Andalucía lleva tiempo en un grave proceso de divergencia con su entorno, claramente reflejado en la evolución del PIB per capita, y del que apenas se habla.
Las razones que lo producen son variadas y sin duda complejas pero con toda seguridad tienen que ver con un hecho básico al que ya me he referido en un artículo anterior: el gran e indudable avance de los últimos 40 años se ha producido sin haber modificado sustancialmente los rasgos estructurales más profundos de nuestra economía, e incluso de nuestra sociedad y cultura.
En este periodo han entrado muchos recursos en Andalucía y también hemos generado los nuestros propios pero, como han puesto de relieve en diversas ocasiones Manuel Delgado, nuestra economía sigue teniendo prácticamente las mismas fuentes de (escaso) valor que hace 60 años. Con el agravante de que ahora se encuentran más concentradas en pocas manos y colonizadas por capital extranjero que, lógicamente, define su estrategia y condiciona su actividad en Andalucía a lo que sucede fuera de nuestra tierra, tratando de maximizar su rentabilidad a escala, transnacional.
Es verdad que en todo este tiempo también ha sido una constante el tratar de salir de esa especie de maldición histórica que nos confina en la periferia pero lo cierto es que no solo no se ha sido capaz de cambiar la dirección sino que, como decía al principio, estamos yendo hacia atrás y nos alejamos del centro de Europa e incluso del resto de las comunidades españolas.
Reorientar la economía hacia la producción de bienes cada vez más complejos y de mayor productividad es lo único que hace posible ganar posiciones y no ir hacia atrás, tal y como le está sucediendo a Andalucía
Andalucía no se puede limitar a hacer lo que hacen los demás ni a repetir lo que hemos hecho siempre. Por decirlo de una manera gráfica, hemos de “salirnos del molde” y, sobre todo, hacer lo imposible para convertirnos en una (nueva) economía industrial. No hay otro motor con capacidad suficiente para sostener el impulso que necesitamos.
Solo la industrialización tiene la capacidad de generar riqueza suficiente y sostenible, desarrollo económico, liderazgo tecnológico y ventajas e influencia en el comercio, los mercados y la política. Reorientar la economía hacia la producción de bienes cada vez más complejos y de mayor productividad es lo único que hace posible ganar posiciones y no ir hacia atrás, tal y como le está sucediendo a Andalucía (y a España en su conjunto, respecto al resto de Europa).
Andalucía ha demostrado que tiene capacidad para atraer capital industrial pero sin haber sido capaz de generar los enlaces que permiten que el valor generado se ancle y difunda por el resto de la economía. Hemos creado enclaves pero no redes ni entramado industrial. Hemos tenido industria pero no nos hemos industrializado.
Para lograrlo se necesita atraer capital y generar ahorro, lo que supone renuncia y estar dispuesto a romper con el pasado. Andalucía necesita la generosidad de una generación para renunciar a parte de su bienestar y lo que hemos hecho ha sido sacar adelante a una y media a costa de sacrificar (al paso que vamos) a las venideras. Es decir, todo lo contrario. Y eso en gran parte ha ocurrido porque el bienestar que hemos ido alcanzando en estos últimos cuarenta años lo hemos construido a base de satisfacer intereses creados, pasados, cuando lo imprescindible para consolidar el futuro es pensar siempre en los venideros.
Andalucía tendría que ponerse patas arriba, invertir nuestras prioridades y convencerse de que es imprescindible tomar otro camino, pues el que llevamos nos conduce a tierra de nadie y cada vez con menos impulso.
El ingeniero que diseñó el revolucionario método de producción de Toyota, Taiichi Ohno, decía que “pensar al revés es la puerta al mundo de las innovaciones”. Y ese debería ser ahora el gran reto der Andalucía, de nuestros gobernantes y de todas y todos los andaluces: pensar al revés.
Es justo lo contrario de lo que hemos venido haciendo, cuando nos hemos dedicado a tratar de emular el modelo que nos venía de fuera, sus lógicas y vectores de fuerza, lo que solo ha conseguido reforzar nuestra posición atrasada, la subordinación y lo que traerá con toda seguridad, si no cambiamos, el empeoramiento de nuestra situación a medida que vaya pasando el tiempo.
Es cierto que pensar al revés no es fácil. Lo hacen día a día miles de andaluzas y andaluces que resuelven problemas complejos y que innovan, pero es cierto que no lo hacemos habitualmente la mayoría de nosotros, y así nos va.
Ahora bien, si tratar de hacerlo en otros momentos quizá hubiera sido una tarea imposible, en la situación que estamos viviendo resulta que es un reto inexcusable para sobrevivir y salir adelante, porque la crisis en la que estamos inmersos es la que nos va a poner todo patas arriba, nos guste o no. Y no se va a poder hacer frente al nuevo mundo pensando y actuando como en el de antes.
Es nuestra gran oportunidad. Se están poniendo en cuestión el enmarcado de la globalización, las pautas de producción y consumo, la conformación de las cadenas de suministro, la organización empresarial, el uso del trabajo y de los datos, el concepto de cercanía y de distancia sobre el que se ha construido nuestra civilización, nuestra percepción de la seguridad y las fronteras entre lo establecido y lo incierto. Todas las piezas del gran damero global se van a mover y van a cambiar las reglas y preferencias de sus movimientos.
Si queremos que Andalucía no entre en un nuevo periodo de declive histórico hay que evitar que se enfrente a esta catarsis inevitable como si nada nuevo estuviera ocurriendo. Hay que ayudar a que emerjan entre nosotros proyectos rompedores, hacer que despierte la sociedad civil, dar salida y facilitar que se pongan en marcha todo tipo de ideas innovadoras, nuevas redes, hacer nuestros desafíos de nuevo cuño, complicidades del más amplio espectro, propiciar el liderazgo protagonista de las nuevas generaciones y asumir un compromiso efectivo con las que vienen.
O Andalucía se pone en ebullición o languidece para mucho tiempo.
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