Está bien la indignación, pero el humor no tiene menor altura moral que la indignación. El dadaísmo fue, en nuestra contemporaneidad, el máximo refinamiento, creo yo, que los juegos de palabras medievales con fondo satírico alcanzaron y que viven en el Carnaval donde haya texto y donde no, que no todo son las palabras, aunque importen mucho y nos sean necesarias. “Somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras”, pensaba Aristóteles, y los del colectivo teatral radicado en Bélgica, FC Bergman, la cogieron al vuelo hace ya tiempo. Presentaron en Hamburgo estos días Trabajos y días, inspirada en Hesíodo, en completo silencio de palabras pronunciadas. Durante algo más de una hora seguimos el hilo argumental del ciclo vital de un año agrario, la aparición de la máquina y la llegada de la robótica.
Flota una idea en el aire, la de que la injusticia solo puede combatirse con la indignación y que no estaría bien reírse de determinados personajes, porque el canon exigiría un ceño fruncido y una cara de pocos amigos. Sabemos todo esto desde hace tiempo, pero se nos fueron juntando varias cosas y hemos caído en el desastre. Se nos perdió el valor del silencio, el que hace saber al idiota de nuestra indiferencia; el humor dejó de serlo para convertirse en un artefacto grosero, alejado de la fina sátira, que intenta producir la risa fácil y muchos likes. Porque el concurso de liks es lo primero, como si la vida se celebrara en las redes antisociales, cuando la vida está en las paradas del transporte público y en las parrandas, en los cafés y en los teatros o cines. Que la vida se malbarate, demasiadas veces, en los chats y los grupos del guasap es otra cosa.
En eso, ¡ah, yuso!, yendo como va todo para abajo, aparece una señora en Lima a decir ‘qué ricos estos pobres, que están alegres aunque viven en la más pura miseria, y qué graciosos son, y qué alegres, y cómo nos tratan de bien’. No como los pobres protestones y que te miran fieros. En las redes hace furor, los que están a favor y los que están en contra. En las urnas, también, y se eterniza en el cargo. Luego llega Francisco Pizarro a caballo, pero pasa de largo en el Museo de Larco, que hay muchas cosas amontonadas allí, y sin orden. Y mira que para donde hay orden lo único que se ven son guarradas, que las culturas prehispánicas ya se manejaban con un Kamasutra propio que quita el sentido. Pero claro, el catolicismo, la cooperación de las culturas y un mestizaje consentido, jajajajajaja. Sí, el Kamasutra católico, o cristiano, no lo hemos conocido todavía o sigue escrito en papel de fumar. Bueno, la única posturita conocida es la del misionero, ¿por qué será?
No, los pobres no son alegres, joviales y buena onda porque son pobres. La pobreza es motor de violencia y criminalidad, sin olvidar la enorme cantidad y brutalidad de la criminalidad y la violencia entre la riqueza, ¿verdad? Lo que le gusta, ¡ah, yuso!, son los pobres obedientes en su rol. Los gaditanos están hartos de que digan de ellos que son muy graciosos y qué bonito el flamenco, que por cierto cantaba el drama de las vidas y las violencias de una manera única, como García Lorca lo supo entender. Si en tiempos de los Reyes Católicos sucedió lo de Fuente Obejuna, ¿a alguien le quedan dudas de lo que pasaba en las tierras de América?
Ir un par de horas a Lima a que le echen alpiste a su ego, para salir en las redes a que la vitoreen sus hooligans no está bonito, pero es lo que hace. Con Lima y con todo. Una ciudad que me encantó y me encantó la gente que conocí, pero usaba el Uber, en lugar de tomar un taxi por la calle, por pura seguridad. Una ciudad maravillosa donde los bozales de los perros dan más miedo que los perros con los que la policía patrulla por el centro. Yo no vi muy alegres a la inmensa cantidad de personas que habitan en las calles, ni alegres ni felices, ni demasiado hospitalarias; algo que no les reprocho. Fue muy bonito ir a una librería a comprar una edición de Hasta Trilce, con ocasión de los cien años de la primera y conversar con el librero, a unos pasos de la Plaza de Armas. Qué parte tan alegre, sin duda, y esa parte alegre de la vida también me la dio Juan Manuel, recién jubilado de su oficio de librero en Cádiz. A las personas que viven en la vereda también se les niega la posibilidad de saber quién era César Vallejo y lo que tenía para contarles. ¿Quién va a pensar en Vallejo ni en Trilce si no tiene para comer desde el desayuno? Si tiene y no quiere pensarlo está en su derecho, por supuesto.
Esa caridad de que los pobres son alegres, disfrutarían de esa alegría maravillosa que los ricos no tienen porque están muy preocupados por el bienestar de todos es una maldad bastante gorda. Sobre todo, es mentira. Las personas que viven en las veredas tienen mucha bronca dentro, muchas ganas de gritar, y tienen toda la razón porque la sociedad se lo ha quitado todo y porque muchas izquierdas se obnubilan con el poder y el lujo que ofrece el poder. Hesíodo, el de Trabajos y días, describe muy bien a los que hoy se pretenden héroes o seres inmortales. Los describió tan bien que ayer se publicaba un interesante artículo sobre el deseo de alcanzar la inmortalidad con la medicina por parte de algunos magnates tecnológicos, que también llegan al poder y predican el neoliberalismo más deshumano y brutal. Los hombres que articulan palabras, los que no articulan palabras, los que le robaron el fuego a Júpiter: todos pasaron, todos seguirán pasando. Y hoy llega a la Casa Blanca la síntesis del disparate con seguidores en todo el mundo. Tenemos que hacer muchas cosas, pero las que hagamos que sean con alegría y con humor.