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Solo quería saber si esa mujer ya octogenaria, pero siempre menuda y elegante, seguía llevando un revólver en el bolso.

El pasado lunes murió en Madrid Aline Griffith, condesa viuda de Romanones, a los 94 años de edad, aunque esto último al parecer no es completamente seguro. Conocí en Jerez a esta señora hará 15 años o probablemente más. Aunque no caigo en el año, recuerdo perfectamente la fecha: sería abril, era una Semana Santa soleada, ya que Pilar Nieto, una compañera del medio en el que yo trabajaba por entonces, la estaba entrevistando a la vista de todo el que por allí pasaba, ambas sentadas en los palcos de un bar de la calle Larga. Pilar me la presentó y charlé con ella un momento. Era una señora casi octogenaria, muy menuda, elegante, con un vestido azul gris (el cronista es de esas personas que se acuerdan de cosas así, aparentemente sin importancia… hasta que la tienen). Sin duda ‘dinero viejo’, como diría el novelista Thomas Pynchon. 

A mí me sonaba su nombre, pero debo reconocer que no sabía ni de su vida ni de su obra. Charlamos un momento y me despedí camino de la redacción después de darnos la mano. Pilar estaba encantada con el personaje (en realidad, creo que no era la primera vez que la entrevistaba o, al menos, que charlaba con ella) y recuerdo que tituló la entrevista centrándose en su faceta de espía, supongo que pretérita, que con los espías nunca se sabe. Suena a topicazo decir que esta mujer tuvo una vida apasionante, pero creo que a poco debió ser así: nacida en Nueva York, modelo, periodista, espía del OSS (antecedente de la CIA), casada con el III conde de Romanones, escritora… Una mujer que conoció y tuvo amistad con Orson Welles, Grace Kelly, Ava Gardner, Jackie Kennedy, los duques de Windsor, María Callas, Luis Miguel Dominguín o Lola Flores, solo por citar unos cuantos nombres, por fuerza tuvo mucho que contar y mucho que haber vivido.

Uno de sus hijos emparentó con la familia Domecq Williams y Aline Griffith hizo amistades entre la alta sociedad de la zona, por lo que durante mucho tiempo fue asidua de lo que podríamos definir el eje Sevilla-Jerez-El Puerto. Algunos años después de que nos presentaran volví a verla en Jerez, también en una terraza de la calle Larga. No la saludé porque supuse que no me reconocería (di por hecho que ella, pese a haber sido espía, ya no reparaba en asuntos —y personas— aparentemente sin importancia… hasta que la tienen), así que me quedé para siempre sin poder preguntarle, esbozando una sonrisa, por supuesto, por algo de lo que ella tanto se jactaba: en realidad solo quería saber si esa mujer ya octogenaria, pero siempre menuda y elegante, seguía llevando un revólver en el bolso.

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