Dos días antes del suicidio de su padre, Verónica Muñoz tuvo la prueba del menú de su boda. “Él disfrutó”, recuerda, aunque también que pocas semanas antes lo notó “ausente” y “extraño”. Tan solo le dijo que estaba “cansado”, pero nunca pidió ayuda. “Llegas a pensar que ni lo hace él, que lo hizo otra persona”, dice. En la familia, nadie lo entendió.
A las nueve de la mañana del día que su padre se quitó la vida, Verónica ya sabía que la suya había cambiado para siempre. Ella no conoció el fatal desenlace hasta bien entrada la tarde, pero mucho antes tuvo un pálpito. Con 62 años, a pocos días de los 63, su padre decidió que no quería seguir viviendo. Ella, al llegar a la parcela familiar donde sucedió, se cayó al salir del coche, “sin saber aún qué había pasado”.
“Hasta que no pasa mucho tiempo no lo vas entendiendo”, aunque eso sí, “ni lo iba a respetar ni lo iba a aceptar”, dice ella, que recuerda lo cariñoso, servicial, agradable y cariñoso que era su padre, siempre dispuesto a ayudar a todo el mundo. Estaba prejubilado, y pasaba los días en el huerto, con los perros, o haciendo algún chapucito que lo mantenía entretenido. “No era sedentario, siempre estaba muy activo, pero se cansó de vivir”, resume su hija.
"Tu vida se para, no sabes qué está pasando. Creía que era una broma, un sueño"
“Nunca me he enfadado con mi padre, sino conmigo por no haberme dado cuenta”, dice Verónica Muñoz, cuando casi se van a cumplir cuatro años de su marcha. Desde entonces, su vida es otra. Ahora no hace planes a largo plazo. “Ahora no le doy tanta importancia a las cosas, no me enfado tanto. Vivo el momento y el ahora, porque la vida hace así —chasquea los dedos— y se va. Y todo te cambia”.
Como le cambió la vida a Charo la mañana en la que recibió una llamada del hospital. Allí estaba su hijo, de 22 años, debatiéndose entre la vida y la muerte. Como el padre de Verónica, decidió quitarse la vida. Los motivos solo él los sabía. Unas semanas antes estuvo en su pueblo, en la provincia de Cádiz, disfrutando de los carnavales. “No me di cuenta de nada”, señala Charo, quien durante mucho tiempo siguió esperando que entrara por la puerta de casa, como si todo hubiera sido un mal sueño. Pero era más bien una pesadilla.
El hijo de Charo estaba terminando de estudiar una carrera. Ella lo vio más delgado, algo que un amigo de él achacó al estrés de los exámenes que habían tenido hace poco. “Luego con el tiempo te das cuenta de cosas que no viste en su momento”, agrega. “Estuvimos hablando de sus planes de futuro, de que tenía que hacer el TFG (Trabajo Fin de Grado), que iba a sacarse el carné de conducir, que no sabía si irse a Inglaterra, donde vivía el hermano… el típico proyecto de vida de un joven que está a punto de acabar la carrera”, recuerda.
“Nunca me dijo que estaba mal”, rememora Charo, que se quedó en “shock” cuando la llamaron del hospital. “Tu vida se para, no sabes qué está pasando, me quedé bloqueada. Creía que era una broma, un sueño”. Desgraciadamente, no lo era. Entonces, se volcó en la rutina del día a día, aunque iba “zombi”. “Había que preparar la comida, era como un mecanismo rutinario. Como estudiaba fuera, cada día esperaba que volviera, si hacía comida le preparaba un tupper para que se lo llevara. Miraba a la puerta como si fuera a entrar”.
Como no podía dormir, por las noches Charo se ponía a leer información sobre la conducta suicida. Y a escribir sus sentimientos en una libreta que le regaló la pareja de su hijo. “Me sentía como si estuviera flotando en una nube, no le encuentras sentido a lo que está pasando porque nunca te imaginas que pueda pasarte algo así”, señala.
El difícil duelo
A Charo y a Verónica les sirvió mucho participar en el grupo de ayuda mutua que la asociación Papageno, que trabaja en la prevención del suicidio y ofrece formación, información y consuelo a familiares de personas que se han quitado la vida (postvención). Con esta entidad colabora una “hermana”, Ubuntu, la asociación andaluza de supervivientes por suicidio de un ser querido, que se presentó en Cádiz hace unas semanas.
“Es lo que más me ha ayudado, porque en el grupo entienden por qué lloras, te animan cuando tienes un mal día, te arropan… Eso es lo bonito. Mi grupo de ayuda es la vida, es lo que te hace salir”, cuenta Verónica. A Charo le pasa lo mismo. “Tienes que buscar muy dentro de ti una paz y una tranquilidad que no encuentras”, aporta ella. “Para sobrevivir tienes que enfocarlo al amor. Nuestro lema es que el dolor que sientes por haberlo perdido tienes que transformarlo en amor”, agrega Verónica.
“Yo puedo hablar del suicidio casi tres años después del caso de mi hijo”, relata Charo, quien durante mucho tiempo no pudo siquiera pronunciar esta palabra. “Pesa mucho, no tienes libertad porque el suicidio no es natural, es un proceso multifactorial, que pasa primero por tener recursos de salud mental”. “Uno de mis hijos no ha hecho su duelo, dijo que era lo que había decidido su hermano y ya está, pero esto hay que hablarlo”, señala.
A Verónica, su jefe le dijo que se tomara un tiempo al mes del suicidio de su padre. Estaba de cara al público, “y lo que menos quería era que la gente me viera”, dice. “He tenido tratamiento psicológico y psiquiátrico, pero lo que me salva la vida es el grupo de ayuda mutua”, aclara.
“Yo tenía que sentir lo que había perdido. Quiero a mi padre, quería saber lo que era sentirlo”, explica Verónica. “Me pude permitir llorar, estar sola, vivirlo, sentirlo. Pero respuesta no hay. Mi padre descansa, es la única respuesta que he encontrado. Necesitaba descansar”.
“Mi padre no se me va a olvidar nunca ni nunca se me va a olvidar de la manera que murió, pero como lo quiero tanto, me acuerdo de las cosas buenas”, recalca. “Cuando mi padre se fue sentí que aquí dentro tenía un hueco —dice señalándose el torso—, como si me hubieran sacado todos los órganos y me hubiera quedado vacía. Sentí eso”.
"Respuesta no hay. Mi padre descansa, es la única respuesta que he encontrado. Necesitaba descansar"
Ambas se quejan de la falta de recursos públicos para afrontar el duelo en estos casos. Faltan psicólogos y psiquiatras. “No hay seguimiento a los familiares de personas que se suicidan y debería haberlo”, señala Charo, “porque lo que tienes ganas en esos momentos es de morirte tú también”. Que la póliza del seguro por defunción incluya los servicios de estos profesionales, por ejemplo, ayudaría, dice ella. “Hay infinidad de recursos que se podrían poner en marcha”.
Como el anunciado teléfono 24 horas para prestar atención y apoyo ante la conducta suicida, anunciado varias veces por el Gobierno central, y que aún no existe. O el esperado Plan Nacional de Prevención del Suicidio, que no llega. “Llegará tarde, como siempre”, lamenta Daniel López, un psicólogo que también es presidente de Papageno, así como el responsable del grupo de Psicología y Conducta Suicida del Colegio de Psicología de Andalucía Occidental (Copao) y asesor técnico de salud en el ámbito público.
Un suicidio cada dos horas y 15 minutos
Once personas se suicidan cada día en España. Una cada dos horas y 15 minutos de media. Es la dura cifra que aporta el Instituto Nacional de Estadística (INE) en su último informe. Durante 2020 hubo un espejismo. Los primeros cinco meses del año —de enero a mayo— hubo un descenso de los suicidios del 9,3% respecto al año anterior, pero en cuanto se levantó el confinamiento, las cifras se dispararon. En abril hubo un 18,2% menos que en 2019. En agosto, aumentó un 34%.
Durante 2020, el año que irrumpió la pandemia, España batió un triste récord: esos doce meses se quitaron la vida más personas que nunca en la historia, desde 1906, fecha desde la que se contabilizan estos datos. Un total de 3.941 personas se quitaron la vida, 270 más que en 2019. Hasta catorce menores de 15 años se suicidaron en 2020, una cifra nunca antes alcanzada en esta franja de edad. En la de mayores de 80 años también se vivió un fuerte incremento, del 20% respecto a 2019, sumando 548 suicidios.
El año 2020 se batió el récord de suicidios en España desde 1906, cuando se contabilizan. Un total de 3.941 personas se quitaron la vida, 270 más que en 2019
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció hace unos meses la puesta en marcha del Plan de Acción 2021-2024 de Salud Mental, dotado con 100 millones de euros, y que incluye la formación sanitaria en salud mental, una campaña para visibilizar los problemas de salud mental y la creación del teléfono 24 horas para atender a personas que estén pensando en quitarse la vida.
A pesar de ello, el Plan Nacional de Prevención del Suicidio no arranca. El Gobierno central, durante el periodo que gobernó el PSOE en solitario en 2019, anunció su intención de impulsar una Estrategia Nacional de Salud Mental, y también el acuerdo de coalición progresista firmado por PSOE y Unidas Podemos recoge que se trabajaría en el “diseño y desarrollo de una estrategia de prevención de la conducta suicida”, que a día de hoy no existe.
El caso Verónica Forqué
La actriz Verónica Forqué se suicidó hace unos días. Su caso colocó en el debate público un asunto, el del suicidio, que lleva muchos años siendo tabú. “Este tema se tiene que hablar”, dice Verónica Muñoz, hija de una persona que se quitó la vida. Gracias al eco mediático de este asunto, ha comentado la historia de su padre con familiares.
“Lo de Forqué ayuda, pero no hay que entrar en el morbo, porque es doloroso y no es necesario. Hay que decir lo que ha pasado, pero no de qué forma, eso no le viene bien a nadie, y menos a los supervivientes”, expresa Muñoz. Charo, cuyo hijo también se suicidó, reconoce que es positivo que se hable de un asunto “del que solo se habla el Día del Superviviente —tercer sábado de noviembre— y el Día Mundial para la Prevención del Suicidio —10 de septiembre—”, porque, como ella recuerda, el día que se suicidó Verónica Forqué “se quitaron la vida ella y diez personas más”.
Daniel López, presidente de Papageno, critica el “perjuicio” provocado por el tratamiento mediático, en algunos casos, de la muerte de la actriz. “Por la manera en que se trata, puede provocar que haya personas vulnerables que hagan el proceso de imitación”, agrega. “No se respeta a esta persona por el hecho de ser famosa y a la larga va a traer consecuencias”, advierte, por eso anima a los medios a empaparse de las recomendaciones que realizan desde la asociación y desde instituciones públicas, para evitar el efecto Werther, inspirado en la novela Las penas del joven Werther de Johann Wolfgang von Goethe, en la que el protagonista sufre por amor y termina suicidándose.
¿Qué es Ubuntu?
La asociación andaluza de supervivientes por suicidio de un ser querido, Ubuntu, que se presentó en Cádiz en noviembre, busca apoyar a familiares en sus duelos por suicidio, luchar contra el estigma de esta problemática, visibilizar esta causa como un reto de salud pública de primer orden y reivindicar recursos ante las Administraciones.
“Somos los que llevamos el coche escoba, cuando ya todo ha fallado, cuando el sistema no lo ha podido evitar”, resume María Jesús de León, a la que todos llaman Susi, presidenta de Ubuntu. El nombre de la asociación proviene de una palabra africana que significa “yo soy porque juntas las personas somos”, y ese es el objetivo de la entidad, "no dejar a nadie atrás”, cuenta su presidenta.
“Este duelo deja a las personas fuera del mundo. La culpabilidad que le queda a los familiares por no haberlo podido evitar es tremenda”, señala Susi. Ella misma es una superviviente, el término que se aplica a los familiares de personas que se han quitado la vida. En su caso, por partida doble. Su hermano se suicidó en 1998 cuando tenía 30 años, y su marido a los 50, en 2010.
“Tuve que recurrir a una psicóloga clínica que me costeé yo misma porque la Seguridad Social tardaba mucho en atenderme”, recuerda Susi. Por eso una de las exigencias de la asociación es que se refuercen los recursos destinados a salud mental y la atención a supervivientes. “Los familiares se quedan en shock traumático, se cae en una espiral tremenda de sufrimiento de la que es difícil salir por una misma”, explica.
"Seremos el azote de la Administración si hace falta; estamos ante una emergencia nacional"
A ella le ayudó escribir, por eso escribió un libro, Amazona en la centella. Una bolsa para afrontar el duelo, con el que quiso cerrar su duelo. “Ahí cuento mi viaje iniciático, tienes que recomponerte y regresar a la vida. Yo me quedé fuera del mundo, morí a la vez que mi marido, no tenía fuerzas para seguir adelante, pero me ayudó mucho la naturaleza. Necesitaba estar sola para ir asimilándolo”.
La actividad de Ubuntu, nacida al calor de Papageno, se vio interrumpida por la pandemia. A raíz de un primer grupo de ayuda mutua, creado en Cádiz, se sumaron supervivientes de otras provincias, como Sevilla, Jaén o Córdoba, donde también hay grupos en la actualidad. El objetivo es que haya uno en cada provincia andaluza. En las reuniones mensuales, “sostenemos y damos apoyo a familiares”, dice Susi. “Cuando la gente se siente segura y libre de poder contar lo que siente, ahí empieza a sanar”.
“Seremos el azote de la Administración si hace falta”, expresa la presidenta de Ubuntu, una asociación que quiere ayudar a que se ponga en marcha un Plan Nacional para la Prevención del Suicidio. “Queda mucho por hacer, estamos ante una emergencia nacional. El suicidio es un fracaso colectivo, algo está fallando en la sociedad. Hay demasiada desesperanza en este mundo y muchas muertes se pueden evitar”.
Teléfonos y asociaciones de ayuda
- Teléfono de la Esperanza: 717 003 717.
- Grupos de ayuda de Papageno: 633 169 129.
- Ubuntu, asociación andaluza de supervivientes por suicidio de un ser querido: info@ubuntu-andalucia.es.
- Fundación Anar de ayuda a niños y adolescentes en riesgo: 900 20 20 10.
- Asociación para la prevención del suicidio La niña amarilla.