La mitología de la nación española hunde sus raíces en los siete siglos que transcurren entre el desembarco romano en Ampurias en el 218 a. C. y la entrada de los visigodos en la Península en el s. V. Estos años, según el consenso imperante, nos legarían idioma, red vial y arquitectura jurídica, entre otras características constituyentes de nuestro país. Se reclama, se enseña y se recuerda -y en buena medida se acepta- que aquellos 700 años nos marcaron para siempre y definieron lo que somos.
Se reclama, se enseña y se recuerda mucho menos que la historia posterior de Andalucía transcurrió por otros derroteros. Cinco siglos van desde el primer desembarco norteafricano en el Guadalete, en el 711, hasta la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212, cuando con la excepción del reino de Granada, Andalucía fue re-conquistada.
¿De veras aquellos lejanos siete siglos romanos nos marcaron más que estos?, ¿De este periodo solo nos queda la etimología de nuestro río, que se llama Oued-Al-Kavir y no Ebro?, ¿solo el porte de nuestros principales monumentos, como la Al-Hamr, los alcázares o la Mezquita de Córdoba en lugar de catedrales o el Escorial?, ¿solo son las intrincadas geografías urbanas de los centros de nuestros pueblos y ciudades?. ¿De veras no hay impronta cultural específica en Andalucía de la brutal expulsión de sus poblaciones autóctonas?, ¿y qué hay del periodo posterior de siglos de dominación en el que a la población andaluza de la época se le hizo abandonar su cultura y religión?
En qué momento borramos de nuestra historia la huella de los siguientes siete siglos de subordinación de los andaluces a señores castellanos que aún hoy son propietarios de gran parte de su suelo. No exagero. Solo contando las cinco fincas más grandes de la Andalucía de hoy -La Almoraima, Las Lomas, Los Altarejos, Lugar Nuevo y Los Alarcones- suman 55.000 hectáreas, el equivalente al 13% de la provincia de Cádiz, 77 mil campos de fútbol. La Almoraima, la finca más grande de Andalucía, pertenece a la Casa de Alba, oriundos de Castilla (Alba de Tormes es un diminuto pueblo de Salamanca). Doñana, con sus 35 mil hectáreas (casi un 4% de la provincia de Huelva) perteneció hasta principios del s. XX al Ducado de Medina Sidonia, fundada por Guzmán el Bueno, un leonés.
Esta misma familia leonesa ocuparía además durante tres siglos el cargo de Alguacil mayor de Sevilla, un sucedáneo de los posteriores gobernadores civiles. Es un hecho que en la práctica Andalucía sería gobernada desde Castilla y por castellanos y descendientes de castellanos desde aquel 1212, exactamente tal y como lo serían las colonias americanas a partir de 1492. Excepto que mientras América Latina lograba su independencia a principios del siglo XIX, Andalucía no volvería a lograr regir -siquiera parcialmente- sus destinos, hasta la entrada en vigor de su Estatuto de Autonomía el 30 de diciembre de 1981. 769 años desde la invasión castellana que puso final a su última y fugaz experiencia independiente (ya en el 1091 almorávides y almohades habían sojuzgado las taifas independientes que tendrían un breve resurgir justo antes de la invasión castellana).
¿Tiene algo de esta historia que ver con la desigualdad en la tenencia de la tierra en Andalucía?, ¿Nos dice algo de por qué menos de mil ricos propietarios poseen el 33% de la tierra en Andalucía?, ¿Explica por qué no tenemos ni una sola sede del aparato gubernamental de “nuestro país” en Andalucía? ¿Están por casualidad el Gobierno Central, las Cortes, los altos Tribunales, el Banco Central, los Institutos de Investigación, las sedes de todos los medios de comunicación nacionales y hasta los hubs aeroportuario y ferroviario en Madrid, capital de Castilla?.
¿Nos dice algo de por qué una vez tras otra el español de Andalucía (la forma de español más hablada, el de la señera y prolífica norma Sevillana) es despreciado frente al español de Castilla?, ¿nos permite comprender las razones históricas de por qué el PIB per cápita por andaluz se situó en 17.790 euros el año 2016, frente a los 32.815 euros de los madrileños?
Hay quienes desde el credo neoliberal dirán que nada de esto importa, que en un mundo globalizado y en un país unificado los andaluces y andaluzas somos lo que somos exclusivamente como fruto de nuestras propias decisiones individuales. Para ellos sería tan sencillo como que los madrileños de esta generación eligieron mejor que los andaluces qué series de Netflix ver y cuánta CNN seguir… Para ellos en un mundo que redefinirá sus relaciones económicas y sus matrices productivas el futuro de Andalucía estaría seguro bajo las rectorías de Bruselas y Madrid.
Sin embargo para quienes estamos convencidos del peso que ejerce en el presente la historia y su legado de condiciones materiales, para quienes pensamos que la residencia del poder y la autonomía política de los pueblos es fundamental en el devenir de sus destinos, el futuro de Andalucía no está en absoluto garantizado. Si no queremos ser relegados en el orden de prioridades de unos y otros, Andalucía necesitará una voz propia que, del mismo modo que catalanes o vascos, articule sus demandas y las haga valer en los espacios de decisión.
La historia nos trae enseñanzas, ojalá el olvido no nos condene a repertirla.
Sergio Pascual es Ingeniero y Antropólogo. Consejero Ejecutivo del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica. Diputado en el Congreso durante las legislaturas XI y XII.
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