El artículo 7 de La Ley 20/2022, de 19 de octubre, de Memoria Democrática («BOE» núm. 252, de 20 de octubre de 2022) declaró el último día del mes de octubre de cada año como el dedicado al recuerdo y homenaje a todas víctimas del golpe de Estado militar, la Guerra y la Dictadura franquista. Desde este espacio hemos querido sumarnos hoy a ese recuerdo general trayendo a él estas pocas páginas con la intención de recordar particularmente junto con ustedes a una de esas víctimas de la que, como ocurre con la inmensa mayoría de los casos, no se sabe prácticamente nada. Porque la mayor parte de las víctimas de la represión y de la violencia franquista carece de un mínimo relato sobre sus vidas, familias o sus inquietudes. Por carecer se carece todavía para el caso de miles de ellas, casi 90 años después de sus asesinatos, de un documento de inscripción registral judicial que diga cuándo y cómo murieron.
En el caso de Jerez de la Frontera, por ejemplo, algunas de las investigaciones hasta ahora publicadas indican que entre el 30 y el 40% de las víctimas mortales provocadas por la violencia y represión fascistas siguen sin ser inscritas en los libros de defunciones del Registro Civil de la ciudad y aún hoy es el día en que estas personas figuran como “desaparecidas”. En este sentido, la muerte de Juan Antonio Pérez Jarillo a quien hoy queremos recordar en este día fue inscrita 5 años después de su fusilamiento, el 31-7-1941, casi con toda seguridad en expediente promovido a instancia de su viuda Carmen Fernández López para librar a su hijo Julián, el mayor, de su incorporación a filas por ser hijo de viuda, aunque, eso sí, a cambio de no anotar absolutamente nada acerca de las causas reales sobre el fallecimiento de su esposo y de falsear el lugar de su enterramiento del que se dice en el acta de inscripción, de manera formularia, simplemente que “su cadáver recibió sepultura en el cementerio de la ciudad”.
Unas breves notas biográficas sobre Juan Antonio Pérez Jarillo y su familia
Juan Antonio Pérez Jarillo nació en Calera (Toledo) el 16 de mayo de 1892. Eran sus padres, Julián Pérez, veterinario y natural de Zaragoza, y Consolación Jarillo, natural de Oropesa (Toledo). Su esposa se llamaba Carmen Fernández López y con ella tuvo cinco hijos (Julián, Luisa, Esteban, Antonia y Platón) que quedaron huérfanos con 14, 13, 2, 7 y 11 años respectivamente. En 1930 vive en Jerez en la calle Prieta nº 4.
Persona inquieta, en 1918 provisto de un pasaje de 3ª clase, embarcó en Barcelona con la compañía Trasatlántica con rumbo al continente americano en busca de un futuro mejor, residiendo durante cierto tiempo en Nueva York y Argentina. Pero a Juan Antonio no le acompañó la suerte y hubo de regresar a España gravemente enfermo, aunque logró recuperarse y no le resultó difícil encontrar trabajo en Madrid.
Poco después de esta experiencia americana, Juan Antonio y su esposa Carmen intentaron vivir una nueva vida en Tetuán, entonces parte del Protectorado Español de Marruecos, donde abrieron una tienda de compra-venta. Parece ser que sus buenos sentimientos hacia el público impidieron que el negocio diese buenos resultados, por lo que en noviembre de 1921 el matrimonio decidió cerrar aquel mal negocio y regresar de nuevo a la Península. En esta fecha Carmen se hallaba embarazada de Julián, su primer hijo, Acordaron que primero viajara hacia Cádiz Carmen sola, ciudad en la que dio a luz el 4 de diciembre. Con el tiempo, el pequeño Julián, además de la ocupación laboral de la que vivía, se convertiría en pastor de la Iglesia Evangélica (rama presbiteriana).
Unos días después del nacimiento de Julián se reunía en Cádiz Juan Antonio con su joven esposa y su hijo recién nacido. Desde Cádiz marcharon los tres hacia Córdoba en busca de una nueva ocupación, pero tampoco aquí tuvieron suerte y se trasladaron a El Puerto de Santa María donde por fin Juan Antonio encontraría trabajo como “tenedor de libros”, contable, e hizo de muy buenas amistades entre dueños de bodegas y de laboratorios. En esta última ciudad la familia creció con el nacimiento de Luisa y Platón.
Según los recuerdos que Julián dejó escritos sobre su padre, a pesar de las fuertes raíces católicas del ambiente familiar en el que fue educado Juan Antonio Pérez Jarillo, este fue un hombre de mente abierta, amante de la democracia y simpatizante de las ideas republicanas. De hecho, parece que Juan Antonio mantuvo una estrecha relación de amistad con el político republicano Diego Martínez Barrios, por lo que es muy probable que Juan Antonio militara en el Partido Republicano Radical Demócrata o en Unión Republicana.
El talante humanitario y esas ideas e inquietudes de Juan Antonio fueron las que le pudieron llevaron a su ingreso en la masonería durante el tiempo que residió en El Puerto, iniciándose en 1926 en el “Triángulo Guadalete” y posteriormente en el “Triángulo Fraternidad” donde alcanzó el 2º grado en noviembre de 1927 y el 3º a finales de 1931 adoptando el nombre simbólico de Platón. Posteriormente, ya en Jerez, en 1934, se afilió a la logia jerezana “Acacia”. Tomó como nombre simbólico el de Platón, el mismo que le pondría a uno de sus hijos nacidos en El Puerto. (Gómez Fernández, Juan: “Logias y masones en El Puerto de Santa María (1869-1936), Revista de Historia de El Puerto, nº 59, 2017 (2º Semestre), p. 90.)
Poco después, en torno a 1926, Juan Antonio y su familia dejaron la ciudad portuense para establecerse en Jerez en la calle Prieta nº 4. En nuestra ciudad trabajó como empleado de la Sociedad Petrolífera Española (Campsa) hasta el 31-12-1927 en que quedó cesante por la incautación del Estado del Monopolio de Petróleos y posteriormente lo hizo como contable de la primera firma local importadora de automóviles Ford, en la Empresa Auto-Jerez.
Detención y cárceles
El 14 de agosto de 1936, a mediodía, se presentaron unos policías en el domicilio familiar de la citada calle Prieta, dejando aparcado un coche negro en la puerta de la calle. Un coche negro, siempre un coche negro. Negro como la villanía que se iba a cometer con él y su familia. Una vez dentro de la vivienda lo registraron y revolvieron todo. Excitados se pusieron al sacar un revólver de juguete de un cajón, pero pronto se tranquilizaron. Después del registro se llevaron a Juan Antonio en el coche a la Comisaría de Policía que en esos momentos se hallaba cerca del Ayuntamiento. Cuando el coche arrancó, su hijo mayor, Julián, que entonces tenía ya 14 años, se fue detrás de él hasta la Comisaría. Julián se quedó de pie en la calle delante de ella hasta la noche, mientras veía cómo llegaban continuamente muchos coches similares con detenidos mientras otros autos salían de ella cargados también de presos con dirección a diferentes cuarteles, unos a cuarteles militares, otros al cuartel de Falange y otros a los de Requetés o de Milicianos, según se pudo saber posteriormente.
Cuando aquel fatídico día 14 de agosto de 1936 ya empezaba a oscurecer, Julián vio sacar a su padre y a otros hombres de la Comisaría y cómo estos eran subidos a uno de dichos coches. Julián se acercó entonces al policía que había de guardia en la puerta para preguntarle dónde llevaban a su padre, recibiendo por toda respuesta un fuerte golpe en la cabeza con una porra que casi lo dejó sin sentido sobre los hierros de una ventana cercana. Otro policía que allí se encontraba y que resultó ser vecino de la familia se acercó a él y protegió a Julián de recibir más golpes, informándole que a su padre lo trasladaban al Cuartel de Caballería Fernando Primo de Rivera, en la calle Taxdirt.
En este cuartel, sede entonces de la Comandancia Militar de la ciudad, Juan Antonio estuvo detenido durante varios días sometido a interrogatorios y malos tratos. Mientras su padre estuvo en el citado cuartel, su hijo Julián era el encargado de llevarle un cestillo con algo de comida, la poca que Carmen conseguía preparar con el escaso dinero que había en la casa y que conseguía empeñando sábanas, ropa y alguna pequeña joya.
Desde el cuartel de Caballería de la calle Taxdirt Juan Antonio fue trasladado al cuartel de Milicianos donde también se cebaron con él y de aquí volvieron a enviarlo de nuevo al cuartel de Caballería ya citado, donde ya permanecería preso durante casi un mes completo. Uno de los días en que Julián acudía a las puertas de este cuartel para llevarle a su padre el cestillo con algo de comida tuvo la sorpresa de ver desde la calle mientras esperaba con la cesta de la comida, la cara de su padre asomado tras las rejas de una ventana. Nunca olvidaría Julián aquella cara “larga, delgada, con barba, pero caballerosamente erguida, como queriendo infundir ánimo a su hijo, con una sonrisa plena de tierno amor paternal.”
Los últimos días de Juan Antonio Pérez Jarillo
El día 10 de septiembre de 1936 Juan Antonio iba a sufrir el que sería su último traslado carcelario: ese día lo llevan al Alcázar de la ciudad y allí lo tuvieron metido en el aljibe junto con otros presos. En el primero de los cestos de la comida que su hijo Julián recogió en las puertas de esta improvisada prisión la familia encontró una nota de Juan Antonio en la que les rogaba que en vez de tabaco de picadura le enviaran algún cigarrillo hecho porque la humedad o el agua del Aljibe no le permitían tener tabaco suelto ni liar con él sus cigarrillos. En los tres últimos días de cautiverio que estuvo encerrado en ese lugar, las cestas vacías que se recogían siempre venían mojadas.
El día 13 de septiembre de 1936, cuando Julián acudía al Alcázar para llevar algunos alimentos a su padre y recoger el cesto del día anterior, le dijeron que su padre ya no se encontraba allí y que ellos no sabían dónde lo habían llevado. Cuando llegaron su casa, su madre y él descubrieron, oculta entre los mimbres del cestillo, una nota de Juan Antonio escrita con toda seguridad apresuradamente cuando tuvo la certeza de que lo iban a “sacar” para ser fusilado en lugar desconocido. En la nota había escritas estas palabras: “Balas, deteneos ante el corazón de mis cinco hijos".
El caso de Juan Antonio viene a confirmar lo que ya sabíamos acerca de ese tétrico lugar de reclusión de la ciudad durante 1936: efectivamente, sabemos que el Alcázar de Jerez funcionó en muchísimos casos como el destino último, “de entrada en capilla”. De aquellas personas que iban a ser eliminadas en breve. Su familia nunca pudo saber, ni aún hoy, dónde fusilaron a Juan Antonio, ni dónde enterraron sus restos. Ellos piensan que pudo ser en el antiguo camino rural conocido como “La Trocha” de Jerez a El Puerto.
Durante el mes que estuvo preso en los calabozos del Cuartel de Caballería, Juan Antonio y su esposa e hijos se cruzaron más de setenta cartas o notas epistolares que iban y venían ocultas en los cestos de la comida. Estas “cartas carcelarias” nos permiten conocer el estado de ánimo de Juan Antonio y su familia en estas dramáticas circunstancias, las condiciones de su internamiento junto con otros presos políticos que compartían con él la misma celda o la difícil situación de desamparo en que quedó esta familia formada por cinco hijos e hijas y su madre. De este conjunto de cartas que los familiares de Juan Antonio, nietos y nietas, han puesto generosamente a mi disposición, y que agradezco, pienso ocuparme en otra ocasión, si ellos quieren.
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