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8M, Día de la Mujer "Trabajadora"

A día de hoy hay hombres -y mujeres- en un porcentaje bastante alto que piensan que a los hombres les estamos arrebatando derechos

Una mujer sujetando un cartel durante una marcha del 8M.
Una mujer sujetando un cartel durante una marcha del 8M. MANU GARCÍA

Así, con esas palabras, lo recuerdo. Con esas palabras lo trabajábamos mis compañeras y yo en Educación Infantil a finales de los 80, a lo largo de los 90. En un pueblo muy pequeño en que la mayoría de las mujeres eran “amas de casa”. Por eso, aparte de realizar actividades en que se visualizaba y hablaba de que todos los trabajos y profesiones los podía realizar una mujer, hacíamos especial hincapié en un par de cosas: una, las mamás, todas, trabajaban, porque limpiar, lavar, hacer la comida, etc. eran trabajos, trabajos a veces de jornada muy larga, pues mientras veían la tele -papá también-, mamá preparaba la cena; dos, ese trabajo tan largo e inacabable se podía aligerar si todos en casa -papá incluido- hacían algo. De esto hace al menos treinta años.

¿Por qué el Día de la Mujer Trabajadora pasó a ser el Día de la Mujer? ¿Por qué si todas las mujeres somos trabajadoras? ¿Afán por desvincular a las mujeres de las reivindicaciones laborales y de clase? ¿Se cambió para que dejara de “sonar” reivindicativo? Las palabras expresan pensamientos, como también el pensamiento se moldea a través de la palabra.

En todo el mundo, mayoritariamente son las mujeres —de todas las edades— las que se ocupan de la higiene de la casa, de obtener los alimentos que cocinarán ellas mismas, de lavar la ropa que tocará las pieles, de la crianza y del cuidado de los ancianos y de quienes no pueden valerse por sí mismos plenamente, de llevar mentalmente toda la “agenda” del hogar: en nuestro mundo occidental, desde la falta de aceite o calcetines hasta las citas médicas o cómo hacer para arreglar un problema de convivencia o aliviar la dolorosa salida de los dientes del bebé.

Pero eso no es “trabajar”. Y, sin embargo, su “trabajo”, junto con el de quienes recogen las basuras y residuos y el de todo el personal sanitario -incluido su servicio de limpieza-, es uno de los trabajos más básicos y esenciales para la supervivencia humana. Son estos trabajos los que mantienen unas condiciones de higiene adecuadas que evitan enfermedades, que impiden que volvamos a enfermedades desaparecidas hace tiempo, que nos conservan sanos física, mental y emocionalmente.

La ausencia de remuneración del trabajo de la mujer en el hogar da una visión de este de ocupación cómoda que necesita de poco tiempo y esfuerzo, y para la que no es preciso aprendizaje alguno; tampoco sentido de la organización, la economía, planificación, escucha activa u otras habilidades de cualquier índole atribuibles al trabajo remunerado. Esta mentalidad de desdén por el “trabajo del hogar” se extrapola a los trabajos remunerados vinculados al mantenimiento de la higiene de los hogares, u otros lugares de uso humano -oficinas, hoteles...-, y los cuidados de las personas dando lugar a que se mantenga la brecha salarial, el pago de sueldos irrisorios en las contratas de limpieza, la privación de derechos laborales a trabajadoras del hogar, se mantenga legalizado un trabajo esclavo como el de las internas, se practique la xenofobia económica de pagar más a la trabajadora de aquí que a la mujer extranjera, etc.

A día de hoy hay hombres -y mujeres- en un porcentaje bastante alto que piensan que a los hombres les estamos arrebatando derechos. Quizá porque no se tiene muy claro qué es un derecho y su diferencia con un privilegio. Un derecho cotidiano podría ser disfrutar de un cuarto de baño limpio o la ropa interior lista en el armario. Un privilegio es dar por hecho que quien ha de fregar el lugar donde nos aseamos y evacuamos ha de ser una mujer; que lavar, tender, recoger y guardar esa ropa interior ha de ser una mujer.

Todavía hay quien piensa que este par de tareas esenciales a la salud, por poner un ejemplo, son “femeninas” y no tareas a realizar por cualquier persona capacitada -inclúyase a los hombres, de quienes no ponemos en duda sus capacidades-. Siempre me hizo mucha gracia el marido de una amiga que dijo aquello de: La plancha se la dejo a ella, yo no sé planchar. ¿Y por qué no aprendes? Uf, planchar es muy difícil. Este hombre obtuvo una licenciatura. Por lo que se ve terminar unos estudios universitarios es más sencillo que aprender a planchar. No sé cómo no existe un Máster en Planchado y Alisado de Arrugas, visto su dificultad. Es una sugerencia para todas esas universidades privadas que proliferan como hongos.

Hace muchos años, allá por los 90, llevamos al alumnado de Infantil a ver una obra de guiñol: la mamá se cansaba de tener que hacerlo todo sola y de que su marido y sus hijos no colaboraran ni le reconocieran su trabajo; estaba muy cansada, así que hizo la maleta y se marchó una semana a un hotel. No les desvelo el desenlace, pero si alguna vez las mujeres no hiciéramos nada en casa -ni crianza, ni mediación, ni cuidados, ni fregados, ni nada de nada- durante un mes y los demás se las tuvieran que apañar, nuestro mundo cambiaría un poco, y creo que a mejor. Hasta cabe la posibilidad de que el trabajo del hogar y de los cuidados, el trabajo de las kellys y de todo tipo de limpiezas cupiera de pleno derecho en la legislación laboral, y de paso, en muchas cabezas.

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