La Ruta 66 es una carretera que cruza Estados Unidos del Este al Oeste. Parte de una megaurbe, Chicago, y llega a otra, Los Ángeles. Por el camino, esa América rural, de tormentas de polvo, pasando por Oklahoma, Nuevo México o Arizona, cada una igual o de mayor extensión que cualquier gran país europeo.
En España tenemos la A-66, que es la Ruta de la Plata. Con mucha más historia, porque los romanos no vieron necesaria una vía que cruzara por Madrid, como todas las contemporáneas. De aquella Vía de la Plata, una autovía que se empeña en buscar ese país rural, desde Sevilla hasta Asturias. Nada más salir de la capital andaluza, transcurre por las estribaciones de Sierra Morena, por el Corredor de la Plata.
Es una de las Sevillas rurales. Aquí hay una porción del medio millón de sevillanos que no viven en el área metropolitana. Millón y medio tienen una vida plenamente urbanita: 700.000 en la capital, 800.000 en localidades como Dos Hermanas, Alcalá de Guadaíra, La Rinconada o Umbrete. Pero una cuarta parte de los sevillanos amanecen cada día y al salir a la calle oyen el silencio y tienen cuidado de que al abrir la puerta no se le meta el gato del vecino, que hace suyas todas las casas porque, de habitual, las puertas están abiertas en estas casitas.
Aquí nadie se cruza en el ascensor de un bloque y mira fijamente a la nada como castigando al del piso de arriba porque anoche tuvo la tele hasta las tantas. Aquí uno sale y dice buenos días y pregunta cómo está su madre, la vecina de toda la vida que andaba mala.
Y no es una Sevilla mayor. El Instituto de Estadística andaluz revela que sí que hay algún punto más de porcentaje entre poblaciones rurales y localidades de la comarca metropolitana, pero no es una diferencia abismal. En Sevilla capital, el 20% de la población tiene más de 65 años. En El Real de la Jara es el 21%. En El Ronquillo, el 24%. Ambas localidades están conectadas a la capital por la A-66, la Ruta de la Plata, la carretera que va a Extremadura.
El Real de la Jara, 1.500 habitantes y cinco partos en camino
José Manuel Trejo es el alcalde de El Real de la Jara, por un partido independiente. Nacido en 1986, llegó a la Alcaldía en 2019, con apenas 33 años. En su equipo de gobierno hay varios veinteañeros. Un pueblo de unos 1.500 habitantes, pequeñito, con un castillo y una torre del reloj donde el 31 se regalarán copas de champán para que vivan juntos las uvas. La primera industria es la carne. Ahora mismo están arreglando el segundo matadero.
El Ayuntamiento, a primera vista, es uno de tantos. Por dentro, cuenta con un coworking amplio y gratuito para que cualquier persona, con su ordenador, saque adelante su empresas. Mientras la Sierra Morena sevillana ha perdido según el último padrón 74 habitantes, El Real de la Jara no contribuye a ello. En 2023 nacieron 10 niños. Para febrero de 2025 nacerán otros cinco. El alcalde será de nuevo padre, de hecho.
Trejo es conocido como El Manina. Explica que ha habido años difíciles para la ganadería a cuenta de la sequía, de la que ya se ha ido recuperando en 2024, pero lo cierto es que estas explotaciones han renunciado a cabezas de ganado. Eso ha cortado parte del flujo económico, porque son menos horas de trabajo para los de los piensos, que si el empresario va justo, cobrará también más tarde. Lo mismo con los veterinarios, por ejemplo. Aunque hay esperanza, porque la Mina de Aguablanca prevé abrir en 2025. Está en Monesterio, Badajoz, pero coge al lado. Hasta 350 empleos se calculan, de lo que algo caerá en el pueblo, que además verá a centenares de personas en el entorno con dinero para gastar.
En El Real de la Jara hay una clase por edad hasta segundo de la ESO (más allá, hay que irse a Santa Olalla del Cala). Es decir, llenan un aula. Aunque para que a los feriantes vengan a los eventos, hay que ayudarles directamente, porque si no, se irán a otras ubicaciones que sí que tienen 4.000 o 5.000 niños y son más negocio. Pero, recuerda, "en la guardería tenemos entre 15, 16, 17 niños, y dos maestras". Es decir, si la ratio maestro-alumno es de 15, aquí está en la mitad.
A diferencia de otros pueblos pequeños, aquí hay bancos, bares... El médico viene a diario hasta las tres de la tarde. No es la gran cosa, porque hay quejas, como que van rotando y se pierde la relación de amistad que muchos médicos tenían con su pueblo, esos médicos de familia que se conocían los antecedentes por trabajar durante décadas. Pero la oferta de ocio, tan importante para competir con los cines y los zaras de las grandes ciudades, se va multiplicando. En junio se celebró (y se celebrará) un festival de música electrónica en la plaza delante del Ayuntamiento. Hay centro de danza y artes escénicas. Se unen al rito grastronómico de la matanza del cerdo ibérico, que atrae a centenares (o miles) de personas cada mes de marzo.
Tiene esa vida de pueblo en realidad. Aquí "uno sabe si su niño está bebiendo por la calle". Todo se sabe. La tranquilidad de ver a niños crecer oliendo al campo, a la leña, o en la piscina municipal en verano, o con su equipo de fútbol, o de fútbol sala, que el año pasado ascendió. La razón es que las pistas deportivas son completamente gratuitas y de calidad, así que el deporte funciona.
Verónica Morales, la huida de la capital hacia lo rural para seguir haciendo arte
La vida de Verónica Morales comenzó a cambiar. Unas erupciones en la piel, problemas estomacales. Una vida con "muchísimo estímulo", mucho estrés, tras dos producciones audiovisuales. "Mi cuerpo dio un estallido". Sevillana, de Sevilla capital, de Las Almenas, con su carrera en la capital. Actriz, directora... Ha hecho de todo en las artes escénicas. En la última Bienal del Flamenco, el espacio cumbre del flamenco, dirigió la escena para la apertura y para Matancera, de Rosario La Tremendita y La Kaíta. Septiembre sí pasó muchos días en Sevilla a cuenta de esos espectáculos, pero era un paréntesis. Lo contrario de lo habitual para la vida urbana, que tiene sus paréntesis rurales para el descanso. Ella es emigrante, por salud, por emociones.
Un día, sus padres iban de viaje hacia Almadén de la Pata y se les pinchó la rueda del coche en El Real de la Jara. De casualidad, acabaron así pasando la familia los veranos en el pueblo. Es ya el pueblo de Verónica. Es nómada, aunque no, nómada digital, como se llama a aquellos que teletrabajan desde cualquier lugar remoto para tareas a realizar por internet. Es nómada semipresencial en Sevilla. "M vine por calidad de vida". Sigue siendo autónoma pero aquí ha encontrado un ritmo de trabajo propio, donde "el tiempo se estira" y no se contrae, como esa Sevilla de tantos compromisos. Ahora la vida social es a lo mejor ir a casa de algún amigo de la infancia, comer pipas un rato, ponerse al día, y volver a casa a menos de cinco minutos a pie. Va al gimnasio, pasea por el campo.
"Todo el mundo tiene malo el intestino en la ciudad"
Amistades además de toda la vida. "Apretar el tiempo nos ha vuelto insensibles". Sus amigos son gentes diversas, con aquellos con los que en Sevilla nunca habría profundizado. Unas relaciones sociales anticapitalistas, viene a decir, que van más allá de estar cerca del producto ecológico o de poder pagar un alquiler por la mitad de la mitad que en Sevilla. Eso no le ha impedido remover la cultura en el pueblo, traer espectáculos, con "plenitud de miras". Espectáculos de vanguardia frente a ojos que nunca se han expuesto a ellos, que es en realidad la esencia de la vanguardia, las sensaciones, no para un público curtido como el del Central en la capital. Realiza talleres para que mucha gente en el pueblo se conecte con su cuerpo, algo que también se experimenta con el festival de música electrónica que ha impulsado. "Todo el mundo tiene ahora el intestino malo en la ciudad". Aquí no. Y "dormir, comer y cagar" lo es todo en la salud.
Laura Sánchez, la única tienda de ropa y emprendedora del albergue
La historia de Laura es de ida y vuelta. Nació en el Real, se marchó a Sevilla a estudiar. Es integradora social. No quería ni en pintura el pueblo, pero todo fue evolucionando. Hoy tiene la única tienda de ropa del pueblo. Adaptada a los gustos, las peticiones. Casi todo de mujer. Además, ha obtenido el derecho a explotar el albergue en una localidad por donde pasan muchos peregrinos para el Camino de Santiago con salida en Sevilla, la vía de la Plata, precisamente.
"Hay gente en el pueblo que apenas sale pero necesita de todo". La tienda es la conexión con el mundo, más allá de que de vez en cuando vayan a Sevilla. "Si no emprendes, te tienes que ir". No viene de familia de campo. Su padre era albañil, no le llamaba dar de comer al ganado a Laura. Estudió con ganas de esa vida de los cines, pero se dio cuenta de que la vida que quería era otra. La de pasar por el bar a por una cerveza y que siempre haya alguien con quien echar un rato. No hay que salir con una hora de antelación al centro. Teniendo trabajo, teniendo un negocio, la vida es más fácil en los pueblos para hacer un proyecto de vida, sentencia.
La vida en el bar
El Chati es uno de esos bares de toda la vida, sin las relaciones sociales turbo de la ciudad. Daniel mira al frente. Estuvo fuera décadas en Madrid. Se ha quedado viudo. "He venido aquí a morir". Se marchó con 12 años e hizo carrera hasta jubilarse en la hostelería. "El pueblo lo veo fatal, con las calles con cagás de perros, no lavan los cubos de la basura, vas al médico y a lo mejor se han ido a desayunar. Lo mejor es ir directamente a Sevilla". Al estar solo, "prefiero esta tranquilidad a Madrid", dice. Hace un año que llegó, tras más de dos décadas sin pisar el pueblo. Ha vuelto de alquiler. José Trejo, por su parte, ve el pueblo también muy mal. "Hay menos habitantes de lo que dicen las estadísticas". Considera "un milagro" los cinco partos que están por venir. Es dueño de un taller y dice que "abrir un negocio es matar hambre. Pagamos más impuestos que en Sevilla y que en Madrid". Y pide que se rindan cuentas. "Los socialistas no quisieron poner aquí el centro de Mercadona, que se lo llevaron a Huelva. Que intenten montar emprsas estatales, que tenemos una autovía a siete kilómetros". Son diagnósticos menos optimistas pero la misma realidad de los pueblos. Al poco, ambos ríen cuando Verónica defiende la vida rural. Es la visión amplia de convivir de verdad con quien piensa diferente, explica ella misma.
Manuel es quien lleva el bar. Uno de los más antiguos. Toda la vida, primero con sus padres, y ahora él al frente. Está en el paso del Camino de Santiago. Ha servido café a unos alemanes hace un par de minutos. Es uno de los emblemáticos este establecimiento. "La gente se queja de que no hay trabajo. Debería haber alguna fábrica. Aquí se vive bien, pero cuando no hay trabajo, se van. Con un par de empresas que dieran trabajo, muchos no se tendrían que ir, habría más niños en el colegio, que se criarían aquí". Pero Manuel sí va bien. De hecho, delante del bar serán las campanadas de Nochevieja. Podría abrir y pasar la noche poniendo copas. Pero no quiere, no hace falta. A las ocho de la tarde de este 31 cerrará hasta el día siguiente. El agosto en diciembre que tantos hosteleros en las urbes aprovechan para la caja no lo cambia Manuel por estar con su familia.
Una calle más allá, en la calle Cervantes, Araceli sale al encuentro de una furgoneta de reparto. Es abuela de una de las concejalas del Ayuntamiento, "mi Jara". Se quedó viuda. Va "a la gimnasia", y "eso hago", entrar y salir. El pueblo sí lo ve más bonito que cuando era joven. Le gusta que hayan arreglado el Castillo que preside el pueblo, en alto. Sus hijos están en Sevilla. "Su trabajo lo tienen allí". Y "las habichuelas las han encontrado fuera", aquí "no hay mucho".
Ofmar Hidalgo va pitando con su furgoneta para los encargos de su tienda. Reparte por el pueblo, "la tienda en casa". También hace quesos. "Lo que hago me gusta, el trato con la gente". En un pueblo de 1.500 habitantes, la variedad de su tienda física es la que es. Que si el pan, el embutido, las patatas fritas... "De mi generación muchos se han ido, la mayoría. Todo el que se fue a hacer un módulo se ha quedado allí. Pero a mí de siempre me ha gustado el pueblo, porque quien tiene un trabajo en el pueblo, tiene más que si tuviera un trabajo en la ciudad". Preguntado sobre si ganando el doble se iría a Sevilla, dice que no. Con el triple, se lo piensa. Más vale que paremos, que ya duda. Pero aquí "con un euro de mil y poco te puedes ir a vivir solo. En una ciudad es imposible". De hecho, aquí ha cumplido algo que en la capital no sería nada fácil, tener su propia vivienda. "Lo que más falta le hace al pueblo es gente", reflexiona.
Seguir creciendo. Seguir mejorando. Pero seguir siendo lo que es. Una vida de pueblo. Diversa, de cercanía, de olor a leña, de negocios que surgen, aunque sean para 'matar el hambre', como dicen.
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