Treinta años de viajes a 'otro mundo': historias de saharauis, del desierto a alucinar con el mar

Fatu, Taufa, Said, Ayman y Mariam son algunos de los menores que disfrutan de los meses de verano en Chiclana gracias a la solidaridad de las familias que participan en el programa 'Vacaciones en paz'

Fatu y Taufa, dos de las niñas saharauis que disfrutan este verano con familias de acogida en Chiclana.
Fatu y Taufa, dos de las niñas saharauis que disfrutan este verano con familias de acogida en Chiclana. JUAN CARLOS TORO

“Sandía, plátano y manzana”. Fatu ya ha aprendido a decir en español tres de las cosas que más le gustan de Andalucía. La pequeña saharaui, de 10 años, llegó el 6 de julio al Aeropuerto de Málaga en un avión con destino a un lugar que en nada se parece a su tierra natal. Ella es una de las 30 menores de entre 8 y 12 años que pasarán los meses de verano en Chiclana. Sus pies pisan la arena de la playa de Sancti Petri gracias al programa Vacaciones en paz, existente desde 1994 en toda España y gestionado en el municipio gaditano por la Asociación Local de Ayuda al Pueblo Saharaui de Chiclana Sadicum. En la región hay actualmente 750 niños y niñas disfrutando del período estival, de los cuales, 180 se encuentran en la provincia de Cádiz.

Les espera un verano por delante lleno de planes y diversión, más de dos meses en los que conviven con familias de acogida dispuestas a darles todo su amor hasta principios de septiembre. España lleva más de 30 años colaborando a través de las ONG y proyectos de cooperación para hacer la vida más fácil a aquellos que en 1975 se convirtieron en refugiados como consecuencia de la llamada Marcha Verde. Tras la ocupación de esta zona por parte de Marruecos, parte de su población acabó en medio del desierto. La traición de las autoridades no fue la del pueblo español, que desde entonces, ha tendido su mano. La mayoría se instalaron en campamentos en Tinduf, en Argelia, donde viven unas 180.000 personas. Allí, nacen bebés desde hace casi medio siglo.

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Las familias de acogida, con los niños saharauis en la playa de Sancti Petri.  JUAN CARLOS TORO
 
Fatu, Taufa y Mariam, en la playa.
Fatu, Taufa y Mariam, en la playa.  JUAN CARLOS TORO

Taufa, de 10 años, es una de ellos. Es el tercer año que pasa las vacaciones junto a Mari Ángeles Alfaro y Juan Ciriaco, una pareja de Chiclana que también acoge a Fatu. “Yo no tengo hijos, pero si los tuviera, también acogería, no lo hago porque no los tenga”, comenta Mari Ángeles, que lleva desde 2014 participando en este programa. “En verano siempre veía a los niños saharauis con sus familias de acogida en los bares y por la calle y me interesé”, dice esta chiclanera, que desde hace una década –excepto los dos años de pandemia– abre las puertas de su casa a los pequeños.

"Es una labor que te llena el corazón"

Para ellos, es tiempo de evasión, de conocer y de reír. “En Sáhara Occidental viven en condiciones lamentables”, dice Mari Ángeles. El agua y la comida son limitadas en este territorio donde en esta época del año los termómetros alcanzan los 50 grados. No hay árboles ni sombra. Las familias viven del ganado, camellos y cabras, y habitan en casas de adobe y jaimas que, con las fuertes lluvias, se desmoronan. “Traerlos aquí les hace ver que existe otro mundo diferente a ese, la verdad es que es una labor que te llena el corazón. Es muy gratificante”, comenta la chiclanera desde un chiringuito de Sancti Petri.

Cuando llegan por primera vez, todo a su alrededor les causa sorpresa. Sobre todo, el mar. Las familias recuerdan sus caras al ir a la playa. “Salen corriendo y se tiran de cabeza al agua, es algo increíble para ellos, muchos no lo han visto nunca”, dicen.

Mari Ángeles pasea con las niñas acogidas por la orilla.
Mari Ángeles pasea con las niñas acogidas por la orilla.  JUAN CARLOS TORO

En la provincia gaditana, experimentan vivencias totalmente distintas a las que están acostumbrados. Por ejemplo, en la forma de vestir. “Cuando le puse la falda corta me dijo que en Sahara no podía ponerse una como esta”, dice Mari Ángeles.

En los campamentos, los pequeños van a la escuela primaria. Sin embargo, cuando crecen, no hay opciones para seguir estudiando, por lo que deben partir a otras ciudades como Orán o Argel. Pocos se lo pueden permitir. En estos colegios asisten a clases de español, aunque las familias aseguran que no suelen conocerlo. “Lo aprenden aquí, con nosotros, aprenden enseguida, son como esponjas”, comentan.

Said, de 8 años, suelta palabras en hassanía, su lengua materna. El primer país que este pequeño conoció fue Italia. Este año, pisa España por primera vez. “Me gusta la playa y la piscina porque allí hace mucha calor. Y la comida aquí es muy buena, hay mucha fruta”, dice en su idioma mientras Yusef traduce a lavozdelsur.es.

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Las niñas saharauis tomándose un refresco en un chiringuito.  JUAN CARLOS TORO
Yussef ayuda a los pequeños con el idioma.
Yussef ayuda a los pequeños con el idioma.  JUAN CARLOS TORO

Él convive estos meses con Ayman y Mariam, de 10 años, en casa de Ángel Albalate y María Teresa Garroza, una familia de San Fernando que lleva tres años acogiendo. “Ella entiende bien el español y lo habla, hace de traductora de ellos dos”, dice la isleña, que este verano da cariño a tres menores.

"Viven en un trozo de desierto que no es apto para la vida humana"

Empezaron en el programa Vacaciones en paz tras ver que un familiar de Trebujena lo había hecho. “Hace tres años vivíamos en Chiclana y nos pusimos en contacto con la asociación. Nos movió la inquietud que teníamos por querer ayudar. Viven en un trozo de desierto que podríamos decir que no es apto para la vida humana”, comenta Ángel mientras los niños ríen.

La familia empatiza con los niños y entiende que, para ellos, es difícil subir a un avión y recorrer tantos kilómetros sin conocer quiénes son las personas con las que estarán. Intentan que su estancia sea la mejor posible y se vayan con buenos recuerdos que compartir con los suyos. “Un niño es igual aquí y en el mundo entero, ellos realmente no llegan a entender como un adulto cuál es su situación real, pero no son tontos, saben que hay diferencias”, expresa el isleño.

Teresa y Ángel juegan con los tres niños acogidos.
Teresa y Ángel juegan con los tres niños acogidos.  JUAN CARLOS TORO

Además, sus familias de sangre les preparan y les hablan del programa. El 90% de los padres de estos menores ya fueron niños acogidos hace años. Lo tienen presente. “Ella es hija de una niña que tuvo mi suegro hace 20 años”, dice Mari Ángeles poniendo su mano en el hombro de Fatu.

Chari Sánchez, presidenta de la asociación Sadicum, lleva acogiendo desde 1994. Ella no olvida al primer niño que cuidó en su casa. Ahora tiene más de 30 años y su hijo está con ella este verano, junto a Yusef, universitario de 20 años que también fue acogido en su niñez. Ha ido en más de una ocasión a Sáhara y mantiene el contacto con cada familia con la que ha colaborado.

Cada año, Chari comparte con las familias de acogida algunos consejos. “El 99% de los niños se adaptan a nuestras familias y nuestras costumbres, pero los primeros días les cuesta un poco. Por ejemplo, comer con tenedor y cuchillo. En su campamento se come con las manos de un bol”, explica la presidenta de esta asociación que impulsa proyectos de cooperación al desarrollo como la instalación de cubas de agua, de cableado y luz, reforma de guarderías o dotación de material para las escuelas.

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Mari Ángeles, en la orilla de la playa con Fatu y Taufa. JUAN CARLOS TORO

También menciona que “se suelen caer de la cama porque en sus tiendas de adobe no tienen” y sostiene que “con la comida hay que tener cuidado porque allí escasea y aquí lo tenemos todo, entonces empiezan a comer muchísimo y sufren cólicos”.

Cuando llega septiembre, sus casas se quedan completamente en silencio, al menos las que no tienen hijos. Estas familias, como es natural, echan de menos a los niños con los que pasan semanas compartiendo anécdotas. Sin embargo, la despedida no es dura. Se marchan felices, con una sonrisa en sus rostros que lo dice todo. “Hacen la cuenta atrás de los días que quedan para volver porque tienen ganas de ver a sus padres”, comenta Mari Ángeles.

Según Ángel, “los saharauis son muy familiares, estos menores no están en desamparo, aunque viven en una zona complicada, quieren mucho a sus familias y quieren estar con ellas”. Pese a la dureza de sus circunstancias, quieren volver. Una vez más, el amor es el antídoto que supera cualquier adversidad.

Sobre el autor:

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Patricia Merello

Titulada en Doble Grado en Periodismo y Comunicación audiovisual por la Universidad de Sevilla y máster en Periodismo Multimedia por la Universidad Complutense de Madrid. Mis primeras idas y venidas a la redacción comenzaron como becaria en el Diario de Cádiz. En Sevilla, fui redactora de la revista digital de la Fundación Audiovisual de Andalucía y en el blog de la ONGD Tetoca Actuar, mientras que en Madrid aprendí en el departamento de televisión de la Agencia EFE. Al regresar, hice piezas para Onda Cádiz, estuve en la Agencia EFE de Sevilla y elaboré algún que otro informativo en Radio Puerto. He publicado el libro de investigación 'La huella del esperanto en los medios periodísticos', tema que también he plasmado en una revista académica, en un reportaje multimedia y en un blog. 

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