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A veces, nos sentimos compañeros en el esfuerzo de la humanidad valerosa y noble por conseguir el ideal humano. 

En su Poética y a propósito de la tragedia, habla Aristóteles de la catarsis como un movimiento psíquico que, mediante la compasión (sentimiento que se produce al ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento), limpia el alma.

Esta idea la retoman los psicoanalistas, sobre todo, Breuer y Freud, que utilizan el término para designar la operación de traer a la conciencia una vivencia o un recuerdo cuya represión alude a un trauma emocional. El sentido psíquico de kátharsis es análogo al sentido médico o fisiológico: así como se purgan los humores dañinos del cuerpo para evitar o curar enfermedades, también se purga la vida afectiva para curarla de sus atascos emocionales.

Se sabe que el cinematógrafo fue inventado por los hermanos Lumière hacia 1895. Así que trescientos años antes de Cristo, en tiempos de Aristóteles, no existían los cines. Sin embargo, creo que habría asimilado lo que le sucede al espectador a lo que, según él, acontece cuando asistes a una representación dramática. Efectivamente, tiene el cine parecida capacidad para mover en nosotros una emoción de simpatía cuando se nos muestra con maestría la defensa de los valores morales o la repulsa por el sufrimiento del otro. Y en la historia del cine es innumerable la cantidad de películas que explicitan algún valor moral sin caer en la sensiblería ni en la demagogia: Hotel Ruanda, Dersu Uzala, Amelie, La lista de Schindler

El otro día fui al cine. Vi la película Los archivos del Pentágono, de Steven Spielberg. Probablemente no sea una obra maestra, pero tiene un nivel aceptable. Trae a escena la batalla que llevó a cabo el Washington Post frente al presidente Richard Nixon, primero con el caso de los archivos del Pentágono y después con el escándalo Watergate. Me gustó, aunque reconozco que mis conocimientos del séptimo arte son escasos y no tengo, por tanto, un criterio con fundamento. Pero consiguió emocionarme la lucha por la defensa de la libertad de expresión frente al poder político, contra el bozal informativo que se lleva a cabo en nuestras llamadas democracias (en unas más que en otras). El tesón, el valor y, casi, el heroísmo que se necesitan para enfrentarse al poder: “La prensa debe servir a los gobernados, no a los gobernantes”, se dice en la Primera Enmienda de la Constitución de los EEUU. Y sabemos lo lejos que estamos en nuestro país de una situación en la que la prensa sea capaz de enfrentarse a un presidente mafioso y displicente con la dignidad de los ciudadanos. Al salir del cine, pensé en la idea de catarsis de Aristóteles.

En cierta ocasión, mi maestro de filosofía el profesor Juan Miguel Palacios, se hizo una pregunta retórica: ¿Por qué cuando compite un atleta en una olimpiada —sea cual sea su nacionalidad— estamos frente al televisor como empujando para ayudarle a conseguir la marca? Y respondía: porque no es fulanito ni menganito, turco o griego, cubano o canadiense, sino la humanidad entera la que está tratando de conseguir batir la marca, de superarse. Por eso nos alegramos si triunfa y nos apenamos si no lo hace. Sí. Así es. A veces, nos sentimos compañeros en el esfuerzo de la humanidad valerosa y noble por conseguir el ideal humano. De libertad, de justicia, de dignidad. En realidad, de la humanidad buscando humanidad. Y nos hacemos mejores también imitando emocionalmente, estando cerca de los mejores, como diría el filósofo de Estagira. Aunque esto, claro, quizás no sea suficiente para salvar el mundo. Si fuera así, bastaría irnos al cine con Aristóteles.

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