Como si la intrahistoria fuese fácil de manejar, ahora encima tiene que venir la historia a complicar más las cosas. Y ya sabemos que siempre está ahí, sí: lo sabemos. El aceite que compras en el supermercado y que luego viertes —o sea, dosificas— con sumo cuidado en tu tostada; el alquiler que apenas puedes pagar y que te aboca a volver a casa de tus padres… Todo, absolutamente todo lo que está en nuestra vida cotidiana, está determinado por la historia. Por decirlo en términos monterianos (de Irene, no de Luis): lo personal es político. Y sí, lo sabemos, eso está claro; pero uno da por hecho que ese tipo de cosas están ahí, de fondo, enrareciendo el ambiente, la burbuja de nuestro día a día.
Uno lo acepta y continúa preocupado con sus problemas cotidianos. Sin embargo, la guerra que —parece— se avecina es el equivalente a coger un alfiler y estallar la burbuja en que vivimos, haciendo que lo que está dentro estalle también por los aires. Hablo, por supuesto, de la ya manida amenaza de un conflicto de dimensiones planetarias: la Tercera Guerra Mundial. Y no parece ninguna tontería afirmarlo. Los titulares son terroríficos y parecen avecinar el desastre. La crónica de una guerra anunciada: “Zelenski avisa de que Corea del Norte elevará su número de soldados al servicio de Putin: "Podría crecer hasta 100.000"”. “Putin aprueba el uso de armas nucleares ante ataques con misiles tras el 'sí' de Biden a Zelenski para usarlos contra Rusia”. “Rusia asegura que Ucrania ha utilizado por primera vez misiles Atacms contra su territorio”.
Produce terror, pánico, y pienso que es todo muy injusto. Uno se levanta y trata de seguir adelante, haciendo frente a las cuitas diarias. Uno tiene que lidiar con enfermedades, con muertos, con la desorientación, con el tedio, con el desamor, con la traición, con la desconfianza, la decepción… Con un tremendo cóctel molotov en monodosis. Un cóctel molotov al que llamamos vida. Y no es fácil. De alguna forma, el ciudadano medio que afronta el día a día, afronta una especie de guerra de la que tiene un par de certezas. Una: que no va a salir vivo. Y otra: que lo hará de mala manera y físicamente mermado, destruido, hecho un pingajo. Como un juguete lleno de agujeros. Esa es la vida, esa es la intrahistoria. Y por si fuera poco, tenemos que soportar los delirios megalómanos de psicópatas en puestos de poder que no deberían ni poder rozar. Tenemos que aguantar las infaustas consecuencias de las ambiciones, los desvaríos y, en definitiva, las taras de unos señores encorbatados que tienen en su mano, a golpe de botón, que la vida de todos cambie de un plumazo. Como si no tuviésemos ya bastante…
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