La deriva nacional-católica del Gobierno del PP nos está retrotrayendo a escenarios que dan escalofríos.
La deriva nacional-católica del Gobierno del PP nos está retrotrayendo a escenarios que dan escalofríos. Da la sensación de que el ataúd del franquismo quedó entreabierto y el muerto mal enterrado, de tal manera que, como auténticos zombis, sus seguidores se yerguen desde las tumbas y pasean vacilándonos, delante de nuestras democráticas narices, mientras Cristo se aúpa a hombros de los novios de la muerte.
La pasada Semana Santa ha sido objeto del despliegue más abusivo que se recuerda en los últimos años en las agendas de los ministros y ministras del Gobierno. En el estado aconfesional que garantiza la Constitución —en el que todavía a petición de las cofradías se pueden indultar a presos— los representantes de la ciudadanía han posado y rezado ante vírgenes y cristos, dado órdenes de levantá los pasos a los costaleros y marcado el paso al ritmo de los cánticos de los legionarios. Y no solo han sido de la caverna del PP, cuya yugular franquista les riega el cerebro, sino que también políticos y políticas de “izquierda” han participado oficialmente en estas actividades religiosas.
Joaquín Sánchez, cura de Murcia, miembro de la Plataforma Antidesahucios, escribía hace unos días una carta a María Dolores de Cospedal a través de eldiario.es en la que le recriminaba “tanta manipulación de la fe en el Dios de Jesús” al decretar que ondeasen las banderas a media asta, y la “indignación” que le producía “ver a los legionarios con el Cristo yacente portando fusiles…”. No practico ninguna religión pero respeto a los creyentes y me parce admirable la valentía, el coraje y la coherencia de este sacerdote que en su misiva a la ministra de Defensa le recordaba que “Jesús sigue siendo crucificado en los inmigrantes que encerráis en los CIE, y de cuyas expulsiones presumís, en la violencia contra las mujeres (…) en los parados, en los trabajadores precarios…”.
Está bien que quienes son honestos en su defensa de la fe cristiana y la practican con la mirada puesta en los más débiles y desde la defensa de la justicia social, como parece ser el caso de este cura, sean los primeros en defender el espacio de privacidad que requieren las prácticas religiosas, sean cuales sean, y en denunciar, como lo ha hecho Joaquín Sánchez, estos intentos de manipulación para sacar réditos políticos.
Llevo la tradición de la Semana Santa por decreto en mi ADN tras una infancia y adolescencia vivida en la dictadura, en la que se cerraban los cines en esas fechas, se prohibía poner el pick-up muy alto y mi padre tenía que cubrir con un trapo el Blaupunkt en blanco y negro del bar que regentaba. Por aquel entonces, para la mayoría de chavales, salir de procesiones era un divertimento arraigado en lo popular, sin más connotaciones que las folklórico y festivas —véase mi artículo Mi semana de pasión—. El arraigo popular de estas celebraciones no diluye el profundo sentido religioso y adoctrinador de la fiesta. Y, por ello, es imprescindible exigir a nuestros gobernantes que mantengan sus agendas publicas y sus decisiones políticas fuera de ese ámbito privado que deben ocupar las creencias religiosas, pues un estado democrático y aconfesional está reñido con prácticas como las de condecorar a cristos y vírgenes o presidir desfiles procesionales.
Los propios creyentes merecen que se les tenga el máximo respeto a sus sentimientos religiosos, y los no creyentes que se respeten también los nuestros, que no lo son. Unos y otros tenemos los derechos garantizados por la propia Constitución, que este Gobierno vulnera cada vez que mezcla las instituciones del Estado con la exaltación de la religión católica, además, en su versión más franquista y reaccionaria.
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