Javier Gómez lleva toda la vida en el colegio. Y no tiene nada que ver con sus notas. A sus 51 años, prácticamente nació en uno de ellos. Y hasta que se jubile, continuará en esta situación. Es como un docente y sabe más del mundo de la educación que muchos titulados en Magisterio que apenas han pisado un aula más que cuando han sido ellos mismos alumnos, aunque lo niegue y explique que jamás se metería en cómo hay que hacerlo dentro del aula. Ni mucho menos sería Ministro de Educación, dice. No ofrece ideas de cómo tienen que hacerse las cosas, aunque da la impresión de que, por dentro, sabe mucho. Porque Javier Gómez es uno de los últimos porteros residentes en colegios. En Jerez se cuentan con los dedos de una mano.
Su padre también era portero de colegio. Entró en el Ayuntamiento a trabajar hace 30 años, y en cuanto vio la oportunidad, quiso dedicarse a la misma profesión que su padre. Hoy en día, en los colegios quedan cada vez menos. Es la dirección de cada centro la que debe decidir qué hacer con las instalaciones de vivienda que van quedando. En muchos, la dirección prefiere ceder los espacios a las Ampas, o dedicarlas a otras cuestiones. En La Unión, donde reside y trabaja Javier desde hace "5 o 6 años", prefirieron mantener esta figura. "Sí, se están perdiendo los porteros como yo", expresa. Su casa, desde dentro, sencilla, tranquila... Nadie diría dónde se ubica.
Caminando por La Unión uno comprueba cómo conoce por su nombre, prácticamente, a los 800 alumnos. Es profe de ninguno pero conocido por todos. "Cuando no te das cuenta, uno que acababa de entrar en el parvulario va ya por sexto de Primarias, y dices, ¿cómo va a ser?". Son 800 niños con sus historias, sus padres, sus madres, tíos, tías y abuelos. "A mí los que nunca me han dado un problema son los niños", viene a decir Javier.
La primera función de Javier es abrir las puertas del colegio, a las nueve menos cuarto de la mañana. Insiste en que "jamás, jamás he llegado tarde, ni un solo día... He podido faltar a lo mejor por temas familiares, tema de males, pero muy poco". Después, se tiene que hacer cargo de todo lo relacionado con las instalaciones, que son su competencia, porque son competencia municipal. Limpia los patios, planta arbolitos con ayuda de los niños dentro de sus tareas académicas, está pendiente de que no queden restos de bocatas en el patio... No es vigilante, pero, a fin de cuentas, lo ve todo.
Durante el recreo, unos niños se acercan a Javier. "Mira", le dicen. Llevan unos petos azules. Son como una 'policía de la limpieza', una manera de concienciar a los peques de la sostenibilidad y el reciclaje. Miran a Javier con ganas de aprobación. Javier les responde positivamente y continúan con su labor.
Otra de las funciones de mantenimiento implican el arreglo de cosillas, diríamos, sencillas. Grifos, persianas, pomos... Si se estropea algo, claro, está Javier. Y si pasan cosas más graves, claro, todo no lo puede. "La directora cuando entré quiso tener a alguien aquí viviendo para tener esto vigilado, para que todo funcionara".
Preguntado sobre si en los veranos echa de menos el ajetreo de los niños, es realista (seámoslo todos), dice que no. "Se vive muy tranquilo". Tiene su mes de vacaciones, como cualquier trabajador municipal. Y un mes lo dedica a preparar todo para el nuevo curso. "Hay gente que lee el Marca", sugiere Javier. Él no. "A mí me gusta este trabajo".
Su padre, sin embargo, no vivió bien la jubilación. Como en muchos casos, el retiro suele tener sus problemáticas. Javier espera no vivirlas. "Yo ya lo he hablado con mi mujer siempre, que cuando me jubile, alquilaremos, porque comprar no he comprado casa aparte, y quiero que sea una casita a ras del suelo, no un piso. Mi padre se metió en un piso y eso no...".
Aparte de algún repartidor confundido, el hecho de vivir en un colegio nunca le ha causado ningún problema. "Sí que viene gente que sabes que estás aquí cuando está el colegio cerrado y te pide por favor entrar para recoger algo que es muy importante que se le haya olvidado. Pero eso no pasa nada...". Por no tener, no tiene ni anécdotas con sus hijos, o las parejas de sus hijos. Tan normal. Cuando trabajaba en el Nebrija (ubicado en La Granja), "tenía a mis hijos allí y yo, todos los días, hacía que entraran y salieran por la misma puerta que el resto de compañeros... Yo nunca he querido que fuera de otra manera. Sí que algún día se han podido despertar y les he dicho 'venga, bájate conmigo', pero no...". No seguirán, en principio, su estela. Son futbolistas. Los dos. Uno, jugando en Ibiza; el otro, en el Xerez DFC, en la cantera. Sí es cierto, como le pasa a muchos padres-profes, que tenía a mano a su prole. "A lo mejor de entrar en una clase y que te diga una profesora: "Javier, éste está hoy simpático". Había que tener cuidado. Porque Javi no regaña. Pero papá sí.