El investigador y doctor en Historia Manuel Ruiz Romero, uno de los mejores conocedores de la biografía y doctrina de Blas Infante, nos alerta de las repercusiones negativas que puede tener el ascenso al poder de formaciones de carácter fascista ante la figura de Blas Infante y la historiografía del llamado Andalucismo Histórico. Dicho ámbito, vinculado a la conquista de derechos y libertades del pueblo andaluz, es otro matiz más de esa corriente que conocemos como Memoria Histórica, campo que viene siendo de una especial persecución negacionista. Como nos advierte Ruiz Romero, la obsesión y el empeño revisionista de la ultraderecha sobre el campo memorialista tendrá profundas repercusiones en la difusión de las investigaciones andalucistas, así como en la propia dimensión institucional del nominado por el Parlamento de Andalucía como Padre de la Patria Andaluza. Memoria y andalucismo, ambos históricos, corren el mismo peligro en cuanto a un destino acosado y marginal. Eclipsados, en los dos casos, por valores que creíamos superados en democracia.
La historia posee un indudable componente cívico, de sensibilización, acerca de los acontecimientos que han sucedido, tengan lugar o vayan a suceder. Gracias a él, somos capaces de tomar conciencia del progreso y los avances al paso del tiempo; marcamos distancias con el pasado a la vez que apreciamos las conquistas en sociedades y mentalidades.
En estos días, donde partidos neofascistas niegan o desprecian directamente la existencia de Andalucía tanto como la necesidad de políticas memorialistas, es bueno recordarles la historia toda vez que el impulso a la descentralización del Estado, como avance democratizador es, solo lo perciben como secesionista. Es decir, rompedor de esa llamada “unidad nacional” de una España que solo conciben como una, grande y ultra: centralista, envuelta en ensoñaciones imperiales y nacionalista. Dicho de otro modo, tan española por la gracia de Dios como excluyente. No en vano, las políticas memorialistas junto a las de género, son las primeras que la ultraderecha pone sobre la mesa cuando se habla de posibles pactos políticos. Podrán tener una opinión diferente a la nuestra pero, lo trascendente aquí, es que estos grupos reaccionarios no quieren que existan más percepciones que las suyas. Sus valores son intrínsecamente perversos a los que representa una democracia parlamentaria.
Dicho esto, cuando hablamos de Memoria Democrática es necesario traer a colación también a aquellos proyectos que fueron especialmente significativos y que, por su carácter vanguardista en la Historia fueron cercenados por el golpe militar de 1936. Cabe recordar así, cómo la Constitución de la II República abrió la posibilidad político/institucional de sumar a la administración estatal otra nueva donde los territorios conquistan un protagonismo organizados en “régimen de autonomía” y, a partir de aquel momento, los diferentes pueblos del Estado iniciarían procesos con el objeto de conquistar un Estatuto, a modo de autogobierno y como “ley básica de la organización política administrativa”. En esta misma línea, la Constitución de 1978 marca diferencias entre aquellos territorios que plebiscitaron sus estatutos en la segunda experiencia republicana y quiénes no. Un aspecto éste, concretado en su Disposición Transitoria Segunda, como precepto que obligó a Andalucía a un tortuoso y complejo procedimiento, lejos de la inmediatez otorgada a los consabidos tres territorios.
Verdad es que durante la Transición se pretendió restaurar una legitimidad simbólica y política alcanzada anteriormente, pero no es menos cierto que, al menos en el desarrollo de la estructura territorial del Estado, la intensa experiencia andaluza se descubre en su culminación como definitoria para la totalidad del proceso que dibuja el vigente Estado de las Autonomías. Precisamente, uno de los factores que más encarnan la conciencia autonomista de los andaluces entre 1977 y 1982 -margen cronológico al que venimos denominando sexenio pro autonómico- fue la recuperación de personajes, acontecimientos y símbolos que constituyen, entre unos y otros, un nutriente fundamental para un pueblo como el andaluz que, con una identidad diferenciada, no quiso dejar pasar una oportunidad para recuperar aquello que la historia le negó en 1936. Ese fue el aporte a la memoria que el Andalucismo Histórico realizara entonces, cuando todavía no existían políticas memorialistas.
Más allá de la corriente historiográfica que ha abordado la cuestión en solitario, considero que el intento pro-autonomista de la Andalucía de la República y la Restauración, la biografía de Blas Infante, sus propuestas alternativas, la institucionalización de nuestros símbolos (arbonaida, lema, escudo e himno), los diferentes hitos y personajes implicados… son parte de una conciencia colectiva a la que también debemos contribuir los historiadores de la Memoria -tanto- como los investigadores de la historiografía andalucista deben sumar a la misma. Son caras de una misma moneda. Carece de sentido percibir ninguna diferencia. No en vano, la norma andaluza de referencia (Ley 2/2017, de 29 de marzo) en sus artículos 1 y 4, marca como objetivo, el “conocimiento y la difusión de la historia de la lucha del pueblo andaluz por sus derechos y libertades (…) para hacer efectivo el derecho individual y colectivo a conocer lo acaecido en la lucha por los derechos y las libertades democráticas…”. Concretamente entre 1931 y 1982, aunque solo cita el primer Día de Andalucía de 1977 como hito en favor de un autogobierno.
Si el objeto de dicha Ley, tal y como recoge el preámbulo, es “garantizar a la ciudadanía andaluza el derecho a conocer la verdad de los hechos acaecidos” durante el periodo señalado: “Segunda República, la Guerra Civil, la Dictadura franquista y la transición a la democracia hasta la entrada en vigor del primer Estatuto de Autonomía para Andalucía”, quedan pocas dudas sobre el hecho de que el Andalucismo Histórico se encuentre bajo el amparo de dicha norma. Es más, tener memoria implica poseer dignidad y no es descartable ningún aporte que a ello conduzca. Más aún, las políticas memorialistas, incluso impulsadas desde la izquierda tradicional, no puede contender el relato centralista ni unificador que nunca tuvieron en su origen. De la misma forma que el discurso historiográfico sobre el andalucismo, no puede pasar de puntillas sobre los principios de verdad, justicia y reparación que sostienen un relato que justo pretende no repetir lo que acabó con aquella democracia republicana.
No es baladí pues considerar nuestro particular proceso a la autonomía por la vía del artículo 151 como parte del Andalucismo Histórico por conocidas razones, una vez dicho proceso supera el modelo territorial concebido por los constituyentes. 4 de diciembre y el 28 de febrero, forman las claves de bóveda de aquel sexenio autonomista donde el impulso por un autogobierno que nos equiparase con otras nacionalidades históricas va íntimamente unido a la recuperación de hitos, símbolos y figuras vinculados al memorialismo como proceso, violenta e ilegítimamente, cercenado por el golpismo del 18 de julio. Curioso es que aquellos que no condenan esa maldita fecha de la Historia de España acusen, precisamente, de un relato totalitario a quienes defendemos la necesidad de dignificar nuestra memoria.
Así pues, aunque la mano que redacta la norma andaluza no haya concebido el Andalucismo Histórico como parte integrante de la Memoria colectiva andaluza, identitaria y democratizadora, no cabe duda que son dos conceptos o categorías interrelacionados, de forma que el uno es imposible sin el otro. No existe Memoria sin andalucismo; toda vez que el mismo es parte de nuestra identidad colectiva y fruto de conquistas populares que enlazan el ayer y el hoy. Frente a los empeños hagiográficos de la ultraderecha: uno y otro son parte de una identidad a la que nos desafía nuestra conciencia verde y blanca de paz y esperanza. Ambas representan un esfuerzo consciente por descubrir la verdad de nuestro pasado y a los dos relatos les une, además, los valores republicanos de arraigaron por estas latitudes. Memoria Histórica y andalucismo histórico se dan la mano y el destino próximo de uno va unido al otro. Cuesta poco imaginar qué haría la ultraderecha si toca poder en ésta Andalucía del siglo XXI. Es algo que no podemos consentir: tanto por las generaciones pasadas como futuras.
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