Por mucho que navego no encuentro el número de personas muertas en la guerra de Ucrania. Los distintos medios y webs que me aparecen solo ofrecen cifras de civiles y niños, en ningún caso de soldados. Recurro a los datos de Wikipedia actualizados a marzo, cuya referencia de origen es un artículo donde se menciona los documentos secretos sobre la guerra de Ucrania filtrados en abril. En este artículo el Pentágono duda de las cifras, entre otras razones, “por los intentos deliberados, probablemente por ambas partes, de engañar”, y nada más aclara. Así que los soldados muertos, esas personas muertas, forman parte de documentos secretos y de la propaganda de guerra de ambos países, al igual que en otras guerras, como de forma muy clara expone Anne Morelli en el apartado 7 de su libro Principios elementales de la propaganda de guerra: “Nosotros sufrimos muy pocas pérdidas, las del enemigo son enormes”.
De esta manera, los soldados dejan de ser personas para ser meros números al servicio de la propaganda de guerra: se los despersonaliza, se los cosifica y ya se les puede usar y tirar. Tanto los soldados ucranianos como rusos carecen del derecho a ser considerados personas, vivas o muertas, por el simple hecho de ser soldados. Y esto último no equivale a haber optado por la carrera militar o los alistamientos voluntarios. No olvidemos que en Ucrania rigen una ley marcial y una ley de movilización, en virtud de las cuales todos los hombres entre 18 y 60 años tienen que estar disponibles para ser reclutados y partir al frente. O recordemos las movilizaciones parciales -o no tanto- en Rusia del pasado septiembre. Ya sean soldados profesionales o personas forzadas a ir al frente, su valía como seres humanos es la misma, la misma que la de cualquiera de nosotros. Que sus muertes se ignoren, que constituyan secreto de estado, que sirvan a la propaganda de guerra es inhumano y deleznable.
Si lo anterior es una baza en la guerra, desde el punto de vista político quizá no interese la aparición en los medios de comunicación de la acumulación progresiva de miles y miles de muertos. A lo mejor conviene más silenciar la muerte de esos cientos de miles de personas para seguir alimentando la guerra con el envío de todo tipo de armamento y municiones, para que no se trunquen los lucrativos acuerdos de fabricación de armamento y munición que ya está gestionando -o ultimando- la OTAN y un buen número de sus países integrantes. Para qué alarmar a la población de los países que contribuyen con material bélico -también con miles de millones de dólares y euros entre todos ellos-. Por nuestra parte, la ministra de Defensa está enojada porque no cuentan en la OTAN -¡con lo dóciles y sumisos que somos!- con las compañías armamentísticas españolas, que, por cierto, son más de trescientas. No sería el momento más propicio para que ahora nos dé a los ciudadanos de a pie por ser críticos sobre qué se hace con nuestra economía y nuestros impuestos, con los que se presupuestan el ministerio de Defensa y también se subvencionan actividades de la industria armamentística; no vaya a ser que nos dé por pensar a los ciudadanos de a pie que con nuestros impuestos, entre otras cosas, se avalan más y más muertes.
Asimismo, se me viene a la mente otro epígrafe del libro mencionado: “El enemigo provoca atrocidades a propósito, si nosotros cometemos errores es involuntariamente”. Y si se me viene es porque, desde el punto de vista de la manipulación social, que solo se mencione a los civiles y niños muertos en la guerra -para que se nos caigan las lágrimas y pensemos ¡qué malos son los rusos!- es utilizar nuestra visceralidad con la intención manipulativa de aprovecharse de nuestras más legítimas emociones, en vez de dar lugar al pensamiento calmado y sin sesgos, evitando así nuestro uso del sentido crítico, que parece estar a día de hoy poco cotizado y en un tris de convertirse en algo “políticamente incorrecto” si no, socialmente censurable.
De todas formas, aquí estamos entretenidos de elección en elección y voto porque me toca, y el qué malo es este o aquella. Lo que sucede en Ucrania es solo uno más del medio centenar largo de conflictos armados que existen a día de hoy en el mundo, sin embargo, es en el que la industria armamentística mejor se puede enriquecer a corto y medio plazo. Alguien podría argüir que estamos inmersos en procesos electorales y debemos atender a los asuntos de nuestro país. Mas también es asunto de nuestro país en qué se gasta el dinero con que contribuimos todos los ciudadanos a la hacienda pública, y ahí entran los presupuestos del ministerio de Defensa y las subvenciones a ciertas actividades de nuestras empresas armamentísticas.
No sé si estos asuntos estarán presentes en los debates electorales por venir o se pasará sobre ellos de puntillas, o si serán condenados al silencio de todo lo que incomoda -nuestra dependencia de países poderosos y de la OTAN tiene un precio-. También caben, como siempre, las excusas: “Nosotros no queremos la guerra” y “El adversario es el único responsable de la guerra” (Anne Morelli, 1 y 2). Como si el devenir de la humanidad y sus relaciones colectivas nacieran de la nada y no se construyeran.
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