El genio del violín, el maestro de maestros en la dirección de orquestas, Yehudi Menuhin, llegó a la puerta de artistas y personal de la calle Medina después de unos 700 kilómetros en coche. Con casi 90 años a cuestas, con sus brazos que apenas soportaban el peso de la batuta, unos tres años antes de fallecer en Berlín, ni llegó a pasar por el camerino. El músico fue directamente al escenario, apenas dos horas antes de comenzar la función, y se puso a ensayar con su orquesta. No paró hasta que el entonces director del Teatro Villamarta, Francisco López, que celebraba el ciclo inaugural por la reapertura del edificio, le advirtió de que estaban a punto de abrir las puertas al público. “Es un recuerdo que siempre tengo como enseñanza de lo que es no perderle nunca el respeto a un escenario. Dije: chapó, con 90 años no viene a hacer simplemente un bolazo. Ese recuerdo me habla del respeto hacia lo que hacemos”.
En el vestíbulo del escenario de la plaza Romero Martínez, en el hall de un edificio que va camino de los 100 años —la obra de Teodoro Anasagasti se proyectó hace 95 años y se inauguró por primera vez en 1928— se encuentran el antiguo responsable del coliseo municipal, el citado gestor cultural y director de escena, Francisco López (El Carpio, Córdoba, 1954), y la actual directora de la institución jerezana, Isamay Benavente (La Línea, Cádiz, 1965). Van a rebobinar en este encuentro con lavozdelsur.es un cuarto de siglo. Van a situarse, con emoción contenida, en aquel vestíbulo de aquella noche de un 21 de noviembre de 1996. En un edificio rehabilitado por impulso de la sociedad civil jerezana y gracias a la voluntad férrea del Consistorio de una localidad efervescente.
Recién salida del trauma de la reconversión bodeguera y refugiándose en la cultura y en su proyección exterior como armas cargadas de futuro. Ven la plaza Romero Martínez, atestada de curiosos que apenas divisaban una obra “fantástica” desde fuera. Recorren, como en un dron que vuela bajo, el patio de butacas, que está a reventar. Y ven en la primera fila del palco principal a los duques de Lugo, la infanta Elena y Jaime de Marichalar, junto al presidente de la Junta andaluza, Manolo Chaves, y aquel alcalde, Pedro Pacheco, promotor de una ciudad-estado que, con sus sombras y sus luces, por aquella época estaba a la vanguardia en muchas políticas municipales. En el escenario, un artista inmortal. Alfredo Kraus abre la boca al son de la Orquesta Filarmónica de Turingia. Los lienzos de Teodoro Miciano, las cinco lámparas de cristal, sus más de 1.200 localidades. Todo estaba por estrenar. Todo era el principio de un renacido e ilusionante sueño de ciudad.
"Realmente fue muy poco tiempo para levantar el proyecto", lanza Isamay. Paco López llegó en agosto de ese año a Jerez, y ella se incorporó en octubre al teatro, apenas un mes antes de volver a levantar el telón en el escenario del mastodóntico edificio, cuya rehabilitación superó ampliamente los seis millones de euros que aportó la administración autonómica. “Creo que, por supuesto, hubo una ilusión, una vocación y un trabajazo enorme, creo que vivíamos aquí, pero también algo de inconsciencia por tan poco plazo para ponerlo todo en marcha (ríe con no poca nostlagia). No solo era el recital de Kraus, es que al día siguiente hicimos un grandísimo montaje con la ópera Carmen, que tiene de todo: escolanía, coro, ballet… viéndolo con retrospectiva aún me pregunto cómo fuimos capaces y con ese nivel con el que se presentó al público de Jerez ese reinaugurado teatro”.
Hay que contextualizar lo que era la ciudad en aquella época. La antigua carretera N-IV había dejado de pasar hacía escasos años por la calle Larga, la arteria principal del municipio. Era un pueblo grande que, de pronto, pasaba a tener un gran teatro que aspiraba a todo. “Efectivamente, lo que la ciudad mostraba, y tenía en su interior, era el alma de un pueblo de algo menos de 200.000 habitantes, pero con un funcionamiento ilusionante. Yo venía de Córdoba y cuando llegué me llamó la atención positivamente cómo funcionaban las cosas en el Ayuntamiento. Para nada fue un paso atrás”, reconoce un cuarto de siglo después López, responsable de proyectos artísticos en sus inicios que acabaron dando enorme notoriedad y prestigio al teatro, como el Festival de Jerez (con 25 ediciones y una de las muestras de danza española más relevantes del mundo) o el Centro Lírico del Sur.
"Había un peso de gran pueblo pero una inercia de ilusión de ir hacia adelante, en el teatro convergió todo eso"
A su lado, Benavente confirma las palabras de su predecesor en el cargo: “Ratifico lo que dice Paco: yo venía de Sevilla, de trabajar en la Consejería de Cultura de la Junta, y me sorprendieron funcionamientos municipales mucho más modernos de lo que yo estaba acostumbrada allí”. “Había un peso de gran pueblo pero una inercia de ilusión de ir hacia adelante, en el teatro convergió todo eso. Jerez quería homologarse con medianas y grandes ciudades de España y Europa. Convergió eso y un grupo de gente muy ilusionada. Yo sí creo que teníamos mucha confianza en cómo hacer las cosas”, incide López.
El recuerdo fundamental que comparten de aquella noche, “como parte de toda la agitación que hubo en esos instantes”, fue el de los trabajadores limpiando las cristaleras cuando ya iba a entrar la infanta y el alcalde. “Fue sentir la gran suerte de inaugurar un teatro, algo muy difícil en la vida”, admiten. Les pone los pelos de punta recordar. “Emociona”, dice Isamay. “Absolutamente”, subraya Paco. “Miras hacia atrás y ves no solo la ilusión con la que trabajamos para poner en pie ese proyecto, sino cómo la ciudadanía respondió. Creo que cuando la ciudadanía entró por esas puertas y vio ese nivel en el teatro, con primeras figuras del teatro, la danza, el flamenco…, de repente tener acceso a esos artistas, y es que fue accesible para todos, tener un teatro en funcionamiento…, muchas personas venían y decían que eso les había cambiado la vida, otra ventana a ver la vida y el arte. Fue ilusionante para todos”.
“Hemos visto mucho aquella alfombra roja, fue bastante potente, pero sobre todo, lo que reflejaba era eso, el teatro formaba parte de la historia sentimental de esta ciudad. En un momento dado perdió el pulso, era una reliquia, casi un cementerio sin vinculación con la ciudad, por lo que pensar que se recuperaba era también recuperar la memoria de mucha gente, lo que activó una gran ilusión”. La sociedad civil, canalizada en el empuje de la plataforma por la reapertura, fue clave para alcanzar ese momento. “Fue la plataforma, y todas esas personas que empezaron a movilizarse tras el cierre en el año 86, y luego un Ayuntamiento y un alcalde que recogió el guante y dijo: no solamente voy a rehabilitar el teatro sino que voy a dotarlo técnica y presupuestariamente para hacer un proyecto desde el principio”.
Un gran centro de producción artística durante un cuarto de siglo
Con manos libres para diseñar el proyecto desde el minuto menos uno, López —y Benavente, primero en la dirección artística y luego como máxima responsable gerencial— no dudaron en situar al teatro jerezano en unos niveles insospechados, “sin injerencias políticas, solo con dificultades económicas que fueron sobreviniendo, especialmente por falta de apoyos supramunicipales —la Junta no pasó a patrocinar la programación hasta diez años después de la reinauguración—“. “Este teatro y esta ciudad pueden estar muy orgullosos del nivel y la diversidad de propuestas que han ocurrido durante 25 años en este escenario”, comenta el escenógrafo cordobés sobre las tablas del coliseo, donde se afanan los técnicos en el montaje de la gala que celebrará este viernes (20.00 horas) tan especial efemérides. A lo anterior, añade: “No hablo solo y exclusivamente del momento en que algo se hace espectáculo aquí, sino de todo lo que hay detrás. Que este teatro haya sido, y siga siendo, un centro de producción, fundamentalmente lírica, pero no solo, y que sea capaz de generar un proyecto como el Festival de Jerez, me parece que sería algo con lo que se daría con un canto en los dientes cualquier teatro, y ya no te hablo solo del de una ciudad de 212.000 habitantes. Isamay tiene que estar muy orgullosa porque ha mantenido el pulso y el nivel en unos momentos muy difíciles”.
"Este teatro y esta ciudad pueden estar muy orgullosos del nivel y la diversidad de propuestas que han ocurrido durante 25 años en este escenario"
Vinieron vaivenes, algunos años terribles, pero sí Villamarta resistió, probablemente fue porque “la realidad es que aquella noche de 1996 no fue para hacerse la foto del día de la inauguración, fue el corazón de la coherencia de un proyecto de ciudad desde el punto de vista social, económico y cultural”. “La asignatura pendiente no era arreglar el edificio, sino ir más allá y que tuviera un proyecto. En muchas ciudades ocurría lo contrario, y sigue ocurriendo: espacios maravillosos sin proyecto artístico".
"Aquí, para el Ayuntamiento no solo hubo una rehabilitación, sino que buscó un equipo profesional para poner en marcha un proyecto artístico con continuidad y que el teatro estuviera vivo. Eso hay que subrayarlo”, insiste la actual máxima responsable de un teatro cuya estructura organizativa se vio seriamente comprometida hace ahora unos diez años, cuando la controvertida Ley Montoro voló por los aires la anterior fundación Villamarta y, ya en 2015, el actual gobierno municipal socialista hizo viable continuar la labor mediante un nuevo ente autónomo público vinculado también a la Universidad de Cádiz.
“Sufrimos mucho en este Ayuntamiento —recuerda Benavente— porque los problemas económicos que ya sufría los elevó al cubo la crisis económica de 2008. No conozco ningún otro teatro que se viese afectado por esa ley, pero nosotros, al ser un teatro municipal, y como fundación municipal, querían que en uno o dos años no arrojásemos pérdidas, en una época tan tremendamente complicada. Ya con el gobierno actual eso se superó, se buscó una solución de la mano del Ministerio de Cultura y, aunque ahora seguimos teniendo cierta espada de Damocles sobre la cabeza, sí que no tenemos esa presión permanente”.
Cantera de artistas e inspirador de vocaciones técnicas
En estas dos décadas y media han podido desfilar por sus butacas casi el mismo número de habitantes que tiene Jerez hoy en día (unos 214.000), mientras que son muchos centenares de artistas y técnicos los que han intervenido en el principal escenario de la ciudad. Desde un punto de vista estrictamente económico, “ha habido un despliegue de puestos de trabajo increíble en estos años”. Pero también formativo y como inspirador de vocaciones. “La regidora de este teatro se formó aquí, pero de sus ayudantes, que pasaron por sus manos y se formaron aquí, uno de ellos trabaja en el equipo del Liceo y otro en un puesto estable en la Zarzuela. O gente que pasó por nuestro coro y ahora está en el del Liceo. Cantantes líricos que debutaron aquí y ahora hacen esos papeles en el Metropolitan de Nueva York, como el barítono onubense Juan Jesús Rodriguez”. “Siempre quisimos no limitar esto a un centro de exhibición, sino tenerlo como motor de dinamización de la ciudad”, insisten.
Aquí Isamay recuerda cómo Rocío Molina, Premio Nacional de Danza ante la que se arrodilló el mismísimo Barýshnikov, llegó junto a su madre, con solo 13 años, a uno de los cursos del Festival de Jerez. Otra prueba más de lo que ha significado para muchos artistas consagrados la puesta en escena del gran proyecto de Villamarta. "Para los flamencos de Jerez ha sido clave, se han abierto al mundo y han crecido con las propuestas y con los encuentros con otros artistas", recalcan.
El público
Y luego están los públicos. Los antiguos y los nuevos públicos. En este flashback que se recrea en el pasado, que analiza el presente, no puede faltar ese regreso al futuro. Y el futuro de un teatro está necesariamente, financiación aparte, en la conformación de nuevos públicos. “Siempre hemos sido accesibles. Una ópera aquí tiene de entrada más cara 60 o 65 euros, mientras que en Madrid, con mismos artistas y mismo nivel de producción llega a 200 euros. Se hace un esfuerzo desde lo público muy importante para que el teatro sea accesible para una ciudadanía en un municipio con índices de paro elevados. Pasan un montón de colegios que ven por primera vez una ópera…Hay una entrada media de unos 20 euros, pero hay muchas promociones y rebajas para grupos, para colegios, conservatorio… el acceso a la cultura y a los artistas de primer nivel es un esfuerzo que siempre hemos hecho”, insiste Benavente.
“Sinceramente —remarca López, apoyado en el brazo de una butaca, en uno de los pasillos del patio—, 25 años es muy poco tiempo para crear hábitos culturales, aunque es verdad que se han dado pasos fundamentales. Se han incorporado programas con escuelas, centros sociales… pero tampoco hay que ser utópicos, ha sido poco tiempo. Eso con el covid se ha notado, recuperar otra vez públicos para actividades que antes tenían un nivel aceptable, cuesta trabajo. Eso quiere decir que los hábitos no están totalmente formados”.
Pasado, presente y futuro
¿Habrá cosas que mejorar? Seguramente. ¿Hará falta cierto relevo generacional en según qué estamentos, nuevas miradas y aperturas? Es probable. El reto pasa por reconectar con antiguos amigos del Villamarta, esos espectadores que tenían abono mixto a finales de los 90 y que se dejaban sorprender por cualquier propuesta que pisara el escenario, y enganchar a nuevas audiencias, especialmente a las más jóvenes. “Hace veinte años había un público más inquieto, con más ansia por descubrir, ibas al teatro sin conocer a las compañías porque confiabas en la programación. Desgraciadamente, eso no pasa ya casi en ningún sitio, la gente va solo a lo que conoce, a lo que previamente ha recibido mucho bombardeo de información; hay una crisis del tema de abonos a raíz del covid, vienen a última hora… los programadores estamos mucho más en vilo ahora, por lo que es cierto que 25 años no son nada y, en todo caso, hay que seguir”, defiende la actual responsable de Villamarta, un espacio que ahora también busca redoblar la apuesta por la búsqueda de patrocinio privado —gran asignatura pendiente histórica— y, sobre todo, convertirse en “punto de encuentro” de la sociedad civil y de los representantes institucionales y de colectivos de la ciudad.
"Tú tráeme a un espectador a butaca y, a partir de ahí, ya me encargo yo de que vuelva"
“Hay que hacer un esfuerzo por venir, invertir en venir al teatro es invertir en la ciudad; eso pasa en otras ciudades, pero aquí se echa en falta”, subrayan casi al unísono. “Es muy importante la presencia de la sociedad civil en los teatros, el gran público se mueve por mimesis, vemos comportamientos y la imitación es esencial. El hecho de que la sociedad civil, y el ciudadano representativo por decirlo de alguna manera, entienda que estar en el teatro es una manera de hacer ciudad y sociedad, es muy importante. Es una inversión social, no ir solo el día que nos apetece”, dice López, que, sea como fuere, defiende a capa y espada una máxima que debe regir al gestor de un equipamiento de artes escénicas: “Tú tráeme a un espectador a butaca y, a partir de ahí, ya me encargo yo de que vuelva”. Y lo cierto es que, según la época, el público de Villamarta sigue siendo fiel y, de hacerse una encuesta, sería una de las instituciones probablemente más valoradas del municipio.
Sin ser “kamikazes” en la programación, “porque trabajas con dinero público y hay una responsabilidad social y artística”, ambos gestores defienden la pluralidad de oferta del teatro. Mientras repasan algunos de los figurines de antiguas producciones líricas que emergerán en el escenario en la gala del viernes, casi como la historia del teatro cosida a mano, con lentejuelas y suaves telas y pieles, “esto es solo el 0,001% de todo el vestuario que tenemos”, López y Benavente se mantienen en el pasado, refrescando personajes y libretos operísticos. “Ha habido momentos, pero a ver… las producciones propias de ópera son parte de tu corazón, se construyen desde cero y cuando las ves en pie… es que me acuerdo de cuando encargué esa lámpara —señala al atrezo que ya decora el escenario—, que pertenece a Romeo y Julieta… O este mismo sábado, que tendremos el cierre del ciclo de aniversario con La Zaranda. Me acuerdo de cuando vinieron al ciclo inaugural, y luego hemos visto todos sus montajes durante estos 25 años y hemos visto cómo tienen un público super fiel en su ciudad y cómo son parte de este teatro”.
Aparece, ya en backstage, el figurín del Duque de Mantua, con el que debutó el tenor jerezano Ismael Jordi, retratado en el hall del teatro. “Se hizo en un taller italiano, es una maravilla y salió baratísimo… nos lo pidió el teatro Colón de Buenos Aires hace unos años para construir otro igual…”. Agolpados los recuerdos, perdidos en muchos casos como lágrimas en la lluvia, se enciende la luz de sala. Los técnicos pican focos. Decenas de empleados mueven la maquinaria de Villamarta. Culminan los ensayos para la gala que, de alguna manera, será el acto central de la celebración. Ahora solo falta el público. Por eso, ambos vuelven al presente y zanjan: “Ahora mismo hay que ser más militante cultural que nunca. Igual que hay que comprar en las librerías de siempre, esto no es solo algo del Ayuntamiento o de la fundación que gestiona el teatro, esto se construye entre todos, y hay una parte que le toca al público. Porque cuando compras una entrada no solo te regalas un espectáculo, contribuyes al sostenimiento de todo esto, que da también mucho trabajo, y al futuro y al progreso de la ciudad”.
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