La antipolítica ha encontrado su mayor triunfo: un apoliticismo político que encarna un rechazo consciente a la política tradicional. Y aquí es precisamente donde la paradoja se vuelve elocuente. La falta de propuestas, los escándalos recurrentes, la constante guerra entre bandos, empuja a un desinterés de la política con nombre y apellidos que desemboca en un afán antipolítico visceral, construido alrededor del rechazo. Es la era de las emociones fáciles y las soluciones vacías. Imposible defender lo indefendible, hasta ahora práctica natural y cotidiana.
Diversas corrientes emergen de esta nueva realidad social. Abundan quienes directamente renuncian. Quienes creen que no hay salida. Esta apatía puede parecer fruto de la ignorancia pero, realmente, se acerca más al reflejo más auténtico de la inteligencia. Saben lo suficiente como para desconfiar. Saben que, en el apoliticismo político, no gana el más capaz, sino el más hábil para decirle al pueblo aquello que confirma sus prejuicios. La ciudadanía - y en especial la juventud - abandona su interés en la política por ser disidentes de la misma. No te sientes representado. En tiempos anteriores la política parecía estar solamente al alcance de la erudita aristocracia. Ahora, son precisamente los conocimientos avanzados adquiridos y la accesibilidad informativa inmediata la que, de manera intencionada, decide echarse a un lado y rechazar la política. Abulia e ignorancia que, a kilómetros de la política tal y como la conocemos, son arrastrados por DANAs incesantes de bulos y falacias orquestadas que alimentan nuestras cada vez más sensibles emociones como la droga a los toxicómanos. La sobredosis perfecta para dejar de pensar por nosotros mismos, comprar ciertas palabras sin resistencia y repudiar otras abandonando nuestra capacidad crítica. Mensajes simples que estimulan tus emociones y te hacen sentir parte de algo. Soluciones sencillas a problemas complejos. Ocurre con la música. Producciones elaboradas que no salen del estudio frente a simples bases acompañadas letras pegadizas con autotune lideran las radios musicales. Preferimos escuchar lo que suena más, pero no mejor. Más fácil.
Y para hacer del apoliticismo un movimiento, no existe mejor manera de unir a la gente que dándoles un enemigo. La inmigración y el establishment para Trump, Sánchez aquí para media España, o la ultra derecha como si viniera el lobo. Puedes haber suspendido un examen, pero la culpa es de quien es. Trump no es un político, es un antihéroe del sistema que usa el rechazo a la política como su mejor arma. Eficacia comunicativa de la derecha engendrando al enemigo Sánchez, culpable supremo ante todas las cosas, alimentado por el propio personaje que evoca a la soberbia macronista. Las cosas como son. Quien conozca a un dirigente político que no estreche la mano al aferramiento insaciable del poder, que tire la primera piedra.
Mazón estaba de comida privada, manteniendo su agenda, mientras se inundaban las casas y se reunía el comité de emergencia. Llegó dos horas tarde. Aznar exigió al gobierno que asumiera su responsabilidad y decretara la emergencia nacional asumiendo el mando ante Mazón cuando, dos décadas después, todavía sostiene que fue ETA. El gobierno aprovechó para aprobar el decreto ley que le permite un mayor control de RTVE. E intenta colar los nuevos presupuestos con el envoltorio de las ayudas para la DANA. Oportunismo desvergonzado.
Narcisismos desmedidos y cero autocrítica. Siempre se sienten ganadores, como los luchadores de boxeo cuando termina igualado el combate.
El antagonismo desmesurado como estrategia de movilización popular. Dime lo malos que son los otros para entender lo menos malo que eres tú. Si no sabes qué regalar, ve a lo seguro, regala crispación. Cuanto más humo desprendas, mejor.
El pueblo no solo necesita que dimitan, que también, sino un perdón. Un perdón sano que, más que mostrar debilidad, demuestra fortaleza, humanidad. Lo más peligroso de este apoliticismo político no es que nos desinterese la política, sino que nos involucra de la peor manera: todos participamos, pero nadie quiere cambiar nada. Quedamos los de siempre.
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