Cualquiera que pase por la Avenida de Arcos, a la altura de la Ciudad de los Niños, puede observar unas altas tomateras que sobresalen sobre el vallado. Sin embargo, no todos conocen lo que allí se esconde: una antigua casa rústica con un singular huerto urbano, donde se cultivan todo tipo de hortalizas, frutas y plantas aromáticas siguiendo el principio de la permacultura.
Es el sueño hecho realidad de José Romero y Charo Cánovas. Él, 37 años y pastelero de profesión; ella, 34 años, estudió Magisterio de Educación Física y ahora trabaja de masajista emocional con consulta en su propia casa, donde utiliza los "mejunjes" con aceites esenciales de hierbas cultivadas por ella misma.
La casa, que según sus inquilinos tiene más de setenta años, fue primitivamente un establo y luego albergó una vaquería. Tras años rodeada de campos en una zona periurbana de Jerez, ha permanecido inmutable al paso del tiempo, encontrándose ahora en una de las avenidas más concurridas de la zona este, pleno corazón urbano de la ciudad.
En sus terrenos, ubicados detrás del Mesón El Rancho, Charo pasaba los fines de semana cuando era una niña. "Siempre me llamó mucho la atención el tema del huerto, al quedarme parada le pedí a mis tíos poder vivir aquí y al final nos cedieron la casa, la reformamos y nos hemos venido arriba", cuenta entre risas. Lo que empezó siendo un huertecito de autoconsumo donde aprender a cultivar poco a poco se ha convertido en más de mil metros cuadrados donde pasar algo más que el tiempo libre.
"Sí, se nos ha ido de las manos. Al principio era para nosotros, y ahora viene la familia, conocidos... al final todo el mundo quiere ver y probar verduras y frutas saludables y sostenibles. Esto no lleva nada, es naturaleza pura dura y cuando se echa a perder no hay otra", explica. Además de amigos, han donado cajas de sus productos a personas necesitadas y a comedores sociales.
José, que está preparando una caja de tomates junto a la presencia de dos amigos que le echan una mano en el huerto, Juanlu y Antonio, enseña uno de los manjares a la cámara. En el cultivo de sus hortalizas solo utilizan azufre y purín de ortigas, pero en esta ocasión ni siquiera ha sido necesario un tratamiento preventivo. "Entra dentro de lo ecológico, pero no lo tenemos certificado", aclara. Orgánico, sostenible, natural... una sucesión de palabros que bien podrían definirse en "sin pesticidas".
Pero de tomates no va solo la cosa. Basta con dar un simple rodeo por el huerto para ver la variedad de verduras que tienen y que cultivan según la estación. Ahora en verano, pimientos, tapines y berenjenas, pero ya están preparando el terreno para plantar boniatos, que requieren varios meses de espera hasta su recogida bien entrado noviembre.
Al lado de un peral, con peras ya creciditas, Charo hace honores al nombre con el que ha bautizado el espacio: Raíces. "Es realmente volver a las raíces, conectar al ser humano de nuevo con la naturaleza, con ese ser interno que nos mira y nos dice cómo una planta puede servir para una cosa o para otra", explica.
El secreto está en las hierbas
Una de las tareas pendientes para José y Charo es la pedagógica. Para esta joven pareja, el huerto ecológico puede ser una oportunidad para enseñar a los más pequeños que lo que comen no sale del supermercado. "Nos gustaría traer a los niños de los colegios, es una oportunidad", dice animada sobre el futuro.
Caminando al lado de una de las tomateras, la hortelana hace una breve parada para arrancar una hoja de menta piperita que se echa inmediatamente a la boca. "Esto es chicle natural", dice. A su lado, enseña albahaca verde y albahaca morada, orégano, romero y mejorana. Con estas hierbas, prepara aceites medicinales, pero también cocina y adereza alimentos.
La utilización de plantas para evitar plagas y algunos tipos de insectos es uno de los principios que rige la agricultura ecológica y sobre el que han construido sus conocimientos sobre la agricultura. "Hemos aprendido a base de leer mucho y de ensayo y error", explica Charo, que cría a sus dos hijas en este entorno natural, un oasis entre grandes avenidas.
"Yo viví una época muy bonita, me levantaba con mi tía a las cinco de la mañana y a mí todo eso me ha enseñado mucho. Es lo que quiero transmitirle a mis niñas, que sepan de dónde viene una berenjena", dice. Además de conocer de primera mano lo que cultivan, les ayudan a hacer las cremas y aceites que utiliza en sus masajes, como las que hace con salvia. "Atrae a muchos polinizadores, sirve para problemas bucales, la fiebre, problemas digestivos", cuenta. Al otro lado, citronela, la que espanta a los mosquitos y que bien ubicada es un must en cualquier huerto ecológico.
"Tenía dos bancales y sembraba de todo, un ecosistema donde me metía, como si fuera una selva y donde podías coger lo que quisieras para un gazpacho pequeñito. Fue mi mejor huerto... y yo lo traje al huerto", bromea Charo recordando cuando hace muchos años comenzó a vivir en la casa, empezó a plantar las primeras verduras y metió a su pareja en el lío.
Ahora José también lo tiene claro, y sólo piensa en un futuro entre frutales y tomateras: "Queremos llegar hasta el vallado, cinco o seis metros más para allá". Este año la cosecha se les está quedando corta. Ninguno de ellos imaginaba la envergadura de una iniciativa que comenzó hace unos años y ya se ha convertido en un proyecto y modelo de vida. Larga vida al huerto.