Parece una palabra a ras de labio, nos la enseñan desde niños, la traemos a la boca por cortesía, pero... cómo pesa un "gracias" en la garganta cuando debería ser el más sincero. Es una palabra tan callada, tan poco vanidosa, que, a veces, hasta cuesta verla, hay que ir en su busca hasta lo más remoto, hacia nuestros adentros.
Pero la vida, ya se sabe, es maestra; sus reveses nos abofetean y nos sorprenden, nos abren la mirada como al que camina sobre abrojos. Y cuando esto ocurre, todo tiene un canto de pregunta, todo es una incertidumbre agradecida, todo nos pide seguir sintiendo en el silencio el eco de nuestros "¿por qué?".
Esa duda es una cima de belleza, porque el único porqué es el amor; esta duda callada y persistente se contesta con que es el amor quien actuaba sin que nuestros ojos se detuviesen en él. Lo dábamos por sentado, por merecido, como si fuese natural, correspondiente a nosotros solo por el mero hecho de ser. Podría no haber sido así; mucho podría no haber sido así y habernos hecho distintos. Esas dádivas pudieron ser menos, y, sin embargo, cuántas se nos han ofrecido... no las hemos contado, no somos capaces, sería inhumano.
Pero qué bello es perderse, porque uno ve más clara la luz desde la sombra. Desvendarse los ojos es un acto de ganancia, de conciencia de riqueza, porque nos hace reparar en las fortunas que han pasado por nosotros, incluso si ya es tarde, incluso si ya son fortunas perdidas.
Pienso ahora en mi padre, en sus intereses, en sus preferencias, en sus expresiones, en sus enseñanzas sencillas, como afeitarse o lavarse reposadamente las manos. Si me detengo para mirarlo, me descubro en quien venía siendo sin saberlo, en el amor por la tradición, en el respeto por la raíz, en la autoexigencia propia y la condescendencia para con lo ajeno.
Y no solo es mi padre, también son mis otros vivos que no viven: en mis palabras llevo su palabra heredada, en mis ojos llevo sus perspectivas, en mis silencios tengo el respirar de los suyos.
También aquellos que no he conocido y de quienes he heredado la cultura de la que bebo inclinado, las calles que piso con alma de niño, las torres en cuya sombra me reposo.
Aunque siempre es más fácil dar gracias a los muertos... También me pregunto "¿por qué?" con maestros que me dedican un tiempo que no les vuelve, con gente que lee las temblorosas palabras con que acudo a mi centro, con quienes no te conocen y te hacen el bien, con quienes conducen su vida para mejorar lo que aman, con quienes se alegran de tu buen ánimo, con quienes se te abren en canal para que los sostengas y los alientes.
Dar las gracias es una acción del presente que roza el bajo de sus alas en el pasado, es volver a un camino sin poner en él los pies, comprenderlo mejor, deshacer nudos de los que no nos liberábamos. Dar las gracias es la suerte de tener por qué dar las gracias, de hacer más amplio el corazón para sentir menos infortunio y para poder amar más, que es incluso mejor que ser amado.