La propuesta de unidad impulsada por Antonio Maíllo, insiste en un debate que mantiene heridas profundas por la deslealtad de Sumar y de la propia IU/PCE, que tenía como objetivo sustituir a Podemos. Ese era el pacto impulsado y orquestado por Pedro Sánchez y aceptado por Yolanda Díaz y por los dirigentes del PCE.
Hay que partir de la premisa de que Antonio Maíllo es reconocido por su honestidad y buena fe en su voluntad negociadora, encarna una figura respetada incluso entre sectores críticos. Sin embargo, su liderazgo choca contra un obstáculo mayúsculo: el núcleo duro del Partido Comunista de España (PCE), que sigue anclado en dinámicas que hoy resultan disfuncionales para los retos del presente político.
La historia reciente es aleccionadora. En los años 90, Julio Anguita intentó ampliar el espacio de la izquierda con una propuesta audaz que implicaba cambiar la estructura de IU y refundar el PCE, pero el núcleo duro de este partido frenó en seco aquel impulso con la ayuda del PSOE y de la guerra mediática contra Anguita. Primó el miedo a perder el control sobre la estructura partidaria antes que la ambición de transformar la sociedad. Más de tres décadas después, el fantasma de aquel inmovilismo sigue presente. El PCE, pese a su retórica recurrente unitaria, sigue priorizando la supervivencia de su entramado interno —sus siglas, sus cargos, sus rituales— sobre la construcción de un proyecto político capaz de conectar con las mayorías. Es aquí donde Antonio Maillo, pese a su prestigio personal, topa con límites infranqueables: su autoridad no alcanza para mover los cimientos de un partido que confunde lealtad con lealtad a determinadas ideas donde el fin justifica los medios.
La unidad que necesita la izquierda transformadora no puede ser la de los años 80 o 90. Los tiempos exigen fórmulas innovadoras, como la unidad de acción —alianzas concretas en torno a objetivos compartidos— y un pacto intergeneracional que integre las demandas de jóvenes, mujeres o colectivos vulnerables más allá de siglas. Ejemplos como Morena en México son ilustrativos: un movimiento amplio, heterogéneo y con raíz popular, que sabe trascender viejas etiquetas para ganar liderazgo político. En España, sin embargo, el PCE insiste en una unidad entendida como sumisión a sus estructuras, no como un espacio de cooperación horizontal.
Hay otra cuestión crítica: la izquierda que representa Sumar e IU-PCE es la de ser muleta del PSOE. Esa complicidad tácita con el partido socialista obrero español ha diluido la capacidad de movilización y la credibilidad de la formula Sumar. El PCE, sin embargo, está cómodo en ese rol secundario. Su prioridad no es desafiar al sistema, sino asegurar su cuota de poder en instituciones que garanticen sueldos y financiación.
Antonio Maíllo tiene ante sí un dilema existencial
Antonio Maíllo tiene ante sí un dilema existencial: intentar refundar el PCE desde dentro, sabiendo que el núcleo duro resistirá cualquier cambio sustancial, o impulsar una convergencia externa que obligue al partido a elegir entre adaptarse o quedar marginado. Su honestidad es un activo, pero no basta. La lección de Julio Anguita es clara: sin presión social y sin una base militante que exija se apunte a la renovación, las estructuras partidistas fosilizadas siempre ganan.
El PCE, al confluir en Sumar para reducir la fuerza de Podemos, tomó el camino de ser guardián de su propio mausoleo. La unidad entre partidos no es hoy la cuestión central. La propuesta de Antonio Maillo es voluntariosa, pero su éxito en términos electorales dependerá, por un lado, de que parta de una autocrítica sincera por el daño infringido a la fortaleza que Podemos imprimió a la izquierda y de que se desprenda abiertamente de un Sumar con vocación de integrarse en el PSOE, y por otro, de si logra que el PCE entienda que los tiempos exigen audacia política y no de control, sino de ayudar a la izquierda valiente y capaz que hoy representa la formación morada, una izquierda que no se doblega a las demandas conservadoras del bipartidismo monárquico.