Gorilas, orangutanes, bonobos y chimpancés son los llamados grandes simios, muy cercanos evolutivamente al ser humano. El Ministerio de Derechos Sociales trabaja en una ley para protegerlos, que prohibirá, por ejemplo, que se usen para experimentos o investigaciones invasivas. Este proyecto de ley, amén de dar cumplidas cuentas de lo dispuesto en una PNL aprobada el año 2008 a propuesta del diputado de ICV Joan Herrera y de lo establecido en la ley de bienestar animal, marca un hito en el reconocimiento de los derechos de los animales no humanos, pues establece la prohibición de domesticar a los grandes simios. Como recoge desde hace años el Proyecto Gran Simio (PGS) la domesticación ha sido una “forma civilizada” de esclavismo como lo fue la esclavitud humana. Los motivos y fines son idénticos: la explotación económica entre especies.
El simple y revolucionario hecho de ampliar, un poco solo, la comunidad de los iguales y reconocer sujeto jurídico a organismos no humanos ya implica un salto brutal dentro de la dogmática jurídica antropocéntrica. Empezar por nuestros hermanos y hermanas en la cadena evolutiva, como son los gorilas, orangutanes, bonobos y chimpancés es un primer paso que empieza a cambiarlo todo. Y algo que es tan importante como este cambio y que marca la dirección del mismo: acabar con la domesticación. No cabe duda del incremento de la conciencia ecológica y de la sensibilidad hacia los derechos de todos los seres vivos. Este éxito, esta vez sin ironía, civilizatorio es producto de la ingente actividad de los movimientos sociales y de la comunidad científica que nos ha permitido construir y rescatar una cultura biopolítica que la modernidad había ocultado.
Pero esta conquista no está exenta de riesgos y de cooptación por parte del ese fragmento dominante, cada vez más, de la modernidad, como es la lógica del capital. Convertir al mundo animal no humano, y en cierto sentido al humano, en una inversión en empatía, un lujo de consumo hedonista, que también se resume en esa repugnante expresión de "mascota". Esta es la amenaza que se cierne hoy sobre el animalismo, la domesticación de lo salvaje. La filósofa Isabel Balza, en un libro de próxima aparición, reivindica lo salvaje ”como aquello que nos acerca a una reconciliación con la vida”. El actual proyecto de ley está destinado a proteger la naturaleza salvaje de los Grades Simios. Nadie postula la domesticación de los simios, y en este sentido esta ley establece un norte y una guía al ser el primer desarrollo legislativo de la ley de bienestar animal, que nos guía por donde debe de ir encaminado la protección de los derechos de la animalidad no humana.
En Los animales son parte de la clase trabajadora y otros ensayos, Jason Hribalm muestra como los animales de carga y granja han sido trabajadores en régimen de esclavitud sobre los que hemos ejercido un estado de explotación insoportable. Las cadenas de esa esclavitud estaban forjadas por el proceso de domesticación. La resistencia ocultada contra esa explotación han sido los brotes contra la domesticación expresada en muchas ocasiones por medio del suicidio, la autoagresión, la violencia contra los amos o la enfermedad y la muerte como en las granjas avícolas o porcinas. Que ahora sea imposible políticamente la liberación de la domesticación en algunas espacies, no significa que no debamos moral y ecológicamente de tender como principio regulativo hacia la extensión y protección de lo salvaje y al freno de la domesticación.
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