Él llama a esta zona “entrar en el Amazonas”. Silencio. De pronto, desaparece el ruido del tráfico y todo es silencio interrumpido por el piar de muchas especies de pájaros. La naturaleza se ha abierto paso súbitamente casi sin darnos cuenta. Entre los frondosos árboles de la ribera, aparece imponente La Cartuja, fundada como monasterio hace más de 540 años y una mole que es monumento histórico-artístico nacional desde 1856. La vista es inédita e insólita para quienes pensaban que navegar por estas aguas era cosa de otra época.
Para quienes creían que disfrutar de este paisaje cultural tan singular como único iba a ser imposible. La canoa canadiense se mantiene firme por el cauce tranquilo, un plato ideal para aprender ese deporte tan de moda como es el paddle surf o viajar a todo trapo en la barca dragón, con veinte remeros y un tamborilero tocando el tantán que marca el ritmo. Antes de la entrada del pequeño embarcadero, dos piraguas muy vistosas presiden el arco de entrada.
A la derecha del camino pedregoso, rústico y sin pretensiones, respetuoso con el entorno, bajo el justiciero sol de la primavera, se deja ver una mínima parte de un complejo hidráulico romano y andalusí único en el mundo. Más de 2.000 años de historia a los pies de La Corta en un yacimiento descubierto hace un par de años y que anda ansioso por exhibir sus tesoros al mundo.
La barriada rural del sureste de Jerez, en plena pandemia y después de años de despoblamiento rural, luce una sonrisa de oreja a oreja. Lars Walkler, un hombretón sueco de 58 años que dejó atrás el deporte de elite y se hizo empresario de turismo activo —el primero en inaugurar este tipo de negocios en la Costa del Sol, hace unas tres décadas—, tiene la culpa.
Cuando se le pregunta a Miguel, vecino de La Corta, desde hace 70 años, es decir de “toda la vida”, también sonríe: “Le ayudamos en lo que haga falta. Estamos muy contentos por tenerle aquí”. Sus nietos y otros niños de La Corta ya han bajado a este modesto club náutico, cuya base es una antigua estación de bombeo de agua de la comunidad de regantes, construida por el régimen hace 70 años, que el empresario nórdico adquirió hace unos meses. Después de tener los permisos de la Junta de Andalucía, titular de las riberas y el cauce del que los andalusíes llamaron río del olvido, es Lars el que ha recuperado la memoria de un caudal que siempre fue navegable y del que los lugareños siempre recuerdan los baños y la pesca de sábalos y otras especies preciosas.
“Los niños querían probar a remar pero no tenían dinero, así que pensé que, como contraprestación, recogieran basura, y entonces les dejaba las canoas y kayak a cambio de que recogieran basura. Ahora vienen a por más, pero ya lo tienen todo limpio”, ríe Lars, pantalón corto, gafas con una colorida montura que denota su extrovertida personalidad y una tripa prominente que denota que hace ya un tiempo que dejó atrás los descensos del Sella y la competición internacional y se dio por entero a los negocios turísticos en la naturaleza. “Antes de los 60 me pongo en forma, quiero competir en los mundiales de veteranos”, promete risueño el oriundo de Solna, en Estocolmo, mientras introduce con vigor la pala en parte del metro y medio de profundidad que arrastra el Guadalete a su paso por la campiña jerezana.
Después de años de proyectos con más ambición que cabeza, eternas peleas entre administraciones, y suspiros de jerezanos y jerezanas cada vez que se menciona ese nombre, el Guadalete, tímidamente aún, vuelve a la vida. Y por consiguiente, Jerez vuelve a mirar a su río. Esta idea, que lleva décadas persiguiéndose en la ciudad, no necesitaba grandes proyectos, inversiones y pretensiones, solo comenzar a materializarse. 16 kilómetros navegables, desde La Ina hasta el azud de El Portal. 10 kilómetros arriba o seis más al Sur. El paisaje embauca. Ni el sedimento que arrastra el río estropea la belleza de la estampa.
De todo eso se quedó prendado Lars, cuando se obligaba a pasar con su coche por la carretera cercana para ir de la Costa del Sol a Sanlúcar como representante de una marca de piraguas. “Era tarde, el sol daba brillo en el agua, vi los techos de la barriada, y vi un cartel de se vende en este edificio… vi el río, y dije: ¿esto qué es?, esto es demasiado bueno para ser verdad. A los cuatro días firmé el contrato de compraventa. Este río es realmente muy exótico por todo lo que le rodea”. Fue hace menos de un año y, pese a que no dispone aún de luz, ni agua —“todo va muy lento, es bastante agobiante, porque tengo bastante invertido”—, su empresa Surfjak Aqwasport —que también tiene sede en Marbella— ha empezado a funcionar diariamente, de la mañana al ocaso, y se ha corrido la voz en las redes sociales de la zona como la pólvora.
“Mucha gente viene solo a ver, hay mucho interés, es impresionante las ganas que había de reencontrarse con el río”, cuenta, mientras se deshace en elogios para sus nuevos vecinos de La Corta. “Es muy emocionante las historias que me cuentan, de cómo venían los domingos a pasar el día al río y como esto, de alguna manera, les devuelve esas imágenes. Están volcados con nosotros y super contentos”, comenta. Al tiempo que prepara los chalecos de seguridad para empezar la navegación a través del Guadalete, Lars expone que hay canoas disponibles durante una hora por 15 euros (para dos adultos y dos niños), y que avanza también que organizará cursos de piragüismo o paddle surf, además de otras actividades de ocio en la naturaleza fuera del agua del río, como el tiro al plato con láser.
Hace poco dejó hasta los 25 grados bajo cero que se alcanzan donde residía en Suecia y decidió instalarse definitivamente en Andalucía, bajo el sol que baña aguas mediterráneas en la costa malagueña, y este cauce gaditano tanto tiempo olvidado que está a punto de resucitar definitivamente. Él le quita importancia, pero no sabe bien lo que muchos deseaban que llegara este momento. “No he montado un tinglado, son canoas y piraguas, poco más. Ya los clubes venían cuando había viento en El Puerto o Sanlúcar. Era un escondrijo para navegar con viento fuerte. No es un sitio totalmente por descubrir, pero me alegro de haber llegado hasta aquí". A veces tenemos los tesoros tan cerca, que tienen que venir de muy lejos a descubrirlos. "Esto irá mejor cada día, seguro. El medio ambiente es pelear día a día y, a partir de ahora, todo irá a mejor".