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El agua, quieta, está iluminada por la luz del ocaso. Hay silencio en torno al paraje situado frente al puente de Cartuja, en Lomopardo, Jerez. Debajo, el río Guadalete apenas se ve. La vegetación predomina en este tramo del segundo río más largo de Andalucía, no afluente en otro cauce, 165 kilómetros de longitud, y el más importante de la provincia de Cádiz. En su orilla resuenan miles de historias que contar protagonizadas por sus habitantes. Las voces de 300.000 vecinos y vecinas que no tienen recuerdos sin esta fuente de agua potable. Este caudal que durante siglos era vital para el comercio y las comunicaciones. Donde se desató la batalla que marcó el inicio de la conquista musulmana en la Península Ibérica en el año 711, se han celebrado muchos cumpleaños y se han recogido no menos tagarninas.
Frente al río, familias enteras se reunían para disfrutar de la naturaleza. El río era uno más. Ana María Millán Barrios llevaba una década sin acercarse a sus aguas. Un día cualquiera de otoño, a sus 90 años y, desde su silla de ruedas, vuelve a contemplarlo. Le acompañan su hija Teresa y su nieta Macarena. Esta vecina histórica de Lomopardo, “de Cartuja”, siempre ha vivido cerca del Guadalete. “En la última choza, a mano izquierda”, dice señalando la zona. Responde al nombre de Maruja y su rostro se arruga con cada sonrisa. Sus ojos brillan cuando repasa su historia de vida. Sus palabras son testimonio de un lugar que se apodó “el río del olvido” y que ansía revitalizarse.
Su padre y su hermano trabajaban en la extracción de arena. Eran areneros y se pasaban todo el día “río arriba río abajo porque había que comer”. Cuando Ana María creció empezó a trabajar en el campo y, posteriormente, en la taberna familiar. Con sus manos, recogía garbanzos por la noche, quitaba las hierbas al trigo y realizaba labores de siembra.
"En el río nos bañábamos y refrescábamos"
El río siempre estaba. “Ahí nos bañábamos y nos refrescábamos”, comenta la vecina. No solo era un lugar de recreo, también era fundamental para la subsistencia. En él, pescaban para comer. “Las anguilas estaban muy buenas y mi madre limpiaba los barbos. Buenísimos, mejor que los de la plaza”, ríe. Si no los freían, los colocaban en un hierro y lo acercaban a la candela para calentarlos. “Ya no como barbos, quedé harta”, añade.
Su nieta la lleva hasta una placa situada en un sendero cerca del puente. Las vistas son inmejorables. Allí Ana María señala una fotografía en blanco y negro. “Esa es mi hermana Ángeles”, dice la vecina mostrando una imagen en la que aparece una mujer lavando en el río. También lo usaban para mantener limpias sus sábanas. “Yo venía aquí a enjuagar, me ponía en una piedra y lavaba poco bien”, explica.
“¿Te acuerdas cuando se lavaba con cenizas de la candela?”, le pregunta Juan Cano Domínguez a su vecina, a la que ha estado escuchando todo este tiempo. Para él, el río también ha formado una parte muy relevante de su vida.
“Como no había lejía y la ropa blanca siempre tenía manchas, se echaba con las cenizas”, le responde Ana María a este hombre, natural de Lomopardo, de 80 años, que disfruta paseando por esos caminos que antaño transitaba para ir a la escuela. A Juan le conoce mucha gente del entorno. No hay quien le pare, ni la muleta con la que se desplaza.
“El río ha dado de comer a mucha gente”, dice el vecino recordando a su familia sacando arena o pescando. A su lado se encuentra María, una de sus siete hijos. Dice que las angulas les calmaba el hambre cuando eran pequeños y que muchas familias tenían huertos alrededor. Como en la barriada rural no había agua potable, su padre cargaba bidones de agua del río para poder beber y ducharse.
“También ayudaba a mi suegro a sacar arena”, comenta Juan, que, hasta los 40 años, se dedicó al campo, como Ana María. En su caso, recogía remolachas, algodón o maíz, hasta que entró en la ONCE, donde ha estado 25 años.
A su memoria llegan imágenes de aquellos días en los que se acercaba al río, tiraba la red y pescaba barbos, angulas, camarones, cangrejos o lisas. Después, con el saco lleno de pescado, se desplazaba a La Ina a venderlo. “El río estaba exagerado, mucho mejor que ahora. Ahora ahí entra toda la porquería de Jerez”, sostiene aludiendo a que ya no se encuentra esa abundancia de especies.
"Un tiempo el río estaba medio vacío y olía mal"
Ana María y Juan recuerdan los graves problemas de contaminación que sufrió el Guadalete en los ochenta y noventa debido a la construcción de la planta azucarera de El Portal. Por entonces, “estaba medio vacío y olía mal”. En 1988, tras una intensa lucha ecologista, la Junta y el Parlamento de Andalucía aprobaron el Plan de Recuperación del Guadalete, pionero en España, y todo volvió a la normalidad. Pero no a la que estos vecinos conocían.
“El río ha cambiado mucho, porque ya todo eso se acabó”, dice Juan, refiriéndose a la pesca o a los baños. “El río lleva ya unos cuantos años que no está en condiciones. Por la contaminación, se ven los pescados muertos. Ya no se puede disfrutar de él”, lamenta este hombre que, hace décadas, veía “las piedras claritas” y ahora “está todo turbio”.
El Guadalete ha traído alegrías para el vecindario, pero, a veces, se concebía como un monstruo natural al que temer. Sin ir más lejos, no son pocas las miradas que se ha llevado durante los días de DANA, cuando en un tramo sí llegó a desbordarse.
"El río ha llegado hasta la puerta de mi casa"
Ana María recuerda una gran riada en la que, desde el puente, “veía como el agua se derramaba por todas partes”. Además, se ha llevado más de un susto cuando los temporales provocaban crecidas. “El río ha llegado hasta la puerta de mi casa. Siempre que subía, mis padres nos llevaba a un cerrito. Ese día no se dormía ni nada. No sabíamos si iba a entrar el río dentro de la casa o no. Pero mira, no llegó a entrar nunca. En el escalón mis padres ponían sacos de arena y unos tablones. La oleada la daba y te salpicaba, pero no entraba”, detalla la vecina.
También dejó tragedias en la historia de esta barriada rural jerezana. “Raro era el año en el que no se ahogaba uno”, dice Juan, mencionando a quienes perdieron la vida a unos metros de él.
Para estos abuelos, y para las generaciones posteriores, el río adopta un significado especial. Allí, estaba su playa particular, su lugar de encuentro, desde donde veían a los caballos cargados de tabaco pasar por el puente que está a sus espaldas.
-Bueno Juan, a ver cuando nos vemos de nuevo y nos damos un bañito en el río.
Ambos ríen bajo el cielo rosado.
Reivindicar el potencial del Guadalete
En los últimos años, el foco se ha vuelto ha poner en este río al llevarse a cabo intervenciones de restauración fluvial que incluyen la adecuación ambiental y paisajística. Por ejemplo, la zona del puente de Cartuja es un lugar transitable por el que hoy circulan numerosos ciclistas. También, el Estudio Agua y Territorio, dirigido por Antonio Figueroa Abrio, ha organizado las jornadas Re-descubriendo el río Guadalete, donde se ha presentado el proyecto Alianza por el Guadalete, que busca concienciar a las administraciones competentes y otros colectivos para trabajar unidos. Como explicó Figueroa, con esta iniciativa pretende dar un salto para la recuperación ambiental, social y económica del río y su entorno. Según transmite, es un espacio con muchas oportunidades, es un nudo de comunicaciones muy importante y problemas de inundaciones en su tramo bajo. Por ello, quiere dar un impulso para recuperar el río, las relaciones con la naturaleza y que sea un motor para el desarrollo de la campiña a través del ocio y turismo deportivo. La teniente de alcaldesa de Igualdad y Medio Rural de Jerez, Susana Sánchez Toro, ha avanzado recientemente una inversión en la limpieza de siete kilómetros de su cauce con un presupuesto de 2,3 millones de euros por parte de la Junta de Andalucía.
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