Las lágrimas se derraman del rostro de la Virgen de la Esperanza. A su lado, Jesús de la Sentencia, cautivo, aguarda en el altar. El silencio y el olor fresco de las rosas inunda la capilla de la Yedra, donde los titulares de una de las hermandades más populares de Jerez lucen sus mejores galas. “Está preciosa, sin palabras”, dice María Milagrosa Ruíz, de 60 años, quieta frente a la dolorosa. Toñi Macías, de 54, asiente con la cabeza sin apartar la vista de la talla.
La luz de un cielo nublado irrumpe en la oscuridad de la capilla. Nada más abrir sus puertas, los curiosos se acercan expectantes a la entrada. De pronto, cerca de una veintena de personas han aparecido como por arte de magia en la entrada. Asomadas, contemplan la escena con emoción. Una mujer le hace una foto a la Virgen. A su marido, que está ingresado en el hospital, le alegrará verla. Otra, la mira callada mientras que varios niños intentan verla más de cerca. La Esperanza de la Yedra causa fervor, levanta pasiones y remueve almas. Un Lunes Santo de llantos, la imagen está impecable gracias a María, camarera de la Esperanza desde hace 14 años, aunque lleva 35 en la hermandad.
“Siempre he estado muy cerca de ella”, dice la jerezana que nació en la calle Sol- como Lola Flores- cerca de la casa de la hermandad. “Mi abuelo tenía una cerrajería en la Plazuela, fue una de las personas que dio donativo para poder comprar la Virgen. La Esperanza ha estado siempre en nuestra casa”, cuenta María. Según los datos que guarda la cofradía, el 14 de diciembre de 1928 se adquirió la imagen a la tienda de antigüedades La Lebrijana por el precio de 250 pesetas.
María empezó en La Yedra en una época en la que “las hermandades eran un círculo cerrado de hombres”. La jerezana ingresó como devota —las mujeres no podían ser hermanas y no tenían derecho ni a voz ni a voto pese a que pagaban una cuota— hasta 1979 que se logró la igualdad en el mundo cofrade, aunque sin mantener la antigüedad de las devotas. En ella fue creciendo un sentimiento similar al que experimentó Toñi, que lleva 12 años como camarera del Cristo. “Mi marido es costalero y yo venía a ver los ensayos, me hice hermana en 2007”, explica. La noticia les llegó por sorpresa a ambas. El hermano mayor, por entonces José Carlos Morales, las llamó para para trasmitirle la propuesta. Habían pensado en María como la persona idónea para cuidar a la Esperanza, y dos años más tarde, en Toñi para mantener al Cristo.
—“Necesito que vengáis a la hermandad, tengo que hablar con vosotros”, dijo el hermano mayor dirigiéndose a María y a su marido, miembros activos.
—“Qué cosa más rara, qué puede ser”, pensó.
—“Algo he hecho que no le ha gustado, ya verás tú que he metido la pata”, creyó Toñi.
La voz de José Carlos Morales resonó en la cabeza de estas jerezanas a las que ese día les cambió la vida. “Es un orgullo, una satisfacción, lo más grande que me podía pasar. Al mismo tiempo es una responsabilidad porque ponen en tus manos la devoción, lo más grande que hay en la hermandad”, expresa María. Para Toñi, “era impensable que yo pudiera ser la camarera del señor, llevaba muy poco tiempo de hermana”. Esa noche no pegó ojo. “Pensar que iba a estar con las cosas personales del señor, dios mío, yo no sabía como agradecer que se acordaran de mí”.
“Es una responsabilidad porque ponen en tus manos la devoción”
“¿Yo, camarera?”. No se lo podían creer, estaban rebosantes de alegría y con mucho esmero se convirtieron en las responsables de cuidar el ajuar de los titulares. “Somos las que tienen que propagar su devoción y procurar que las imágenes transmitan esa fe y esperanza que están concentradas en ellas”, explican.
Las camareras son cargos que no pertenecen a la Junta de Gobierno, son anexos, como los capataces, y se renuevan según las decisiones de los representantes, elegidos por Cabildo. Vestir a las imágenes sagradas es una tradición que se remonta al siglo XVI cuando la reina Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, mandó esculpir una talla de candelero para poderla ataviar. “Ella tenía mucha devoción a un lienzo de la Virgen de la Soledad, y fue la camarera de la reina, la condesa viuda de Ureña, la que se encargó de hacerlo”, señala María desvelando el origen de este puesto. Así, la viuda trasladó su labor a la talla. “Consideramos a María como una reina, es la reina del cielo y de la tierra”, dicen haciendo referencia al halo de divinidad que acompaña a la imagen.
Ellas toman el relevo de un legado procedente de la alta nobleza que recayó en manos de doña Petra de la Riva, considerada la primera camarera de la Virgen de la Esperanza de esta hermandad. En la primera mitad del siglo XX, en tiempos en los que las cofradías contaban con los mecenas para costear los gastos, esta jerezana “se limitaba a pagar las flores y tenía el privilegio de traer sus alhajas y de que la Virgen luciera sus joyas”. María explica que el trabajo de las camareras ha evolucionado en los últimos años.
La misión de las protectoras no es otra que cuidar los enseres y la indumentaria de los titulares para que vayan de punta en blanco en los días más especiales. Toñi y María se adentran en un estrecho pasillo de la capilla con dos armarios, uno a cada lado. Con entusiasmo empiezan a enseñar los accesorios y prendas de la dolorosa y del Cristo. Enaguas, batas, camisones, cojines con alfileres, pasadores, joyeros y un sinfín de objetos que guardan con delicadeza para mantenerlos en las mejores condiciones posibles. “Nosotras somos las encargadas de cuidar, lavar y planchar esas prendas que no se ven y colocárselas a las tallas, por ejemplo, quitamos la cera de las velas”, comentan al mismo tiempo que sacan de los cajones elementos de lo más curiosos.
Mantos, bordados de Esperanza Elena Caro, el cofre de las peticiones, pañuelos, potencias, hebillas para el pelo, el cordón de Jesús de la Sentencia y otros regalos de los fieles. No falta ni un detalle, ni los perfumes, el Cristo huele a Channel y la Virgen a Dior. Toñi y María lo han organizado todo perfectamente para facilitar los cambios de ropa. “Lo hacemos para que todos los hermanos y todo el que venga, lo vean lo mejor posible”, dicen las jerezanas.
“Lo hacemos para que todos los hermanos y todo el que venga, lo vean lo mejor posible”
Su entrega y dedicación es digna de admiración. Ellas son las que están pendientes de las imágenes durante todo el año, no sólo en Semana Santa. El calendario litúrgico, los cultos y las efemérides marcan los cambios de vestuario, de forma que, el Cristo se prepara hasta cinco veces mientras que la Esperanza unas 12, siguiendo un ritual solemne que este año pandémico no ha permitido recibir público. Según exponen las camareras, “en cada cambio los vestimos por dentro y ayudamos al vestidor”. La Virgen, coronada canónicamente, necesita unas cinco horas para arreglarse, el cautivo, en torno a una. “Siempre venimos tres días, uno antes, luego el de la preparación y el de después para recogerlo todo y llevarnos la ropa”, dice María, que también confecciona y realiza labores de costura cuando hace falta.
Por segundo año consecutivo, la Yedra no pasea por las calles del barrio. Los besamanos y besapiés se esfuman y más allá de las salidas procesionales, prevalece “la fuerza de la oración”. Son momentos “muy complicados, pero le damos las gracias a Dios de que estamos aquí con ellos”, sostienen clavando sus ojos en las imágenes. Otra de las funciones de las camareras es rezar, trasladar las plegarias que les hacen llegar los devotos que sufren. Son muchas las personas que les llevan estampas, cadenas u objetos personales. “Es muy emotivo, nosotras cogemos la estampa y la pasamos por la talla, y las personas se aferran a eso, la devoción es lo más importante para ellos en tiempos difíciles”, cuenta Toñi. Entre sus vivencias, María se acuerda de cuando un hombre le pidió que le pasara el anillo de su aniversario. “Yo se lo puse en la mano a la Virgen y dijo: -Ya no me lo voy a quitar nunca, es como tener un pedacito de ella”.
“Muchas personas se aferran a la devoción, es lo más importante para ellas en tiempos difíciles”
El pasado Domingo de Ramos los milagros se manifestaron. “Vinieron dos personas que se habían encomendado a la Santísima Virgen y habían conseguido salir de la UCI, no contaban con ello, y se postraron ante ella para darle las gracias”. La fe es inexplicable, sanadora, alentadora. La Esperanza nunca se pierde.
En sus encuentros con las tallas, las jerezanas recuerdan los ruegos. En la más respetuosa intimidad, cuando “los hacemos humanos”, rezamos. “Esa charla, el decirle: -Ahora te vamos a poner guapo, Esperanza, hija, habla con tu hijo que es el que lo puede todo para que le eche un cablecito a esta persona que lo está pasando mal”. A Toñi se le ponen los vellos de punta al revivir esos momentos inolvidables. “Para mí, lo más importante que me ha sucedido después de haber sido madre, ha sido ser nombrada camarera del señor”, confiesa. Ellas tienen claro que, aunque supone un esfuerzo extra y algunos no lleguen a entenderlo, “es un privilegio”.
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