaditanos se detienen frente a las últimas viviendas que se construyeron en la barriada puertorrealeña, donde se iba a instalar un hotel cuando aún el proyecto de ciudad no se había esfumado. A su lado hay otros dos hombres que les escuchan con atención. Son Diego Ruíz, sevillano de 42 años que lleva cinco en Río San Pedro, y Salvador Esteban Rodríguez, gaditano de 41 años, que se mudó por amor hace nueve.
Ambos son la cara visible del activismo actual en el barrio. Nuevas generaciones que dan el relevo a aquellos que no se quedaron quietos hace cuatro décadas. “Por entonces, el MOPU tranfirió las propiedades a la Junta y era empezó a vender parcelas para llevarse la plusvalía, salió beneficiada. A cambio, nos hizo el colegio, el pabellón deportivo y el centro cívico que lo dejó sin terminar y lo acabó el ayuntamiento”, detalla Ángel.
A su mente vienen recuerdos de las innumerables veces que tuvieron que manifestarse para demandar mejoras. Se lanzaban al puente de Carranza con pancartas en las manos para denunciar sus problemas, que por entonces, eran bastantes. Según explica el periodista “conseguimos el servicio de autobuses a base de cortar la carretera. Había mucha gente que trabajaba en Cádiz y no tenía coches propios. Todavía tengo las imágenes en mi cabeza de muchas madres embarazas y personas mayores cortando la carretera”.
Hasta que no se incorporó la línea, cuando un vecino se enteraba que otro con vehículo iba a desplazarse a la capital, aprovechaba para preguntarle si podía subirse con él. Tras muchos años de lucha, poco a poco se fueron sumando avances al mismo tiempo que se producían más nacimientos que hoy en día. Primero se inauguró el CEIP Río San Pedro, posteriormente, el IES La Algaida, y más recientemente, la escuela infantil Viento del Sur. La primera guardería fue impulsada por Cruz Roja.
El centro de salud no llegó hasta finales de los noventa, principios de siglo, después de estar años con un médico de familia para toda la barriada. Y pronto, los vecinos pudieron asistir a misas en la parroquia San Pedro Apóstol. En los últimos años, se abrió el centro cívico, las pistas deportivas y las salas comunes.
“El cambio ha sido abismal. Aquí ha habido una lucha constante para conseguir lo que hay. Los nuevos ya se han encontrado la barriada completa, pero nosotros tuvimos que hacerla”, sostiene Ángel que, junto a Manuel y otros muchos vecinos, siempre han estado al pie del cañón. Incluso llegaron a crear un partido político, el PCR, y hace tres legislaturas un concejal representaba a Río San Pedro. “Estábamos tan hartos de pedir desde afuera y que no nos hicieran caso que dijimos, vamos a intentarlo desde dentro a ver si conseguimos algo más”, recuerdan.
Ahora, otras personas les dan el relevo para continuar dando un toque de atención ante los nuevos problemas de la barriada. Además, se involucran en llenar de vida el lugar donde viven. Salvador Esteban pone su granito de arena en todo tipo de iniciativas cada vez que puede. “Intento colaborar con todo el mundo, foros, plataformas”, dice este conserje que, sobre todo, se dedica a hacer bailar a la barriada. En el pabellón da clases de dance fitness y participa en eventos benéficos, como el que tuvo lugar por el 40 aniversario.
“Cuando llegué aquí vi que había muy pocas cosas que hacer, siempre he bailado y hace dos años empecé”, explica el gaditano, al que le encantaría tener un local para continuar con el proyecto. Diego también está involucrado en multitud de actividades solidarias con niños y niñas. Llegó a Río San Pedro trasladado por el sector aeronáutico y, desde entonces, no ha parado de realizar labores de activismo. Coordinador del grupo de voluntariado Comando Verde y representante de Puerto Real en Ayúdame a Ayudar, participa en la recogida de tapones y fomenta valores a los má´s pequeños. Pronto, iniciará clases de activismo en el instituto de la barriada.
“Comencé limpiando las playas, y luego colaboré en campañas de recogida de juguetes, material escolar, comida”, dice Diego, que ya era un vecino inquieto en Sevilla, pero fue en Puerto Real donde “me he vuelto un poco loco de la ayuda”.
Ellos son los que manifiestan en redes sociales las incidencias que se encuentran en la barriada con el fin de seguir luchando por Río San Pedro. Diego enumera los “tres caballos de troya” que preocupan al vecindario. “Los graneles. Intentamos que no se construya la nueva descarga y que se mantenga el proyecto del Cádiz CF”, apunta.
Otro tema son las torretas eléctricas de alta tensión que cruzan el barrio y que “supuestamente son perjudiciales para la salud”. Según sostiene, “algunos parlamentarios andaluces han venido aquí prometiendo que lo iban a soterrar y se ha quedado todo parado”.
Y el tercero, el transporte público que “cuando pasa va masificado y muchas personas se quedan fuera del autobús”. Además, señala el deterioro de los acerados y la presencia de agujeros que los vecinos marcan con vallas para evitar posibles caídas.
Según explica, los jóvenes “tienen muy poco ocio” aunque él siempre esté organizando actividades por Navidad o Halloween. Los pequeños son el futuro, son ellos los que continuarán cuidando a su barrio, ese por el que Ángel, Manuel y muchos otros, lo dieron todo.
-”Yo no me arrepiento”
-”Me siento satisfecho”
La lucha ha merecido la pena.
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